jueves, 6 de agosto de 2015

EL PERRO

“Escribir ahora no es ya llorar, sino alucinar, creerse como un delirio, ser alguien en un mundo para alguien”.
Leopoldo María Panero.

Notar que una ráfaga seca las ojos de golpe, que se cae la clorofila a los pies de la ceniza; que la ilusión pesaba y ya no. Descubrir el momento del dísparo y por qué escriben notas los suicidas. No hay disculpa por quemar el delito de vivir. Y en este problema de cantidades vamos haciendo recuento de ciénagas. Al despertar la hormiga seguía ahí, con su sensación de pánico mientras le aplastaba con mi dedo, dedo que ella no veía, corriendo del diccionario al hormiguero, del soneto a la cerveza en un para qué de vértigo. Mientras los padres lloran y las madres sacan los ojos a sus hijos a mandobles de pezón. Vuelve la ráfaga con su ceguera de tiempo, con su ceniza de asco a cuestionar los besos. Vuelven los perros a dar respuestas, vuelven las noches a ladrar estrellas. Otro paso más hacia la ventana por donde veo su mano caminando hacia otras manos, tierna de rabia, perdida y vacía.

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