viernes, 25 de junio de 2021

EL ACECHO

Si dejamos que las palabras sientan que pueden, si esperamos, si dejamos que el misterio las roce con su brisa de noche, las palabras desprenden su matriz. Son pinceladas de veladuras. Sutilezas que cambian su definición a través de la metáfora. Hay palabras puente. Nexos levadizos hacia lo sutil. La palabra cosa, como la palabra algo, son brochazos cargados de desdén poético. Hay que saber mirar, olvidar la evidencia de la forma para entrar por el culo del conejo de Alicia para buscar a los enanitos. Cualquier ano apunta una sugerencia: ese bostezo donde todo es posible. El infinito aguarda en lo concreto si te acercas lo suficiente. Más adentro en la espesura, verás como la e se desprende de su crisálida de o para ser una l que vuela. Como la piel se imagina un paisaje de rasgos con que iluminar la mirada. Como el día y la noche no son más que un abrir y cerrar los dientes. La palabra imagina el fractal de la emoción precisa. Conoce las tramas de la sinonimia, parecidas y diferentes como las hojas de las plantas. Pule la exactitud con la brisa de la intimidad. La palabra sabe que el verso empuja el corazón. Por eso nos detiene delante de la nada y nos suelta la mano para que surja el filo necesario que nos rebañe. La palabra corta las cicatrices que nos desangran. Hay alas por todas partes, vuelos y viajes que nos necesitan. Ojos como niños asustados, pozumbres, sillonías, caritrezas. No sé, escribir «no sé» es decir «sé algo». Escribir «sé algo», es decir «no sé». En este juego se mueve la poesía, esta certeza única donde disfruto la lejanía. La poesía es nocturna. Sale pasada la medianoche y se esconde antes del alba. Cuando el ojo se cansa, cuando la grava fosfena la mirada y el sueño febril del cansancio nos embriaga hay que tirarse al pozo íntimo de las externalidades. La mesa enseña su pierna de barniz y recuerda el árbol que lleva dentro. Nos seduce con la mirada muda de los ciegos, con la tranquila presencia de lo importante. La silla se sienta por primera vez. Se acuclilla para dormirse en su propia cama, como si la piel se le petrificara en nudos de esparto. Cada libro desprende su aroma, una jauría de silencio que despierta a los cojines empachados de espuma. La paredes se estiran como un gato de pétalos en primavera. Como un campo de juncos de cemento reciente, casi insultantes, como si la curva del techo fuera a guadañarles el coraje de matarnos. La poesía necesita acostarse tarde, olvidar el cáncer de la luz y la molestia. Cada vez que se interrumpe un poema, se apaga un misterio y se recalienta una sopa. La poesía tiene la fuerza de la madrugada con su caudal de aes en marabunta. La noche es un pequeño corte cerca de la luna, que ya no inquieta. La noche parece una mañana en prosa, el brocal del selfie del último premio Loewe. El gamusino de la metáfora se caza mejor en las camas del insomnio. Cuando la cama se hace cama y asesinamos los suicidios. Cuando tocamos las persianas y los sueños como si fueran legañas. La poesía vive debajo de las piedras nocturnas. La poesía desaparece cuando se eleva, se esfuma cuando crece la levadura del alba, como si alguien abriese la puerta de la angustia y se escapara el gato. El horno de la poesía de desteje con la luz que ilumina la oscuridad. A la poesía hay que esperarla con la tinta puesta y el corazón solitario. Hay que tener el adjetivo cansado. Hay que esconder los pañuelos y sacar las cucharas. Hay que decirle a las macetas cuatro cosas sin que nos oigan las fotografías. La poesía tiene oídos de sobra y se entera de lo que no queremos contarle. Y detrás de un paisaje, al lado de la montaña, se ve una pasión agazapada, y le tapamos los ojos al sustantivo. La poesía habla el lenguaje de los árboles. Cada casa tiene una poesía distinta como un olor a genoma. La poesía es el genoma de las casas. Es la diferencia trasparente. La poesía exagera y se queda corta. Llora como un cocodrilo blanco. No sabemos nada de ella, como si fuera un universo extraño y cotidiano, al que acecho en las madrugadas.

sábado, 19 de junio de 2021

EL MUNDO

Cuando se rompe el cerrojo, uno comienza al silencio y dialoga con los etcéteras. Ese idioma de bronce, a veces, abandona su presencia para batir las alas de la risa y nos sorprende con la frescura de un salivazo. Ya está, nos hemos completado, se acabaron los misterios que llenaban de mañana los días sin saberlo. Ahora todo es distinto porque seguimos igual. El silencio tiene agua y algo que no importa. Entonces vivir se convierte en volver. Siempre se vuelve en silencio, como un niño cansado con la mochila a cuestas porque ya no es un niño. Ya nada levanta las persianas y la memoria no recuerda su porqué. Queremos escucharnos lo que ya está hecho y aguardamos a que el lenguaje punce la almohada de cartón. En soledad no molestan las paredes y todo avanza desde el silencio, como esta columna que nos eleva hacia no sé qué firmeza. Hay en este indulgencia una certidumbre de chocolate. También hay un temblor seguro y la fuerza pletórica de las puertas abiertas. El niño ha muerto, pero vuelve. Lo reconozco en lo delicado, en el tacto tranquilo de tu postura ausente. En la emoción que florece cuando no me miras y te pierdes por los laberintos. Mi mano busca tu mano a cada paso. Mi ojo te siente en cada mirada. El mundo entero se ha convertido en un espejo que te compara. Sabes flotar y eso me asombra. Supe que toda búsqueda era una espera. No hay prisa para el mundo. Por eso aguardo en silencio a tu silencio, por si llegamos a encontrarnos.

jueves, 10 de junio de 2021

EL VERBO

Le condenaron por no condenar.

Callaba por no silenciar.

Cuídate ese suicidio.

Culpable de acusación.

Que me pongan etiqueta.

Código de burras.

Papá dice que no me tenga.

Y el verbo se hizo carné.

martes, 8 de junio de 2021

EL TRAZO

 

Trazos, Diario HOY. Sábado 5 de junio de 2021.

martes, 1 de junio de 2021