miércoles, 14 de agosto de 2024

LA A

La idiocia con su exhibicionismo involuntario.

Su ingenio convertía en curioso lo evidente.

La venganza del refrán ofendido.

Tutelaba la agresión con custodias.

Qué sugerencia tan rotunda.

El silencio nació de un gilipollas.

Ninguna o maneja la y como la a.

sábado, 10 de agosto de 2024

LA TRISTEZA

La tristeza tiene cara de pez globo. Es el ánimo de las interrupciones. La tristeza tiene razón. Huele a polvo. Sabe a suero. La tristeza mana de la zeta. Estar triste es más alegre que la tristeza, ese manto de luz difusa que nos aplaza. Es una melodía de Gary Jules, un tarareo de nanas y el tiempo furtivo de las fotografías. Es la somnolencia del instante en que daríamoscualquiercosa. La tristeza, con su zumbido de zeta, apaga la luz. Vive en las mejillas de Foster Wallace, Sara Barquinero y José Luis Rey. En las diminutas alas de los insectos se viste de alegría. Se tumba al sol de las piedras que avanzan. Es la resignación del cansancio. La tristeza levanta la cabeza hacia el suelo, no se incorpora ni enciende la luz de la sorpresa. Tiene la belleza del zig-zag. Es el reloj de arena de la vida y la soledad de darse cuenta. La tristeza envuelve, perfuma con su emoción postrera cualquier alegría. Si la observas se ríe. Es la carcajada del tiempo que conocía Donnie Darko y los cantos de ballena de Los niños del mar. Tristeza, belleza, zumo. Zarza, moza, zureo. Es la zeta quien desliza la palabra, quien encaja la calima sobre la frente. Fuma la marihuana de la noche sobre las luces del ánimo. La tristeza es escribir sobre ella y que no te salga. Hablar sin sentir. Sentir sin hablar. Vivir sobre el silencio. La tristeza nace cuando se tiran unas gafas como si fuera el helado infantil de los adultos. Erik Satie armonizaba las zetas del opio con su cálido caracol mojado. Rulfo con su cubilete de voz azteca siseaba los páramos de su memoria. Porque la tristeza es la memoria de la memoria. Ese acordarse del futuro, del fui y el es cansado. La tristeza se escapa de los poemas. Son las pavesas que lloran por los ojos del viento. Es la pregunta. Las cuatro letras de todo y nada. Es la razón que incendia los labios del carmín que nunca chuparás. La tristeza se sienta sobre su zeta y espera. Sabe que las máscaras se rompen con el frío y las medusas volverán a sucumbir sobre la arena. Las playas son tristeza acumulada, como la luz que hipnotiza el universo. Si miras cualquier objeto detenido sientes su tristeza. Es esa pausa. La conciencia del vacío que nos llena y el mayor motivo para no tenerla.

jueves, 8 de agosto de 2024

LA OBRA


HERVÁS EN LA OBRA DE VÍCTOR CHAMORRO

Jueves 8 de agosto de 2024

(20 h. cine-teatro Juventud de Hervás).


«Yo no podría vivir sin Hervás. Aunque he estado treinta y tantos años en Madrid dedicado a la enseñanza siempre que había la oportunidad, un puente, incluso muchos fines de semana y luego todas las vacaciones del año de la enseñanza […] siempre he ido a Hervás. Porque casi todas mis obras las he escrito desde Hervási”.


Buenas tardes a todos.

Hablar de la presencia de Hervás en la obra de Víctor Chamorro es una redundancia. Pocos autores se habrán sentido tan ligados a un territorio como el escritor de La hora del barquero. Para Chamorro, Hervás fue el paisaje de la infancia que marcaría para siempre su devenir personal y su narrativa futura. A mi pregunta de por qué no había viajado más me respondió que el mundo se configura durante la niñez. «Después cualquier paisaje solo sirve para compararse con aquel mundo primigenio; si viajara al Everest, Jonás, solo podría decir que es siete veces el Pinajarro». Y puede que tuviera razón.

En este mismo cine representó, cuando era profesor del CLA (Colegio Libre Adoptado), en el curso 1971/1972, el Auto de los Reyes magos, obra medieval inconclusa que Chamorro finalizó para ser representada por sus alumnos. Entre los pastorcillos se encontraba Federico Suárez quien con el tiempo sería presidente de la Asamblea de Extremadura. Detalle que, en febrero de 2008, se ocupó de recordar su mujer Leonor Flores (Consejera de Cultura entonces), el día en que se inauguró la rehabilitación pública de este edificio, de titularidad eclesiástica. También representó la obra de teatro de Alfonso Sastre Escuadra hacia la muerte. Todo un atrevimiento al ser dramaturgia de un autor perseguido y que daría con sus huesos en cárcel franquista poco tiempo después.





La presencia de Hervás en su obra es una constante. No olvidemos que la que sería su primera novela, El santo y el demonio (1964), es la coagulación de un diario adolescente que el escritor redactó en la localidad en su mayor parte. En ese diario (de los que se conservan algunos fragmentos en su archivo) se revela un adolescente marcado por la religión que intenta explicar el mundo a través de la palabra escrita. Una catarsis personal que le ayudará a superar sus complejos y a la que dedicará, en agradecimiento, el resto de su vida. En sus memorias inéditas Chamorro me confesó que su abuelo Segundo Calzón aparece en El Santo y el demonio como el pastor cascarrabias y divagante, como un personaje de «obsesiva platonización» de la niñez del autor. Otro hecho relevante para el escritor fue la muerte de su hermana Citina en abril de 1945. Un trauma que nunca superó y que intentó purgar narrativamente en El Santo y el demonio:

«Aquello era un verdadero griterío y fue precisamente en aquel instante cuando el cura Ibraín hizo su aparición en el cuarto. La Sabel se tiró a los pies del cura y besándoselos y bañándoselos en lágrimas suplicaba un milagro».





Tabaján, el nombre de la localidad donde se desarrolla la novela, no deja de ser un topónimo que esconde la atmósfera rural de cualquier pueblo de la España de 1960, Hervás incluido: «Tabaján es un pueblo retirado del progreso por su situación geográfica y su pobre economíaii», El Charusco, pico montañoso de la novela, parece ser un trasunto del El Pinajarro. Cuando el narrador dice: «El corazón de Tabaján es su plazoleta», parece que Chamorro escribiera «El corazón de Hervás es la plaza Corredera». «Los chopos comienzan a desnudarse de sus hojas, doradas por el último sol de verano. El suelo va recibiendo la alfombra crujiente que a veces es barrida por el vientoiii», parece una breve descripción de La Chopera lugar donde compuso algunos pasajes de la novela como confiesa en sus aludidas memorias inéditas. Cuando se narra: «los rebaños dormían tranquilos, apretándose las ovejas unas a otras para recibir y transmitir el calor de sus cuerpos, en los cobertizos del Forquitoiv, vigiladas por los enormes perros pastores de orejas cortadas y collares de puntasv», solo está describiendo aquello que ha visto y que Tinín, su inseparable amigo de entonces, le ha contado con detalle. Es significativo, que en las ya referidas memorias, sea citado como El carnicero mágico.

La trama de su primera obra está poblada de personajes que ha conocido en Hervás, figuras que ha ido moldeando hasta ficcionalizarlas, para que no ser reconocibles. Con el paisaje no tiene tantas precauciones: «Los inviernos de Tabaján son muy fríos, con abundantes nieves y huracanes que destrozan los chopos con la facilidad del viento solano que abate las espigasvi». Hay pasajes de la novela, finalista del premio Planeta, que se desarrollan en San Antón: «explanada muy grande de tierra amarillenta, salpicada de hierba a trozos […] En el centro de la explanada se encuentra la ermita del santo […] A unos cincuenta metros hay un pequeño pinar […] Los de Tabaján apenas frecuentaban la explanada ni el paseo de los pinos, [se está refiriendo al paseo de Nápoles] pese a los delicados paisajes que se contemplan desde el fondo del pinar; diminutos prados verdes, huertos que parecen pequeños remiendos, lejanos ganados, fresnos y chopos...vii». La chopera será un paisaje muy presente en el imaginario de Chamorro que pone en boca del cura Ibraín: «¡Cómo evoco La Chopera que tantas veces recorrí de niño!viii». Fue en ese paraje donde un escritor en ciernes fue víctima de un pederasta. Hecho que cuenta en el documental El sillón de Víctorix, y que reconstruyó literariamente en El pequeño Wertherx. Una obra que, como veremos, será la más autobiográfica de su narrativa.

Su segundo título El adúltero y dios (1966), fue escrita después de que un paisano de Hervás le contase la historia de su vida. Chamorro, con el vértigo propio de las segundas obras escribió las vivencias de aquel hombre que se le acercó un día de lluvia. En sus memorias inéditas recreó aquel encuentro:

«Una noche de mucha lluvia impidió a dos personas abandonar los soportales de la corredera. Uno era el escritor. El otro un hombre que vestía una chaqueta de paño gastado y calzaba zapatillas de esparto. Era canillero en la fábrica de lanas de Gervasia. Arreciada la lluvia, parecían solos en un pueblo abandonado. El tejedor dijo que él también escribía. Y se le descolgó la mandíbula a instancia de la disnea (yo me acosté con mi cuñada mientras mi hermano me tuvo en su casa como a un hijo. Cuando lo descubrió me fui a la guerra buscando una bala)».

Chamorro tenía una historia que contar y lo hizo interiorizando los celos de una sociedad marcada a fuego por la moral de La Iglesia que dictaminaba la ley del momento. Vuelvo a citar sus memorias:

«Era la Iglesia -hablaba Chamorro con rabia- quien marcaba la pauta considerando a la mujer como un ser incompleto a la que segregaba del sacerdocio. Sólo altareras y limpieza de templo. Las de clase alta con mantilla y peineta ornando las procesiones. La iglesia nacional católica imponía a la mujer el débito conyugal. Lo que convertía muchos matrimonios en una violación continuada y protegida puertas adentro de la casa. […] Era la Iglesia Nacional Católica detrás de aquel código penal que permitía la muerte de la mujer si era sorprendida con el amante sólo y sola, desnudo y desnuda en el mismo lechoxi».

Aquella historia que le fue contada por un desconocido en los soportales de La Corredera, le supondría ser finalista del premio Planeta en 1964 con el título de El adúltero y Dios y que correría igual suerte en el premio Blasco Ibáñez de 1966 bajo el nombre de Amores de invierno.

Con La venganza de las ratas (1967) Víctor Chamorro ganó el premio Urriza. Rincón, el topónimo del pueblo en el que se desarrolla la novela también tiene pinceladas descriptivas que evocan a Hervás. Uno de los pasajes principales de la obra reconstruye un suceso real, como cuenta el escritor en sus memorias:

«Un teniente ordenó al Carrero local el traslado de un vagón de heno desde la estación al cuartel. Se negó alegando era fiesta de guardar y que sería multado. Entonces recibió una terrible paliza y el ominoso castigo de caminar desde la estación al cuartel. Así sería condenado por la gente que, después de misa mayor, iba a la estación para ver llegar el tren. El escritor, aún con calzonas, estuvo entre los chiquillos que escoltaban al herido. A ratos se sonaba la nariz con los dedos y expulsaba flujos alquitranados. El niño percibió algo que le dejó una huella indeleble: un silencio sepulcral, sin piedad, en el que se escuchaban los gritos de la mujer suplicando un médico. La tortura al carrero, el proceso a su padre, y las represalias continuadas a Pepe, Angelita y Aníbal se confabularon dando lugar a los personajes de las ratas, fuerzas vivas de Rincón. Luego el título llegó sólo El último rebeldexii».

Con ese nombre fue presentada a los premios Planeta y Nadal, quedando finalista. Ya con el de La Venganza de las ratas ganó el Urriza, fue publicada por la editorial Terra y después reeditada por El círculo de lectores en 1975. Un libro que llegó a estar varias semanas entre los más vendidos por delante de autores como Miguel Delibesxiii, con quien mantuvo correspondencia.





Estamos ante la primera novela escrita en la posguerra que trata la tortura en el medio ruralxiv. En la novela el autor tuvo la audacia de motejar al comandante de puesto con el estrambote de «El cascahostiasxv» y hasta le dedicó una coplilla que se cantaba soto voce en las tabernas de Rincón: «Cuando a Jacobo / le van contra el pelo / el tricornio del cabo / va a dar al suelo».

Rincón no es Hervás, pero sí ficcionaliza unos hechos reales que ocurrieron aquí y que la mente literaria del escritor traslada al personaje de Jacobo y su torturador el «cascahostias». Para una novela escrita en 1967 es una osadía a considerar.

Con El Seguro: enfermos ricos, enfermos pobres (1968), gana el premio Ateneo Jovellanos de Gijón. En esta novela narra los hechos reales de dos placentas previas que Teresa, su mujer, sufrió en aquellos años. Aun así, en algunos pasajes de la obra se deslizan descripciones de Hervás:

«Los gorriones, los vencejos, le traían el recuerdo de las cigüeñas. ¡Oh Dios, un prado con cigüeñas! No podía imaginarse mejor a la primavera. Bajando al huerto, el río roncaba entre la espesura; bajando al huerto, a mano izquierda, pasado el río, había un prado que siempre tenía, en primavera, alguna cigüeña. ¡Oh Dios! Era primavera. Él debía estar en el huerto, desinfectando los cerezos, limpiando el padrón de hierbas, trazando los cauces para los riegos de verano. Un año atrás, por aquellas mismas fechas, él realizaba aquellos trabajos. Entonces estaba soltero y se tostaba al liviano sol de abril, un sol que no quemaba, templado, pero que día a día, le iba bronceando. Y él gozaba, ahora se daba cuenta de lo que había gozado, preparando un trozo de terreno mullido y metiendo, en el hueco que el palo había dejado en la tierra, una planta de lechuga, de pimiento, de tomate».

Chamorro, siempre le tuvo mucho cariño a aquella huerta que cultivó hasta casi los ochenta años y que yo, en alguna ocasión, ayudé a colocar támbaras (que le facilitaba Victoriano Peralejo) para que tirasen los tomates. Los recuerdos de la infancia junto a su abuelo, le devolvían a aquel lugar de privilegiadas sombras.

Las Hurdes, tierra sin tierra (1969) se gestó en Hervás cuando los abnegados hurdanos se desplazaban hasta el bufete que su padre le había abierto al escritor en la localidad. Tras duras jornadas a lomos de mula llegaban a su despacho para pleitear por un olivo familiar u otras nimiedades. En Canal Extremadura televisión reconoció al periodista José María Pagador que:

«No nos atreviamos a cobrar. La gente que iba solían ser de Las Hurdes. Las Hurdes pertenecían al partido judicial de Hervás y llegaba gente que había ido en mulo, después de un trayecto de doce o de catorce horas, y te exponían un caso humano tan tremendo que no se nos ocurrían nunca decir provisión de fondos que es lo que se hace. Y luego al final. «Nos dé usted lo que pueda». Y a veces, hasta nos costó dinero el bufete porque yo recuerdo que tuvimos el caso de una separación y cuando llegó esta señora a Hervás pues yo por mi parte, con la ayuda de mi suegro, le monté la casa con unas sillas y unas mesas para que pudiese vivir y entonces lo dejamosxvi».

Aquellas injusticias que le llegan desde Las Hurdes a su bufete en Hervás, le llevan a inmiscuirse en un viaje por tierras hurdanas y escribir un libro que aprovechó el título del documental de Buñuel, pero que -según Camilo José Cela- Chamorro mejora al tildar la región de «tierra sin tierra». Hervás aparece como el lugar a donde van a parar distintos personajes hurdanos. Su tocayo, el cartero de la la localidad, tiene capítulo propio:

«Víctor, un hombre simpático y con personalidad»

Víctor está encargado de llevar, a diario, el correo desde Hervás a Casar de Palomero. Víctor un día se cansó de la tartana vieja que tenía y se compró el «Land-Rover». Todo empezó a funcionar mejor. Se acabaron las averías de aquel motor asmático, los pinchazos de las ancianas ruedas, los viajes pudieron hacerse más rápidos y Víctor pudo traer y llevar más gente. Por al tiempo que transporta cartas, impresos, certificados, y reembolsos, sube a su coche a todo el que lo solicita. En los días de lluvia, ventisca o nieve son pocos los viajeros que se desplazan, pero en el mes de octubre y noviembre, meses de la aceituna, los jóvenes braceros de Hervás son contratados para ir a Marchagaz, por ejemplo. Y cito Marchagaz porque se dice que allí se fabrica el mejor aceite de España, el más claro, el de menos acidez.

A las ocho de la mañana empieza a congregarse gente a la puerta de la admnistración de correos de Hervás. Hay que estar a la hora porque Víctor es un reloj. ¿Qué ocurre si se presentan más viajeros de los que caben dentro del coche? Todos suben. Por dentro es un lío de cestas, enseres, mezcolanzas de cuerpos, gritos, denuestos y risas. ¿No caben más? Ya veremos si caben. Víctor abre la portezuea, empuja con el hombro; poco a poco va quedando un hueco y en el hueco introduce al que iba a quedarse en tierra. Luego un portazo y: ¡Nos vamos! ¡En marcha la diligencia!

[…]

Pero el coche de correos que sale de Hervás y el dos caballos que sale de Casares son, al tiempo que repartidores de cartas, vehículos de civilización y cultura. Transportan hombres de unos pueblos a otros, facilitan la labor del médico, del practicante o maestro y son intermediarios de un rudimentario pero necesario comercioxvii».

El libro Sin Raíces (1971) se gestó en Hervás a donde acudieron hijo y nieto de Agustín Sánchez Rodrigo para convencer a Víctor Chamorro para que escribiera la biografía del impresor de Serradilla. De nuevo, me hago eco de sus memorias:

«Se presentaron en Gervasia dos personas preguntando por el escritor. […] El padre tenía aspecto de hidalgo que pasea por los encinares con paraguas y un misal. Vestía de negro con una camisa blanca inmaculada de cuello abrochado sin corbata. Cara ascética, ancha, con una niebla de búho. Pelo canoso a cepillo de viejo senador del campo. Su hijo era un joven elegante sin perder un halo campesino. Buen conversador sin tonillo de la tierra, pero había renunciado a palabras dialectales.

El escritor escuchaba al hombre mayor contar las bondades de su padre Agustín Sánchez Rodrigo. Pensando que si aquellas dos personas se marchaban pronto tendría tiempo para preparar la clase de francés. Le conmovió el respeto automatizado del hijo. Sólo hablaba cuando su padre llevaba a los labios el vaso de vino. Y empujaba con la mirada para que su padre coronase una frase sin titubeos. A medida que trascurría el tiempo la euforia se apoderó de la mesa del mesón de La Vaca Brava».

En Guía secreta de Extremadura (1976) aparece Hervás en varias ocasiones. La primera como «parada y fonda»:

«Saliendo de Madrid y tomando la carretera Ávila-Béjar-Plasencia, se penetra en Extremadura, primera región española, dicen, en latifundios, en señores feudales, en alcaldes caciques, en mano de obra barata, en mínima red telefónica, en trasnochados tendidos eléctricos, en ferrocarriles del Oeste y en carreteras deficientes […] En la hondonada del Valle, al amparo de un antiguo castillo templario transformado en iglesia, sestea Hervás.

El rey Fernando VII opinó que era una de las villas más felices de su reino. El escritor V. Moreno dice sobre su etimología: «Hervás de hervasus; el abundante de yerba, por los muchos y buenos prados; algunos dicen que viene de San Gervasio y tal vez tengan razón, porque el riachuelo lo llaman Santihervás».

Tiene Hervás una parte urbanizada en la que el árbol sombrea el cemento y los últimos prados se incrustan, moribundos, entre bloques de casa que se levantan con prisas febriles.

Este pueblo es el principal centro veraniego de Extremadura.

La parte moderna se engalana con un parque versallesco de geométricos parterres, a la melancólica sombra de llorones; y fuentes barrocas con peces. Se llamaba jardín municipal, pero, a la muerte del Caudillo, la corporación le rebautizó con el nombre del finado. Alguien, debió ser de noche, ensució el nombre con un espray.

Tiene el pueblo dos parroquias con cuatro sacerdotes. Y más abundante asistencia religiosa durante el verano. En una de las parroquias, la de San Juan, se puede contemplar un retablo barroco y un extraño Cristo arrodillado sobre una bola y con el cuerpo regado de sangre. Dicen que durante tres días, en el 1716, sudó sangre. La otra parroquia, antiguo castillo templario, con bella fachada neoclásica, cuenta en su haber con otro milagro: la virgen lloró. […]

Extremadura es tierra de leyendas, de tradiciones, de un folklore por estudiar. Hervás no iba a ser la excepción, aunque, por su paisaje, poco tenga que ver con Extremadura. Aquí triunfa el castaño con uno de los bosques más importantes de España. Triunfa el olivo. Pero no se ve la encina ni el alcornoque. Aquí se da la camelia blanca y la tintada, pero sobre todo el pastizal fresco. Es un pueblo serrano parecido a los pueblos norteños. Es como si los gallegos y astures que repoblaron estas tierras, después de la Reconquista, hubiesen traído su paisaje. Pero no fue cristiana toda la población. Un adagio dice:

«En Hervás judíos los más.

En Baños judíos y tacaños.

En Aldeanueva la judiá entera».

[…]

Se opina que el barrio judío de Hervás es uno de los mejores conservados de España: “Cómo estarán los otros”, dijo alguien».

La descripción de la historia e idiosincrasia del pueblo se extiende varias páginas en un libro que, por su interés sociológico, merecería una reedición. Por lo que tiene de universo extinto recupero las palabras relativas a la hostelería local:

«Si el visitante tiene un poco de paciencia y espera su turno degustando el vino aloque del lugar, podrá tomar estos manjares en la Vaca Brava, que es peña, además, del C.D. Barcelona. Si lo que le interesa es asistir a una emocionante discusión a favor del Bilbao, puede acudir al Mesón 60. Pero el mejor vino, dicen, se encuentra en la tasca de Terencio y en Los Conos, ubicados ambos establecimientos en el Barrio Judío. Para peces, el Tejero. Para cangrejos, en verano, El Universal. Para barato, Blas. Y si el turista desea tomarse un vino en un ambiente alucinante, acude a las Cuevas del Calvo, “que no tiene un pelo de tonto”, que luce en su barba tolstiana todo aquello de lo que carece en la cabeza, y que tiene un libro de reclamaciones lleno de autógrafos.

La decoración del establecimiento parece arrancada de alguna pesadilla kafkiana; es un pastiche de todo lo imaginable: desde calabazas hasta banderillas, pasando por un espléndido harén de mujeres de papel.

Hervás, cantado por Unamuno, Cela, Lera y tantos otros, es un pueblo que, dicen, imprime carácter y que no se visita una sola vezxviii».

Su siguiente libro Extremadura, afán de miseria (1979), es un ensayo sociológico sobre la región, recientemente reeditado por la editorial Jarramplas (2022), donde no hay citas explícitas sobre Hervás. El libro fue el intento narrativo de Chamorro por sintetizar las ideas básicas del imprescindible Extremadura saqueada que en 1978 había publicado la editorial Ruedo Ibérico y cuya problemática de fondo sigue vigente.

En Por Cáceres de trecho en trecho (1981), dentro del primer tramo titulado «De las Hurdes a los valles en flor» hay capítulo propio para Hervás:

“¡Castaños!, ya en la linde de Extremadura” escribe Luis Rosales. Acabas de llegar a Hervás, pulmón de oxígeno: oxígeno de su monte de castaños -uno de los más importantes de Europa- que rodea un valle verde en el que parece dormir. Hace siglos fue más que monte selva, como nos lo recuerda Alfonso XI, en su libro de Montería, cuando afirma que Hervás “era buena tierra de osos”.

Has llegado así mismo, al más importante centro veraniego de Extremadura -cabecera natural entre Béjar y Plasencia- y rápidamente se te hará añicos la vieja realidad de la Extremadura rural y desangrada, de las encinas polvorientas y los despellejados alcornoques como Sebastianes, de la merina y el porcino. Aquí no encontrarás el árbol que singulariza esta tierra, pero sí verás árboles de área climática oceánica, así como el verde gallego, o astur, que te entrará por los ojos como un manchón sin reposo: verde natural, junto a verde civilizado de parques, choperas, pinares, e hileras de árboles y rectilíneos parterres que acompañan el cemento. Un par de meses el verde se cubrirá de blanco y creerás entonces encontrarte en un vallecito tirolés presidido por la mole del monte Pinajarro, cargado de hombros bajo el peso de la nieve. Monte hiératico, solemne, totémico.

[…]

El progreso acabó con aquellos sacrificados neveros que partían de noche desde la sierra y regresaban a mediodía con sus acémilas cargadas de nieve para los ponches.

[…]

Tres kilómetros de sinuosa carretera separan el pueblo de la general 630. Te sorprenderá un mazacote que preside las peligrosas curvas serpenteantes entre prados zurcidos de huerto. No se trata de una fortaleza, ni del Alcázar de Toledo, tampoco es un búnker, sino el moderno hotel».

La descripción del pueblo continua durante varias páginas más, algunas de las cuales pueden escucharse de viva voz en el documental de El Sillón de Víctorxix antes mencionado y consultable por Youtube.



Por lo que tiene de sociología reciente no me resisto a reproducir lo que Chamorro escribe sobre los espectáculos taurinos durante los festejos locales:

«Te encuentras en el corazón del monte, entre la ermita del patrono y la moderna plaza de toros alrededor de la cual giran las ferias y fiestas de agosto y septiembre. Desde que es plaza de toros democrática tiene su pequeña historia pues la fiesta brava ha servido de aglutinante y detonante para que este pueblo proteste por vía taurina sin necesidad de partidos ni centrales. Tal vez influenciada por la historia medieval de la localidad, la empresa se manifiesta siempre bastante judía. Por ello se produce un divorcio total entre ella y el pagano. En las ferias de agosto no suelen ocurrir incidentes pues el veraneante se impone a la población autóctona. El espectador paga mil y pico pesetas y soporta estoicamente que una nube de polvo emerja del albero -como un vaho. Cortina de humo que palía los miedos del alcalde -me refiero al torero- o la cojera indecorosa de los astados. Aquello parece un desfile de lazareto: toros inválidos de las cuatro patas, de la columna, toros con funda de cuerno adherida con cinta aislante negra. Vacas en lugar de cabestros, toros que parecen salir sin cuernos porque lo hacen de cuartos traseros, toros que escapan de la plaza para morir de un tiro en lugar de un bajonazo, y la lista de sucesos se haría interminable. Anécdotas taurinas aparte, el hecho es que en septiembre la fiesta se politiza. El pueblo se reúne alrededor de la plaza y decide el boicot. Una comisión consensúa con el empresario, que clama es su ruina. Por fin se reduce el precio de la novillada y se abren las puertas de la plaza, pero el escándalo prosigue pulverizando records. Hasta cinco devoluciones de toros en una sola tarde. O puedes asistir a otro tipo de boicot -muy refinado- consistente en que los piquetes dejen pasar el mínimo de espectadores que los reglamentos prescriben, como imprescindibles, para que no se suspenda el festejo. Raro es el año que no se provoca algún show de este tipo. En el último la empresa huyó con sus toros, utilizando la noche, y quedando burlada la afición. A falta de espectáculo el pueblo recordó el número del último festejo en el que un joven de la localidad -entre punky y metal- salió al ruedo con gafas negras, un pendiente, y una camisa a guisa de percal. Tal vez conmovido por las manifestaciones del respetable -quizás no muy matizadas- agasajó al público y a la presidencia con sendos cortes de manga a cámara lenta que transformaron el coso en circo romano. Amparado por la fuerza pública el gladiador pudo abandonar el coso pero inopinadamente reapareció para llevarse a la enfermería una cornada en la axila. Cuando el médico le previno del dolor, el esforzado tuvo tiempo para replicar:

-Yo paso del dolor tío.

Así que te guste o no los toros -es indiferente- acude a los festejos porque te depararán claves sociológicas para profundizar en la idiosincrasia de este pueblo que tiene -como se dice hoy- más de una lecturaxx».


La Historia de Extremadura (1981/1984), El muerto resucitado (1984) y El pasmo (1987), pese a haber sido pergeñadas y escritas en gran parte en Hervás, no tienen alusiones directas a la población que sean reseñables.

No es el caso de Reunión patriótica (1994) una excelente novela que, quizá, adolece de un barroquismo en algunos pasajes que impide la fluidez de la trama. Esta obra es la más hervasense de las escritas por Chamorro. Quienes le conocieron de cerca saben poner el nombre y apellidos reales a los nombres de los personajes que aparecen. Algunos capítulos parecen sacados casi literalmente de la realidad. En otros se cuida de tamizarlos mediante la ficción. En esta obra se narra la asamblea que las fuerzas vivas del momento tuvieron para acordar la expulsión de Víctor Chamorro como profesor del CLA, algo que traslada de manera velada, en una superposición de estructuras y tramas. En ella se desarrollan escenas vividas en el Casino de Hervás, conversaciones de verano prolongadas por el alcohol estival y multitud de anécdotas y experiencias que Chamorro vivió en los años setenta y ochenta.



En El pequeño Werther (1997) se cuenta la adolescencia de Francisco, alter ego del escritor. En ella se describen distintos acontecimientos de su vida que ocurrieron en Hervás.

La Corredera, el puente de Hierro, el Cuartel de la Guardia Civil, la Estación de tren, El castañar, La Chopera, La Iglesia, el Pinajarro, la Peña de los Lagartos, San Andrés, San Antón, Las Cuatro Carreteras, La Cruz de los Caídos, el Robledo, el río Gállego, el Ambroz, Villa Rosa, el Barrio Judío..., multitud de lugares de la localidad se citan en las páginas de esta novela por su verdadero nombre. Recojo, por cuanto de literario tiene el pasaje, el momento en que el protagonista, alter ego de Chamorro, sale de Hervás para estudiar:

«Lo que más le extrañaba a Francisco era que Salamanca no olía, y él añoraba aquellos trayectos pueblerinos acompañados de aromas gratificantes. La calle de la Estación respiraba un nutritivo olor a tahona, y en vísperas de Pascua se impregnaba con el aroma a hornazos y a dulces. Salamanca no olía a carne chamuscada de matanzas callejeras ni a tierra húmeda después de un chaparrón veraniego ni al humeante estiércol del ganado que al atardecer abrevaba en el pilón de La Corredera. Sentía nostalgia del ordeñadero del señor Candela que olía a establo y a leche acalostrada. Ansiaba las vacaciones para respirar cera derretida, a incienso, a flores de Monumentos cuaresmales, a calles alfombradas de espliego y menta. La casa del Tribuno era una orgía de aroma de manzanas en lecho de paja, a melones en cuelga, a matanza oreándose, a quesos en aceite. Pero el olor más excitante era el de la pólvora que enturbiaba el aire anunciando las fiestas.

Recorriendo las calles urbanas añoraba aquellos aromas que se habían apoderado de su memoria, como el vaho agrio que eructaban los lagares del Barrio Judío, el dulzón aliento de la almazara, el tufo a casquería y vientre de los establecimientos carniceros, el olor a maderas tiernas, barnices, y resinas de las carpinterías, el mítico olor a tren, el de la ropa de su madre que él sacaba del cesto. Otros tufos ingratos se evitaban no transitando determinadas calles: la del pielero con su pegajosa tufarada a naftalina, el podrido aliento de las pescaderías, el olor a yodo y formol de la consulta médicaxxi».


La hora del barquero (2002), Érase una vez Extremadura (2003), Pasión extremeña en 13 actos (2009) y 25 de marzo de 1936 (2018) fueron escritas casi totalmente en Hervás, pero no recogen pasajes destacables de la población.

En Guía de Bastardos (2007), introduce personas reales que vivieron en Hervás como su abuelo, que el lector avezado reconocerá como personajes ficcionalizados.

En Los Alumbrados (2008) -para Chamorro su mejor obra-, el escritor hizo la operación inversa a lo que venía siendo habitual. Si trasladaba las características reales de una persona a un personaje aquí hará lo contrario, adjudica el nombre real de Jonás Sánchez Pedrero a un papel ya construido: «Querido Jonás: pensé que el personaje que debía llevar tu nombre fuera el que más se acomodara con tu personalidad y discurso».



En Calostros (2010) Chamorro convierte a Hervás en Gervasia. Topónimo literario que a la manera de Comala o Macondo, le permite construir con su narrativa un lugar mágico, lleno de personajes irrepetibles. En esta obra se reconstruye, en magistrales relatos, la llegada de las primeras publicaciones locales a Gervasia, la vida y tertulia del Casino, la llegada del tren, del tendido eléctrico, y la compleja sociología del cotidiano de finales del siglo XIX y primera mitad del XX. Casi todo el libro recrea la atmósfera de Gervasia por lo que no reproduzco ningún pasaje en particular, invitando a la lectura del libro en bibliotecas y su disponible compra en librerías.

La verdad es que casi cualquier rincón de Hervás ha sido descrito por la pluma de Chamorro. Casi podría trazarse una historia del municipio a través de su narrativa. Quizá sea esta una tribuna pertinente para reivindicar una ruta literaria como hay, por ejemplo, en Almendralejo sobre José de Espronceda y Carolina Coronado.


Un recurso turístico que recupere el patrimonio local, vinculándolo a la obra de uno de los mejores prosistas que ha dado el castellano en el último siglo. Aquí dejó mi propuesta.

Muchas gracias a todos por su presencia y atención.






 

BIBLIOGRAFÍA CITADA:

CHAMORRO, Víctor.

1964. - El santo y el demonio. - Barcelona: Planeta.

1968. - El Seguro. - Gijón: Richard Grandío.

1969. - Las Hurdes, tierra sin tierra. - Barcelona. Linosa.

1971. - Sin Raíces. - Plasencia: Sánchez Rodrigo.

1973. - Amores de invierno. - Madrid: Cunillera.

1975. - La venganza de las ratas. - Barcelona: Círculo de Lectores.

1976. - Guía secreta de Extremadura. - Madrid: Al-Borak.

1981. - Por Cáceres de trecho en trecho. - Madrid: Cuasimodo.

1983. - Las Hurdes, tierra sin tierra. - Salamanca: Librería Cervantes.

1987. - El pasmo. - Barcelona: Seix Barral.

1994. - Reunión patriótica. -  

1997. - El pequeño Werther. - Barcelona: Plaza & Janés.

2002. - La hora del barquero. - Barcelona: Acantilado.

2003. - Érase una vez Extremadura. - 

2007. - Guía de bastardos. - Hervás: Planteamiento.

2008. - Los alumbrados. - Hervás: Planteamiento.

2009. - Pasión extremeña en 13 actos. - Hervás: Planteamiento.

2010. - Calostros. - Hervás: Planteamiento.

2018. - 25 de marzo de 1936. [s.l.]: Asociación 25 de marzo.

2022a. - Extremadura afán de miseria. - [s.l.]: Jarramplas.

2022b. - Baratarias. - [Hervás]: [inédita, basada en el borrador: Última bicefala].

 

NOTAS: 

iLa entrevista más sincera del escritor Víctor Chamorro. Canal Extremadura. [Disponible en Youtube] https://www.youtube.com/watch?v=DLcp5vYffTQ (minuto 9).

iiCHAMORRO, 1964. p. 7.

iiiCHAMORRO, 1964. p. 13.

ivForquito es un paraje de la serranía de Hervás. Actuaciones sobre ella en: http://extremambiente.juntaex.es/files/forestal/obras/09N1011FR073_opt.pdf

vCHAMORRO, 1964. p. 35.

viCHAMORRO, 1964. p. 54.

viiCHAMORRO, 1964. p. 85.

viiiCHAMORRO, 1964. p. 162.

ixEl sillón de Víctor / José María Sánchez Torreño. - Plasencia: Óculo TV, 2013. (minuto 5).

xCHAMORRO, 1997.

xiCHAMORRO, 2022. p. 80.

xiiCHAMORRO, 2022. p. 107.

xiiihttps://es.wikipedia.org/wiki/V%C3%ADctor_Chamorro

xivLa paliza se describe en los pasajes de CHAMORRO, 1975. p. 50, 51, 52 y 54.

xvCHAMORRO, 1975. p. 46.

xviLa entrevista más sincera del escritor Víctor Chamorro. Canal Extremadura. [Disponible en Youtube] https://www.youtube.com/watch?v=DLcp5vYffTQ

xviiCHAMORRO, 1983. pp. 15/22.

xviiiCHAMORRO, 1976. pp. 21/34.

xixEl sillón de Víctor / José María Sánchez Torreño. - Plasencia: Óculo TV, 2013. (minutos 0/5).

xxCHAMORRO, 1981. pp. 7/21.

xxiCHAMORRO, 1997. p. 47.

jueves, 1 de agosto de 2024

LA SEMANA

"Hervás en la obra de Víctor Chamorro"

Jueves 8 de agosto a las 20 h.
Cine-Teatro Juventud de Hervás 


miércoles, 31 de julio de 2024

EL SIGNIFICADO

Los días pesan más que los años.

Se fue depurando hasta disolverse.

La edad cambia al tiempo.

Entendió al observar el silencio.

Las palabras tantean significados.

sábado, 27 de julio de 2024

LA BIBLIOTECA


La moñada de que “el paraíso sería algún tipo de biblioteca” lo dijo Borges que era, claro, un poco moña. Umberto Eco que tenía una biblioteca paradisiaca se mofó de Jorge Luis en su novela El nombre de la rosa y le puso Jorge de Burgos al monje anciano y ciego causante de las muertes de la abadía. Bien por Eco. La biblioteca, en el mejor de los casos, suele ser un lugar donde se cuentan cuentos a los niños, sin permiso de León Felipe. Lo normal es que acudan mujeronas a leer a la Almudena Grandes del momento o jubilados a buscar un oído amable -normalmente el bibliotecario-, al que arrojar su aburrimiento. Las bibliotecas son letrinas de socorro, paraguas de urgencia y lugar del tedio veraniego de los pueblos sin piscina. A mí me llevaba mi madre porque los cazurros del villorrio no se hablaban con los forasteros si no pasabas la cuarentena del parentesco. A veces ni con esas. Lo bueno de las bibliotecas es hacerlas. Comprar si se puede, robar si no se puede y husmear en cualquier mostrador donde haiga un libro porque en ocasiones salta la liebre. Al libro se acude como quien va de pesca y si la cosa se envalentona parece ya tema cinegético. Se espera a que aparezca el título porque se ha olido la raza de la editorial. Internet acaba con todo, pero no se puede vencer el romanticismo del robo y el antojo por exhibición. A veces, te llevas un libro que no leerás nunca, solo porque estaba allí y te entró la portada, el autógrafo o el precio. También te puedes aplicar a lo Abbie Hoffman, ese ácrata que se colmó de gloria al escribir Roba este libro. La biblioteca es ancha y diversa. Es un corcho de coleópteros kafkianos, la filatelia del conocimiento y el desván de las manías. Ángel Esteban escribió El escritor en su paraíso. A mí me lo vendió su editor Julián Rodríguez cuando feriaba por Madrid. No se acordó de que le había presentado dos veces, y menos mal. Esteban recorre la figura de treinta escritores que fueron bibliotecarios en algún momento de su ruina: Reinaldo Arenas, Benito Arias Montano, Georges Bataille, Jorge Luis Borges, Robert Burton, Lewis Carroll, Giacomo Casanova, Rubén Darío, Leandro Fernández de Moratín, Gloria Fuertes (¡oé!), Bartolomé José Gallardo, Goethe, los hermanos Grimm, Paul Groussac, Martín Luis Guzmán, Eugenio Hartzenbusch, Hölderlin, Stephen King, Menéndez Pelayo, El hombre sin atributos (Robert Musil), Juan Carlos Onetti, Eugenio D´ors, Ricardo Palma, Georges Perec, Perrault, Proust, Solzhenitsyn, Strindberg, José Vasconcelos y Mario Vargas Llosa, que además prologa la cosa. Lo bueno de escribir sobre muchos es que puedes escribir poco que es lo que pasa aquí. Onetti mil novecientos la hostia, uruguayo que se fumó la vida bebiendo en una cama, punto. Fue bibliotecario. Siguiente. Y así. Uno también ejerce la biblioteca, sacha el libro, lo busca y lo atesora. «Cuando no trabajo: libro» (es un chiste de bibliotecarios que decía mucho cuando hacía de Bruce Willis). Bibliotecar me parece un pasatiempo aburrido. No viste nada. Por eso le agradezco a Perpetua que aguante el tipo maternalmente y hasta me señale algún Umbral que se me pasa. A mí también me aburre un poco, pero a veces no te queda más remedio que pasear por el Moyano de la ciudad por donde andes. Es un poco lo que dice Juan Carlos Usó, el bibliotecario lisérgico, «nos drogamos para estar bien y si estamos bien para estar mejor». Pues algo así pasa con la droga del libro. Augusto Monterroso decía que «los buenos libros están en las malas bibliotecas». Quería decir que las colecciones de libros hechas con pocas novedades, solían estar formadas por clásicos que son «los buenos libros». Como frase suena. Lo que pasa es que al final acabas de Ovidio hasta el Homero. Hay que actualizar repeticiones porque luego llegan las navidades y no sabemos que regalarle al viejo. Por eso Ivan Illich nos advirtió que la imprenta había desarrollado la venta, pero reducido el aprendizaje o algo así. Un poco lo que ha pasado con Internet, pero en el siglo XV (lo que decía de las repeticiones). La herramienta no ejerce y la posibilidad nos basta. Jünger -que tenía una bibliofilia muy seria-, decía parecido de la bomba atómica. Umbral escribió que se comienza como escritor, pero se acaba de bibliotecario. Yo he hecho un poco a la inversa o cuando menos en paralelo. Lo que está claro es que todo el que escribe va dejando huellas de libros. Se sabe dónde hay un escritor por las migas que desprende su silencio. Se va convirtiendo en el disidente, en el emboscado que dice Jünger (es que lo tengo en la mesa). Se da uno cuenta que no encaja en ningún sitio y la biblioteca se le amolda como si fuera un guante. Por eso Miguel Artigas también fue bibliotecario. Johnny Depp le debe su estética de pirata a Keith Richards y el Rolling Stone más pétreo no sería nadie sin la Clasificación Decimal Universal. ¡Lo ha dicho él! ¡Yo que sé! José Luis Cano paseó por Velintonia mientras signaturaba la biblioteca de CAMPSA. Se conoce que entre surtidor y surtidor leían a Faulkner. José Moreno Villa, era el bibliotecario pureta de la Orden de Toledo. Bien está. William Sloan fue bibliotecario del MoMa, Howard Gotlieb, el colega de Buñuel, también lo fue. Pablo Neruda, Raymond Carver, Ray Bradbury, Leibniz el filósofo, André Breton, Carlos Edmundo de Ory, Leopoldo Panero y Paneromaría. Claro que el desencantado hijo del Paneroestatua lo fue en el penal de Zamora donde se enamoró de la intimidad que da una celda de la mano de Haro Ibars. Hacían buena la frase de John Waters que decía: «Tenemos que hacer que los libros vuelvan a molar. Si vas a casa de alguien y no tiene libros, no te lo folles». Por eso Paneromaría dijo que se inició a la homosexualidad por resistencia. En el cubo de una celda un libro se vuelve aire. Es el tópico de la libertad y la hostia, que como todo cliché tiene su punto de verdad. La biblioteca es esa celda, ese balón de oxígeno donde la intimidad tiene sentido hasta que sales a la calle y te das cuenta que el preso del alma por el que darías la vida es un psicópata, un cazurro o un hincha del Albacete. ¡Yo que sé! Lo que está claro es que para quien vive hacia dentro el libro le saca los pétalos. Le florece la mejor de las miradas porque vienen de la emoción sincera de un solitario. Por eso la poesía. A quien entiende que no hay que entenderla sino disfrutarla, le revela y le rebela. Por eso, quien la lee se da cuenta enseguida de si el verso es una pose o un latigazo lancinante. Es el lenguaje atávico de la emoción que se mete por la oreja como el dedo de un niño. Esas cosas que nos hacen mirar de frente al ser humano que llevamos dentro y que se nos olvida de tanto cumplir el horario. Georges Bataille, George Perec, Julio César, Alberto Manguel y Paul Leautaud. Al final todo escritor es bibliotecario. Ni antes ni después sino durante. El concepto de biblioteca también cambia. Léanse a Fernando Báez o a Juan Vicens, da igual. Forma parte de la vida y su dinámica trasformación. Como dijera José Luis Sampedro acerca del mundo, otra biblioteca no es que sea posible si no que es inevitable. Vendrán otros formatos, otros soportes y otras historias a acumularse en la intimidad de otros otros, como otros antes. Con la biblioteca también se cultiva la manía de la colección. Se trabaja la vanidad de la apariencia (desconfía del libro que no esté subrayado), la posesión que otorga un poder ficticio que cautivó a Hitler o Pinochet. También Karl Lagerfeld, que se dedicó a hacer cáscaras toda su vida, aglutinó trescientos mil títulos para curarse el complejo de cebolla. Tomás Navarro Tomás, Quevedo, Luis Cernuda, Sender y Rosa Regás. Sánchez Ferlosio, Teophile Gautier, Marcel Duchamp, Manuel Machado y Ernestina González. María Moliner, claro; esa hormiga del lenguaje que paseó su indiferencia para escarnio de la Academia con todos sus marqueses dentro. Uno va construyendo las paredes de su vida con heroicos farallones del lomo ibérico de Joaquín Costa. Cuento hasta tres diciendo Unamuno, Galdós y Cervantres. ¡Yo que sé! Lo que digo es que cuando llevo más de una semana fuera, echo de menos mi biblioteca. Busco una comparación brillante, pero es que no la hay. «Quien lo probó lo sabe» que diría Lope. Sí, el verso está bien traído porque hay algo de amor al libro. No diré goce para que no penséis que se me ha ido la olla, pero ya quisieran algunos polvos disfrutarse como ciertos textos. ¡Y no duran tanto ni de lejos! Para mí «la riqueza no trata de cuánto dinero tienes; trata de la libertad para poder comprar el libro que quieras sin mirar el precio» como decía John Waters. «Mis modelos de conducta», es un gran libro. Lo escribe con pasión humana. Es curioso, porque lo de la palabra, el libro y esto, es algo que han cultivado cualquiera de los grandes. Desde Picasso a Dalí, pasando por Chillida y Oteyza o Hitchcock y Orson Welles. Da igual. Al final a todos se les escapa un diario, un poema o en el peor de los casos una novela. A John Waters también. El cineasta sabía que lo del cine es una chufla, que nació en una feria como decía Jess Franco. La música tiene un punto efímero que agrada a cualquiera, y eso es lo malo. La palabra, y no quiero ponerme Wittgenstein, nos determina con su espectro. Mamá succiona. Papá escupe. Solo hay que escuchar a los sonidos para saber de dónde venimos. Lean mi Alfaveto -¡qué coño!- y se enteren. Cada vez que alguien entra en mi biblioteca me gusta mirarles el careto. La presencia del libro tiene algo de latín, de acojone por defecto y un pelo de envidia hipócrita. Siempre sale la misma pregunta cazurra: «¿Y los has leído todos?». «Me faltan algunos porque no caben aquí», respondo. La biblioteca tiene paisaje propio, a veces miro los libros como quien mira el horizonte. Repaso los títulos como quien contempla una fotografía y saborea la memoria. Me fijo en su presencia, en el placer que da una biblioteca por leer.

miércoles, 24 de julio de 2024

EL VERSO

Sin demagogia no hay discurso.

Olvidos selectivos para amores eternos.

Prejuicios de trayectoria.

Y pudo escuchar los anhelos de la brisa.

Si no huele no vayas.

Eufemismo femenino singular.

La resignación culmina la renuncia.

Sobrepasó el peligro de la costumbre.

La alegría tiene un ruido confortable.

 El verso acerca.

sábado, 20 de julio de 2024

EL EMBRUJO

«Yo, como don Quijote, me invento pasiones para ejercitarme»

Voltaire

 

Perpetua me dijo «El perro verde, Zamora. ¿Habrá que ir, no?». «¡Claro!». En la puerta había un cartel con motivos de chiringuito y platos amarillos aderezados de sol. Tenía terraza. Un bloque de pisos aplastaba el local al que se accedía por unos tranquilos escalones. El olor a berberecho merecía pedir un café con leche para tantear al camarero. «¿La leche del tiempo?». Pensaba cómo responder al acertijo mientras el calor derretía la escarcha de una rabas preputridas, desparramadas sobre el mostrador, por la que zumbaban tres moscas con despiste. «Del tiempo, mejor», dije con timidez. Agradeció la respuesta mientras secaba su frente con el dorso de la mano. «¿Y entonces por la noche es Karaoke?», pregunté. Me dijo que no, azorado como un niño en renuncio; que el cartel era de hace unos años y poco a poco se le fue apagando la voz en un hilo ridículo hasta musitar un «y» transitivo hacia el silencio. Un motor en marcha puso el perfume y la banda sonora de un café con leche atemporal. Dentro, una pareja inverosímil se gritaba procacidades a medio camino entre la prostitución y la familia. Pogacar subía el Tourmalet azuzado por el ímpetu de Perico a todo volumen. Dejé las tazas sobre la barra. «Pero vamos que hay uno que se llama Cherokee aquí al lado y otros dos, creo, cerca de la plaza mayor». Aquello me supo a encerrona, pero habíamos venido a jugar. El camarero, anilla y salitre, parecía anhelar mi disposición. Su furtiva recomendación parecía avergonzarse de las frituras, como si con cada ración se le escapara un «Libre» de Nino Bravo, en íntima nostalgia. «Cherokee», dije admirativo a Perpetua. Hay nombres que alumbran su decadencia con solo invocarlos. «Gire levemente a la derecha» Y me vi ante una deslustrada nave color pistacho de faja negra que traslucía desidiosas capas de pintura de no se sabe qué cuñado. Nunca un desierto de luz tuvo tan mala acústica. «Manu Carrasco no se merece esto» y nos fuimos camino de la plaza por las soleadas sombras de los edificios que se vendían en bloque a precios comerciales y actualizados. La levítica plaza dormía la siesta. Un heroinómano gallego pedía ayuda para su autobús que alguien apaciguó con un cigarro. La barra lucía un «reservado para camareros», pero tras el mostrador solo había silencio. «Hola». Y un tamo rozó mis canillas. «Holaaaaa!», voceé forzado. Indiferencia de clientes y botellas. Pude sentir la orfandad de una mirada al espejo sin espejo. «Vosotras, moscas vulgares, / me evocáis todas las cosas». Fue recordar a don Machado y me asustó un «dígame» que no esperaba. Bebimos con diligencia los Acuarius para dirigirnos al «Embrujo». Ya se sabe, la gente más creativa trabaja en publicidad y en poner los nombres de Karaokes. «Otro garaje», le dije a P tras divisar un televisor con dimensiones de Eurocopa que trascribía las letras de la música ambiente. «¿Puedo cantar?» «Sí, pero por encima». Aquello colmó mis mejores previsiones. Perpetua me confesó al día siguiente que nunca me había visto tan feliz. Embrujo derrochaba desgana y luces LED compradas al peso. Como si un lupanar de Calasparra hubiera descubierto las virtudes del color violeta. Castigada en una esquina había una máquina de dardos que la camarera encendió con la misma desgana que nos puso las ginebras. «Solo me quedan tres dardos. La gente los pierde» dijo, mientras me dirigía hacia la Diana entre la invisible muchedumbre. Cada dardo impactaba en aquella atmósfera como golpes de realidad difusa. Como si aquel disfrute estuviera reservado para mí. Dejé que Perpetua me ganara al Cricket y nos dirigimos a Valladolid para cantar sobre seguro. Tras una hora de ensayo al volante ella dijo: «Pone que está aquí al lado». «¿Cómo se llama?» «Karaoqueen». Y me estalló la cabeza. Habría cambiado todos mis versos por que se me hubiera ocurrido aquel nombre. Mi vida tendría sentido de haber podido llamar a mi garito de tal manera. Cómo era posible aunar en un solo vocablo tanta belleza. Chiquito y Freddie Mercury se daban la mano en un antro esquinero donde fumaban Lucky tres tristes tríos de puretas. «Aquí sí que que sí», le guiñé un ojo a mi confianza. Dentro, la consabida televisión de Eurocopa y un vacío reglamentario. «¿Puedo cantar?». Y la camarera comenzó a divagar frases inconexas sin cuajar en predicados. «¿Pero entonces puedo cantar?» «Puede que sí, pero tienes que esperar a que venga el DJ, y si le cuadra...». Tenía todo el tiempo del mundo para asistir a aquel espectáculo. A las 23:30 con una puntualidad alpujarreña, entró por la puerta un septuagenario de reducidas dimensiones que entró con paso ciático a la diminutiva cabina. Aquel boato con expectativas de cartón me fascinó. El disc-jockey se ajustó los auriculares con delicadeza para no estropear su cano tupé inflado de laca. El lobo-hombre en París dio paso A quién le importa de Alaska. «Ma-ra-vi-llo-so», dijo Perpetua. Una parroquia de funcionarios divorciados coreaban con movimientos de boda los anacrónicos temazos. Lo más parecido a un micrófono era un perchero que olía a Varon Dandy. Sin dejarme amedrentar comencé a cantar los estribillos por encima mientras miraba a los ojos de la concurrencia con la seguridad que me daba su falta de vergüenza. «Hace mucho tiempo que se acabó / Pero es que hay cosas que nunca se olvidan...». «Cómo me ponen Los Nikis», le dije a Perpetua que alucinaba con sarcasmo. «Con los Austrias y con los Borbones / Perdimos nuestras posesiones...». Fui subiendo el decibelio de mi cante, ante el asombro de la menopausia que reinaba tras la barra. Rufino, a punto de jubilarse como jefe de sección, sintió una taquicardia. Quién será este forastero que nos roba la tostada. Su expediente, su Paulaner en jarra fría, se había descarrilado. Quién osaba cantarles su mutismo a la cara. Sentí que les defenestraba sus besos administrativos. Y allí estaba yo con el trino en astillero, desfaciendo el entuerto de la palabra Karaoke. «Habrase visto, Perpetua».

lunes, 15 de julio de 2024

LA BOFETADA

Volver a la infancia de la fiebre. Volver a mirar el sol por la ventana con envidia de piscina. Sentir el cloro dentro de la carne para llorar de dolor. La ventana es la pornografía de los poetas, la pesca de la emoción y la madalena del aburrimiento. Le succiono el comentario del móvil a un loco inalámbrico, a un viejo con paso de salchicha. Escucho la tos de una golondrina y el llanto de una maleta que se orilla por la sombra. Y me abrazo a este disparo de parvovirus calibre B19. La vida guarda una bofetada para los mirones. Se reserva el derecho a rematar a quien se conforma con ver. La vida se aventana, se microscopia y se te mete por el ojo celular a revolverte la mirada del ánimo. Te duelen las preguntas como aguacates vacíos. Andas con el paso de la tortuga, quieres pensar en la ganancia de la pérdida, en la claridad que existe en la lentitud, en el caparazón que forja la resignación. -«El sueño de las tortugas viene precedido de una especie de «lavado del muerto»», le acabo de leer a Jünger-. Los poetas nos curamos leyendo. Cuanto más me sube la fiebre más Nerudo. Leo páginas como si fueran miligramos. Sigo enfermo, pero me curo de espanto y floto la soledad a base de compañías que no fallan. Le meto mano al Mamotreto de Cimas, me araño una sonrisa mientras me duele el gemelo. El dolor se vuelve una pregunta si leo, ya no enferma tanto porque curiosea, se hace ventana por la vía de la lectura. Los poetas mecemos la enfermedad de la vida con el bálsamo de la lectura. Bálsamo suena a balsa, a barquito de agua sana que acaricia la saliva de un niño. El moco de un niño en laguarde puede desatar la tormenta en tu cerebro. Es el efecto mariposa de las ventanas. «Aquí os dejo este moco», pienso mientras le pongo letras a esta fiebre. Ojalá el poema suba la fiebre a las salivas. Ojalá se abrieran las ventanas de mis paisanos... «vete a la mierda Jonás», me oigo que me digo. La soledad -ya lo sabes- es el único lugar para el encuentro. A veces la calentura distrae a la página y se fija en el ladrido afónico de un pavo y la pala que recoge nuestra vergüenza. La ventana nos regresa como un tobogán a las habitaciones, como si fuera la última canción de Residente. Miramos por el tubo gazatí, tocamos el calor con las manos y giramos una mariposa. He vuelto a mirar el mundo con el ojo del flash de piña. Este hielo en la frente calienta los recuerdos de la chancla suelta. Me lleva y me trae por la calle que mira a mi ventana. Allí estoy yo mirándome, tumbado hacia el tour de Francia, cerrando los ojos al polvo que se revuelve con un sonido a hoja. Pistones de infancia Pasados los setenta. Llorar/reír por la brasa del picor y la agonía reumatoide.

miércoles, 10 de julio de 2024

sábado, 29 de junio de 2024

EL PEOR

“Escribir no es ya llorar, sino alucinar, creerse como en un delirio, ser alguien en un mundo para alguien”

Leopoldo María Panero

“Y la literatura mutó en autoayuda de Manu Carrasco, encargada por la Concejalía del Buenrollo, el día que Yolanda Díaz tuvo la regla”.

 JSP


Se convirtió en abnegado de sí mismo.

Quien no curra vuela.

El afecto requiere tiempo y pretende eternidad.

Quien arrasa primero mata mejor.

El cambio climático responsable del huracán Lampedusa.

Pagó con minoría el precio de la excelencia.

El mar explica el volumen del tiempo.

Qué bien relaja el cinismo.

Seguimos peor.