lunes, 11 de septiembre de 2023

LA VIEJA

Vivimos alucinados. Los fotones no tienen luz. Las ondas que nos producen el sonido no suenan ni el sabor sabe. Son movimientos, son vibraciones que entran en nuestra retina que nuestros receptores transforman en sensaciones, pero lo que nosotros experimentamos no existe en el mundo real, o sea que cualquier cosa que vemos de la realidad es una alucinación porque no existe fuera, con lo cual, cuando tomamos alucinógenos, probablemente, vamos a esa esencia de la realidad, lo que pasa es que esa esencia de la realidad tampoco siempre es real, igual que la esencia de la realidad cotidiana no siempre es real. Yo siempre pongo el ejemplo de la imaginación. La imaginación es la alucinación más fascinante porque ya ni siquiera tienes que tomar nada. Simplemente con un mecanismo que produce tu mente estás generando una realidad que tampoco existe porque solo existe en tu cabeza, pero tiene un correlato con la realidad y todos sabemos cuando ese correlato de la realidad funciona o no funciona. No es tangible, es muy difícil de medir, pero todos sabemos cuando alguien está desvariando. Pero también sabemos cuando alguien está generando conocimiento simplemente con su imaginación y esto es, básicamente, el motor del conocimiento”.

José Carlos Bouso


La sonrisa le amanecía como un tallo en la frente. Apenas piel sobre su calavera, como si las ramas verdes de Machado acabasen de llegar por la brisa del sol, con su olor a tela caliente. Cuando el tiempo se esfuma, se diluyen los límites y la química esparce la energía con fulgor difuso. Aquella anciana sonreía a la existencia. La exuberancia del gesto sobrecogía como un crespúsculo, como un septiembre fortuito. Como el movimiento del ojo de un gato que te provoca, como la presencia de los ausentes que te acompañan, aquella vieja me escupió la química a la cara. Micelios comprensivos, neuronas fractales, capilares de empatía. Silencio. Camino. Una niebla de claridad que se posa entre mis ojos y el mundo como si mi piel no fuese más que la piel de esa vieja que sonríe, frágil, delicada como la ternura de un niño al que le brindan un poco de calor. Como si final y principio tomasen el vértice del colapso, como si un erizo habitara en cada célula y hasta lo mineral fuera una vida de otra escala, donde reposan las bacterias de un colon cosmogónico. Detrás. Detrás existe un invisible vibrante, un espectro que azota como el paisaje que está ahí sin que nadie lo vea. Siento lástima por los ascensores. Claridad difusa, lenguaje opaco, caricia sin tiempo. Qué atenta es la saliva que se derrama. Ráfagas sin tacto, melodías de formas que fluyen por el fósfeno de un ojo abierto en el misterio. Vuelves pero no estás. Regresas, pero ya te has ido. Hay mucho más aunque seas menos. Matices que descubren dimensiones desconocidas, estancias expansivas de lo cuántico. Y una mano tibia, universal, acariciándolo todo.

LA UTOPÍA