jueves, 30 de marzo de 2023

martes, 28 de marzo de 2023

jueves, 23 de marzo de 2023

LA CEBOLLA

Es público, todo lo privado.

No todos los hijos de puta somos iguales.

Disfrutar desprecia categorías.

Como escritor era buena persona.

Quiero cansarme contigo.

Torrelodones rima con cebolla.

miércoles, 22 de marzo de 2023

EL HOMENAJE

 

(Fotografía: Pilar Galán) 

VÍDEO 1


VÍDEO 2

 



HOMENAJE A VÍCTOR CHAMORRO

(Hervás, 18/03/2023)

Buenos días a todos:

Cuando Pilar Galán me pidió un título para mi intervención en este acto homenaje lo tuve claro: Baratarias. Fue uno de los muchos títulos que manejamos para lo que será la obra póstuma de Víctor Chamorro, en la que trabajé con él más de quince años. La tinta hervida fue el cigoto. Anábasis fue la versión más extendida que llegó a las 1500 páginas. Decidimos entonces fragmentar la obra en dos. Una de documentación, con antología de textos renovados, y otra con lo relativo a la intrahistoria de su bibliografía. Volvimos a la idea primigenia, rehicimos una y mil veces los borradores. Noté su desesperación y sé que echó de menos a Teresa. Ella era quien le quitaba las obras de la manos para enviarlas a editoriales y concursos, tras décadas de reescritura. Quienes conocíamos a Víctor de cerca no nos sorprendían sus constantes cambios de rumbo, sus tanteos de todas las posibilidades, que soslayaban una inseguridad que le venía de la niñez. Solo accedía a la confianza generada por el trabajo mesurado que hace a la palabra incólume.

La literatura era para él lo más importante. A través de ella compensó los complejos que la educación nacional-católica le había inculcado. En la escuela, le tildaron de “botarate” e “inútil total”. Cuando vio por primera vez su nombre impreso en la Revista Certamen (donde publicó su primer relato), su autoestima recuperó la confianza que la bendita educación franquista le había mutilado. La importancia del lenguaje para formar a la persona, fue algo que siempre intentó enseñar a sus alumnos y al público que asistía a sus conferencias.

Siendo profesor del Colegio Libre Adoptado de Hervás, completó el Auto de los Reyes Magos que representó con sus alumnos, en este mismo teatro, hace más de 50 años. Fue un cálido proemio para otras más combativas como Escuadra hacia la muerte y La mordaza, del también preterido Alfonso Sastre, que ya entonces eran censuradas.

Conocí a Víctor Chamorro como se conoce a los amigos: buscando una emoción hermana. Me presenté en su casa de La Corredera, siempre abierta, y toqué el timbre de su nombre. “Sube” y en aquella atalaya de sarcasmo pasé sus últimos dieciséis años. Radiografió mis inquietudes con el gesto granuja y la transaminasa melancólica por depresiones recidivas.

O Umbral o yo, Jonás”. Víctor no entendía que pudiera estimar los latigazos poéticos del autor de Mortal y rosa, sin comulgar con su carácter. Chamorro era de Dostoievski. Con él disfrutó su soledad adolescente. Con una novelita del autor ruso se arrancó a la lectura. Por eso titulé mi homenaje póstumo Noches blancas. Allí descubrió palabras hermanas a las que sentía por Teresa. Encontró en la literatura el consuelo que la España Nacional Católica le negaba. Curas pederastas, represión moral, y educación castrense le llevaron al fracaso escolar en “el pequeño Oxford” de Villafranca de los Barros.

Desde entonces, comenzó a escribirse en un diario de oraciones simples a modo de cloaca. Un légamo que cuajaría en su primera novela que bajo el seudónimo de Vizarco, Teresa enviaría al premio Planeta.

Inútil total” fue su diagnóstico, El santo y el demonio (1963) su tratamiento. En una cama con escombros de reuma, comenzó un exilio de Noches blancas y cartas de amor a Teresa. En Hervás -ya para siempre Gervasia- fue creando su Comala particular. Entuertos domésticos que desfacía a golpe de diario y lecturas de El Guerrero del antifaz, porque inmerso en el bocadillo del tebeo se nutría mejor que con pan blanco.

Con dieciséis años finalistó el premio Nadal, pero su padre no quiere que escriba y él lo niega. El señor secretario quiere un hijo Derecho. La prensa publica su nombre y la sentencia es firme: “Ojalá tu talento esté a la altura de tu cinismo”. Chamorro se fue orihuelando. Eran tiempos de zozobra. Su padre fue procesado por ejercer el cargo con honestidad y el futuro escritor creció encarando la injusticia, algo que forjó su carácter.

El adúltero y Dios (1964) son las memorias de un celoso extremeño. Un testimonio real que novelizó. La Guerra Civil vista desde un ojo particular. Lara la desdeña y Delibes la aplaude. Queda segundo otra vez en el premio Planeta. Chamorro sopla la ceniza y la retitula Amores de invierno (1966) y repite puesto en el premio Blasco Ibáñez de 1966. Raúl del Pozo titula en Pueblo: “Víctor Chamorro: de profesión finalista”. Rompe la dinámica con La Venganza de las ratas, 1967. Gana el premio Urriza de ese año y comprende la gramática del éxito. Viajes, firmas, entrevistas, prensa y televisión. Pero Víctor siente la tinta como un linaje y no cede al escaparate. “Yo me vuelvo a Gervasia” les dice, casado ya con Teresa.

Dos partos fallidos escriben El Seguro, de actual y pertinente subtítulo: enfermos ricos, enfermos pobres, pero estamos en 1968. Narrada desde la atmósfera febril del insomnio, apunta el tono que cuajará en La hora del Barquero (2002). En ella encontramos dos claves de su obra: la vida como material novelable y la pertenencia de clase como semántica. Que quede claro: Víctor Chamorro siempre se consideró un escritor marxista.

Recoge en Gijón el premio Ateneo Jovellanos (1968), pegando un portazo al editor Richard Grandío. Viaja a Las Hurdes, tierra sin tierra en 1969, que Camilo José Cela elogiará por mejorar el Tierra sin pan de Buñuel. Tras varias jornadas de viaje llegaban a su bufete los hurdanos para pleitear un olivo. Comienza a poner en orden su indignación y a hacer suyos los problemas de la gente.

Poco después, conoce a Gonzalo Sánchez Rodrigo que publicará Sin Raíces (1971), biografía novelada de su abuelo, responsable del “Método Rayas”: otra gesta heroica y olvidada, en la historia de la región.

Chamorro abandona las leyes y se implica en la docencia. Como ya hemos dicho, convirtió alumnos en actores con el arte anarquista del teatro. La tragedia acaba en Reunión Patriótica (1994), y la emigración en Destino, colegio donde ejerce más de treinta años.

Madrid era un hervidero político y Chamorro forjó su ideología con lecturas y experiencias. Vuelve a Gervasia cada poco. Escribe Guía secreta de Extremadura (1976) y Extremadura, Afán de miseria (1979) tras la lectura del libro clandestino de Ruedo Ibérico: Extremadura saqueada (1978). El escritor convierte a narrativa aquel ensayo cuyas problemáticas de expolio siguen vigentes.

En 1981 Marciano Rivero Breña publicó Conversaciones en Extremadura, emulando al libro catalán de Salvador Pániker. El autor entrevista a los paisanos ilustres del momento. “Qué se puede esperar de un pueblo que carece del resorte de la inquietud”, explicaba el pintor Juan Barjola como causa de su emigración. Chamorro se lamenta del nulo nacionalismo regional y compara el panorama como antagónico a lo que ocurría en Euskadi con la banda ETA. Al poco, irrumpe el golpe del 23-F y aquellas declaraciones resuenan en su cabeza.

Víctor Chamorro va cociendo a fuego lento las afrentas de la región. Como una María Moliner de Canillejas, elabora la primera Historia de Extremadura (1981/1984) en ocho volúmenes. A golpe de Ducados y ginebra escribió un preámbulo que todavía sirve. Pero él se siente novelista. Siente la historia como vehículo fiable, como perspectiva necesaria para que la ideología no descarrile. En la travesía conoce a Leopoldo González de Bulnes que funda Cuasimodo en 1981, con quien publicará varios volúmenes de su Historia y, en 1982, Por Cáceres de Trecho en trecho. Su guadianesca amistad le traerá el encargo de los guiones de Extremadura desde el Aire, 25 años después.

En 1984 publica El muerto resucitado, genial confusión de ficción y realidad con apéndice del fiscal Jesús Vicente Chamorro. Para la efímera colección La sombra de Caín de Espasa preparó otra novela que acabará publicando con Seix Barral. Nos referimos a El Pasmo (1987), obra con la que su narrativa da una vuelta de tuerca.

Pero el panorama literario comienza a cambiar. La Transición (para Vízarco ya siempre Transacción) troquela el canon del porvenir: “Quien se mueva no sale en la foto”.

Eduardo Moga, lector de la Agencia Carmen Balcells informa en 1990 que Los Marqueses del infierno (que 20 años después publicará como Los Alumbrados) es una obra extraordinaria, pero la novela se desdeña porque el autor “es demasiado mayor y no se le va a poder sacar el suficiente partido”. Chamorro tiene entonces cincuenta años, y el lumbrera es hoy profesor universitario y crítico en Babelia.

En 1994 publica Reunión Patriótica, “memoria histórica en las postrimerías del franquismo”, que tuvo ya que ser autoeditada.

La estafeta de Correos, Agencia literaria de Teresa, coloca en 1997 El pequeño Werther en la editorial Plaza & Janés. Francisco, alter ego de Chamorro, nos muestra su atormentada adolescencia.

Y llegamos a su obra cumbre: La hora del barquero (2002). Una pesadilla, una novela kafkiana, una tortura que introduce por los ojos un trapo en la garganta. Su novela más valiente en fondo y forma. Podría incluirla sin rubor en el parnaso de la mejor narrativa en castellano del siglo XX. No apta para socialdemócratas. Gana el premio Café Gijón y su nombre vuelve a sonar debajo de las alfombras.

Chamorro insiste en el amor a su tierra con Érase una vez Extremadura (2003) donde compendia sus 8 volúmenes de la historia regional, con un benevolente final de cuento.

Desde entonces, silencio. El mercado editorial que publica 80.000 títulos anuales, no tiene un hueco para su prosa. Conozco su archivo. Decenas de cartas elogian su calidad que consideran un problema. La censura del mercado es implacable porque controla todos los resortes. De nada sirvió que Planeta, Plaza & Janés, Seix Barral, Espasa-Calpe o Acantilado publicaran su obra.

Su hija Maite funda Planteamiento y edita Guía de Bastardos (2007), un thriller con atrezzo revolucionario. En Los Alumbrados (2008), cabalgo para siempre como personaje, en un inolvidable gesto de amistad por su parte. Pasión Extremeña en 13 actos (2009) es una obra de estructura original que funde los guiones de la serie de televisión Extremadura desde el aire (2009), en una dramaturgia sin tiempo. Por último, Calostros (2010), muestra sublime y magistral del relato corto.

En 2012, el Gobierno de la Región le concede la Medalla de Extremadura y la “contramedalla” una agrupación de colectivos sociales. Para aquel mérito su nombre fue candidato 25 años. La historia de aquel reconocimiento tiene novela aparte.

En 2017 publica 25 de marzo de 1936, su última obra hasta el momento, cuya adaptación teatral ha sido representada por toda la región. Aquel heroico episodio de las ocupaciones yunteras fue silenciado durante décadas y reclamado con insistencia como día de la región por la Asociación del mismo nombre.

Por el camino 65 años de literatura nos contemplan. Libros para la docencia, ensayos y colaboraciones en prensa. Artículos para ABC o El País. Por “Cráteres en la memoria”, publicado en El Independiente, recibió el premio Dionisio Acedo de Periodismo en 1988. En el año 2000, recibe el galardón Tierra y Libertad y en 2010 la Tenca de oro. La biblioteca de Casas de Belvís lleva su nombre. También una calle en Gervasia y un parque en Plasencia.

De su trayectoria se han ocupado los programas Esta es mi tierra (1983) de Televisión Española, Calostros (2012) de Triano Media o El sillón de Víctor (2013) de Óculo TV. La serie El lince con Botas, de Libre Producciones, le ha retratado en: Las palabras de Víctor Chamorro en 2002, Los crímenes de El Pasmo (2006), Los sucesos de Castilblanco (2007), el espacio inaugural de la serie La Barcarrota (2015) y Palabras para Víctor Chamorro (2022), emitidas por Canal Extremadura.

Sin embargo, creo que su mejor grandeza residía en la conversación. Pertenecía a una estirpe de narradores extinta. Asistí a decenas de sus conferencias. Sé del magisterio de sus palabras. Adecuaba el discurso en función del auditorio. He escuchado sus anécdotas con el placer intacto al descubrir cómo se gana un oído. Matizaba el ojo, hacía del gesto su adjetivo y nos devolvía a la tribu, a la atávica necesidad de confidencias. Con su fonética de ala marxista, su narrativa volaba en melancolías necesarias.

A sabiendas de que su muerte subiría la fiebre por su memoria, solíamos ironizar sobre actos como este. Su proverbial sarcasmo siempre tenía una maldad cargada. Parece que le oigo decir: “Los homenajes los hacen quienes quieren que se los hagan”. E incluso le imagino diciendo -como hizo tantas veces-: “Ten, Jonás, prevenida la pocilga. Hablarán en mi nombre aquellos que no me han leído una página”. Chamorro añadió a su despensa de máximas la que escribió José Bergamín: “Amigo que no me lee, amigo que no es mi amigo: porque yo no estoy en mí, mas que en aquello que escribo”.

Víctor Chamorro nos dejó una treintena de títulos y algunas obras inéditas, sin contar los múltiples borradores de sus obras censuradas como Las Hurdes, tierra sin tierra. Su casa de La Corredera, Casa Museo en sí misma, contiene miles de documentos que merecen un tratamiento archivístico, para desvelar sus verdaderas dimensiones.

Tomarán la palabra durante este homenaje algunos de sus mejores amigos. Pilar Galán, fiel valedora de su obra; Juan Sánchez (historiador que prepara una edición crítica de El Pasmo), Manuel Cañada (quien mejor ha reivindicado la figura de Víctor Chamorro) o Gonzalo Sánchez Rodrigo, editor de Sin Raíces, entre otras muchas fraternidades.

Las rodillas de Juan Carlos López Duque saben lo que cuesta saludar a un hermanísimo, y ser su entrevistador de cabecera. Teofilo González Porras, fue casi agente de sus últimas conferencias. Teresa Rejas, Nicanor Gil, Rafaela Díaz, todos ellos lectores, o alumnos de Víctor Chamorro.

Esta tarde tomará la palabra la alcaldesa, Patricia Valle, quien siempre le demostró su estima.

Son muchos los que en Gervasia podrían aportar un testimonio que ayudase a completar el puzzle de su personalidad. Y pienso en Eva Castellano, por ejemplo.

Tras esta semblanza, se proyectará “Las palabras de Víctor Chamorro”.

La atención que Libre Producciones le ha demostrado siempre, ha cuajado en la enésima generosidad, con la proyección de este audiovisual. Aprovecho esta tribuna para destacar el silencioso trabajo cultural, histórico y antropológico, que sobre la región, realizan desde hace décadas. Con casi 700 episodios, la serie El Lince con botas es su más conocido ejemplo. Su director, José Camello Manzano, habría querido estar aquí hoy, pero se haya inmerso en otro rodaje.

Nada más. Les agradezco su atención. Ojalá esta jornada sirva para que la obra de Víctor Chamorro sea leída, tratada y reconocida como su calidad merece.

Gracias a todos.

https://www.canalextremadura.es/audio/la-aeex-homenajea-a-victor-chamorro-en-hervas-este-sabado-18-de-marzo

martes, 21 de marzo de 2023

EL REFUGIO

 






 

(Fotografías y vídeos: María Carvajal y Mónica Marín) 


EL GARAJE

El bar castizo es una cochera. Es la necesidad de reutilizar lo que sobra, es el somier hecho puerta y un vagón de metro para arrimar la cebolleta. Lo suyo es que el pomo del retrete quede a la misma distancia de la mano izquierda que la consumición de la mano derecha. Que lo más lejos sean los dos pasos que nos separan de la puerta (uno de la tragaperras), porque la máquina de tábaco ha de quedar a tu espalda para poder jugar al roce convenido de los sexos.

El hombre de barrio es nieto de Paco, ese marido de Régula que nos contó Delibes. Desconfiado, pero con ganas de amistar con el extraño al que somete a la pequeña lapidación de las miradas. La primera pregunta es “si será secreta”, como un “y tú de quién eres” urbano. Uno se va del pueblo para no ser cura ni guripa. De intrusos nada. La consumición, la camisa planchada, si estira el meñique cuando coge la caña, si sale a fumar o si se come el pelo caído en los garbanzos, responden al interrogatorio tácito del recién llegado.

El camarero es nieto de la chabola, de electricistas y albañiles de Jaén que murieron de un infarto, de un andamio súbito o de un cáncer de picha. Muertes de pobre, tuberculosos del siglo XX que emigraron para poder morir en un tanatorio pagando La Almudena en navidades. Muertes que duran toda la vida para viudas y huérfanos que colocan fotografías difuntas en vértices de cuadros que pintó un sobrino. “Si nace varón, se llamará Pedro, como mi padre”.

Los bares de barrio tienen grasa en la cocina, orín en los baños y aceite en los ojos mostosos de un hígado reventado. Ojos de paro y depresión, ansiedad y cocaína.

Hay una ternura de carencias. Una madre macilenta que sale de la cocina como un pajarillo, que recibe los besos del hijo como si fuera el padre muerto y el respeto que da cocinar los callos como nadie. Ese es el reconocimiento al potaje y el destajo.

Hay historias que nadie contará. Pulmones que trasiegan humo con la rutina de la pausa, como un escape a la chapa que te pega Luis, hombretón con un Ideafix al que viste de lana y trata con modales. El perro de Luis es una cerradura por donde hay que mirar su corazón. Y El Abuelo con sus charlas, con su saber de vinilo, con su barba y sus hijos de cerveza y unmecagoenlaputamadredeRajoy. “Mi hijo” –dice- “se me va ir de España y ya no le veo más, tío. ¿Tú sabes lo que es eso?”. Y el ojo se le encharca. El bar, como una cochera nacional, con su tragedia tranquila –bebo para llorar mejor decía Dostoievsky-, y sosiego en la desgracia para que no se enteren los niños. También hay banquetas como hamacas y un cuaderno donde se apuntan los sueños de un botellín.

Hay un jamón que no se gasta y un calendario del Atlético de la época de Marina. Calendarios como fotografías emocionales, recuerdos de una tarde de fútbol que me regalo mi padre, un partido de dispendio y Coca-Cola porque los bares de barrio tienen la tristeza entrañable de una muerte escondida. Como esas tardes soleadas del invierno escuchando La canción de san Antonio en Radiolé.

España como un bar de garaje, con su tragedia de barro y hospital, con sus gatos y sus latins. Con su lluvia de metros y sus humos de viaje. Con sus abuelos de Soria y sus coches a plazos. Con sus ascensores rotos y su Mercadona. Con su cárcel de farolas y contratos. Hay en el bar una especie de madre, una respuesta a la que nadie pregunta. Una soledad urgente como una espiga que se enerva.

Y También hay una mujer ajada que se maquilla de más y se viste de menos. Esa mujer que alguien se tiró en el servicio (rompiendo la taza y el amor), dejándola para siempre en el ayer. Esa mujer que baila sola, que a veces trae una amiga más joven, y que más pronto que tarde, traerá a su hija para elegir un padre y una mano con que ver juntos la vejez y la tele, cuando les cierren la vida.

SIQUIERA ESTE REFUGIO

A Mónica

Hay un lugar donde todo está en su sitio.

La mirada en el ojo, la caricia en su sitio, 

el oxígeno en su sitio.

 

Volver,

salir a la calle fanático de sitio,

oliendo gritos por las esquinas.


Tu presencia ordena el mundo,

mi frente devuelve las nubes,

los niños se sientan y la casa se recoge.


Eres lo nítido,

la suavidad que hace al alma.

La risa que despeja incertidumbres,

la lejanía difusa que me envuelve.


Un diente para ti no es nada

porque para ti no es nada nunca.


Ya voy siendo el niño que adoras,

el hijo atroz que no tendremos.


Voy sintiendo el borde de las cosas.

lunes, 13 de marzo de 2023

EL PORNO

Un polvo desafortunado o polvo loco por Radu Jude

Yo creo que le dieron el oso de oro a Alcarrás para compensar el Porno loco de Jude. Se les fue la justicia de la mano al premiar Sexo y buscaron lo más convencional que había para nivelar la romana. El título de Carla Simón suena a las curvas que tomaba Luis Moya cuando perdía los Rallyes de Carlos Sainz. La catalana es un desbarre que no he visto ni pienso, porque hay cosas que se intuyen por emanación como decía JRJ. La paciencia, con sus cojones por fuera, tiene un límite. Y en la España póstuma estamos hartos de que vengan a filmar buñueladas sin más ánimo que vender la copia y ganarse la ayuda al buen rollo. El de Calanda, por lo menos, hacía películas de combate porque él venía del boxeo. Y si hacía falta pues tiraba un burro por el barranco de un avispero. Adenex vino después, con la subvención. Buñuel tenía fuerza, denuncia y verdad por mucho que los hurdanos sigan sin enterarse de que existen gracias a él. El emperador de las cabras prefirió quitarse el complejo a base de Netflix y paneles en Los Barruecos. Mientras, la gente Libre sigue su denuncia documental de la región con disimulo folclórico, marginados en los horarios que da el prestigio. El Lince tiene las botas con agujero de tanto patear renovaciones. Es lo que da vivir por temporadas cuando se es honesto. Radu Jude tiene cara de dibujo de El Jueves. De los quinquis que dibujaba Ivá en las viñetas de Makinavaja. El director rumano no luce bien en las alfombras porque no le abrocha el traje. Además cómo se le dice la sinopsis porno al Corazón, corazón de Igartiburu. La película tiene un descoloque a lo Fraude de Welles, a lo Million Dollor Baby o a lo Abierto hasta el amanecer de Rodríguez. Es de esas películas que van de otra cosa. En la estética recuerda a las cosas que hacía Todd Solondz, Miranda July o la moto acuática de Aranoa en Barrio. Jude te enseña la vergüenza con gracia. Parece ser que los rumanos son los andaluces de Europa, y por eso te vienen fogonazos de Pasolini en Ricotta, de El ladrón de Bicicletas de Sica y hasta del paisaje urbano de Taxi Driver de Scorsese. El cabrón de Jude te pone una venda y te quita la piñata. Te pega un palo y te enseña las cosas en que no te fijas, sin moverse del sitio como los mejores planos de John Ford y el toreo de Manolete. Hasta lo fortuito se llena de sentido y un gusto underground a lo Jess Franco y John Waters que para sí quisiera Cassavetes. A veces la película se pone en silencio coreano y otras parece un fresco bullicioso de Berlanga. A veces nos muestra las aceras del Jesús de Bruno Dumont y otras los escaparates cerrados de Amalia Avia. A veces piensas que va a salir Ken Loach con la gracieta de Daniel Blake y otras una meditación de sangre a lo Tarantino, pero no. El cabrón de Jude se pasa por el forro a Albert Serra porque, además, no va de propuesta. A veces tiene un tono documental casi de arquitectura, otras parece un sketch de los Monty Python, o las cosas que hacía Boadella por TVE, que ponía mi padre para dormirse. Sí, tiene momentos que parecen To er mundo e güeno de Summers y buscamos de reojo la cámara oculta de José Mota. La peli es pura frescura. Se carga el género porno y dota a la actriz protagonista (Katia Pascariu) de todas las preguntas que cabría hacerle a Irene Montero. Mientras pasa el metraje, se va uno escurriendo por el sofá pabajo, como ocurre cuando follamos o dormimos la siesta de golpe. Vermeer, Jan Saudek y hasta Roy Stuart se te vienen a la mente. También aparece el Cavestany de Gente en sitios y un poco los colores de Kieslowski. Otras evoca hasta al puto David Attemborough visto desde el esperpento de Valle. También hay Solana y un poco de Ramón. Por eso extraña, no ver a Goya por ninguna parte. Si no fuera porque es así, pensaría que me estoy mintiendo para parecerme a mí mismo en Trilogía 59. Para rematar la sal gorda de la trama, la paródica asepsia moral, se da durante la pandemia para que nadie se olvide de la chorrada que nos ha hecho mejores. A la peli le sobra un bulto de 25 minutos que le queda bien porque la hace más fea. Lo diré: Radu jode, y mola.

miércoles, 8 de marzo de 2023

LA VOZ

Que sea dentro.

Muerto asintomático.

Trapicheaba realidad.

Destierra el deber como premisa.

Legalidad excluyente.

Cambió para variar.

Olvídalo vivo.

El odio nació del límite.

La Voz era Operación Triunfo.

martes, 7 de marzo de 2023

EL HOMENAJE

 


Recordando a Víctor Chamorro”

(Ateneo de Cáceres, 9 de marzo de 2023)

Buenas tardes a todos:

Lo primero disculparme por no poder acompañar este merecido homenaje a Víctor Chamorro. Vivir en la España póstuma y tener un horario laboral espartano, impiden mi asistencia.

Para mí, recordar a Víctor es traer al presente una amistad de más de quince años donde nos tratamos casi a diario. He leído toda su obra, he transcrito sus últimos libros, he escaneado su archivo, y me confió algunas intimidades que morirán conmigo.

A menudo, le acompañé a las distintas conferencias que impartía por Extremadura. Solía pedir que estas invitaciones fueran en lunes (mi día libre) para que, además, pudiera ejercer de chófer. Nunca me gustó la velocidad, pero mi Renault Clio de quinta mano, vibraba si la aguja pasaba de noventa. Entonces, siempre presto para el sarcasmo, decía: “¡Qué buen volante tienes!”. Mi respuesta era “El que tú mereces”, y reíamos en complicidad antes de llegar, casi tarde, al evento programado.

Como un don Quijote con su escudero, recorrimos la región de punta a punta varias veces. “Siempre que puedas conduce por La Dehesa. Es un paisaje que no cansa nunca”, me decía. En su novela Los Alumbrados, Fray Alonso de la Fuente se antoja nuestro Alonso Quijano. En esa obra hay un personaje con mi nombre y apellidos. Fue su manera de rubricar aquellos viajes.

Cuando Víctor hablaba, buscaba el tono, el gesto y el silencio oportuno. Le gustaba paladear cada letra. Sabía, como buen maestro, que la fonética significa mejor. De su trato, aprendí gran parte de lo que sé en literatura. Pude entender que de la paciencia y el trabajo mesurado, nace la palabra incólume. Aprehendí (con hache), la máxima de Samuel Beckett que tanto solía repetir: “Es lo mismo. Fracasa otra vez. Fracasa mejor”. Yo le apuntaba:

-El arte es largo y además no importa. Decía don Machado.

-Ahí se equivocaba, Jonás.

Para Víctor Chamorro la creación literaria era lo más importante. Solía decir que hay dos clases de escritores: “Los que viven de la literatura y los que viven para la literatura”. Él, claro, era de los segundos. Además, siempre se reconoció como un escritor marxista. Consideraba que la problemática social residía en el reparto. Reivindicó el 25 de marzo como una fecha histórica ejemplarizante. Cuando mencionaba el episodio en sus conferencias, recuerdo la cara de asombro de los asistentes, que ignoraban ese episodio de la historia. Hoy -gracias a la Asociación 25 de marzo- es mucho más conocido.

Qué decir más. Podría hablar durante horas de mi amigo, de mi maestro, Víctor Chamorro.

Solo me queda aplaudir esta iniciativa y agradeceros la invitación.

Gracias a todos.

(Vídeo: María Carvajal)

sábado, 4 de marzo de 2023

EL AULA



(Fotos: Mónica Marín Campo)
 

AULA DELGADO VALHONDO (28/02/2023)

(Centro Cultural Santo Domingo, Mérida)


Buenos días:

Alumnos, profesores, oyentes todos.

Como lo primero es antes, comenzaré por agradecer esta invitación a Eladio Méndez y Antonio Orihuela que coordinan el Aula Literaria Jesús Delgado Valhondo con tino desde hace años. Cuando veo la nómina de autores que me han precedido siento una sensación extraña. A algunos les llevo leyendo toda la vida, a otros incluso les he llegado a conocer y tratar de cerca, las más veces para desilusión mía.

Son pocas las ocasiones en que una obra literaria nos conmueve. Cuando lo hace, presuponemos en su autor ciertos valores que a menudo no tienen. Por eso cuando les tratamos en persona solemos sentirnos defraudados. Me ha ocurrido en ocasiones. Solo espero que tras este encuentro, no les pase lo mismo conmigo.

Llevo más de veinte años viviendo en Baños de Montemayor, un pueblo de setecientos vecinos al norte de la provincia de Cáceres, que linda con la de Salamanca. Para mí, venir a Mérida es, entre otras cosas, salir del alfoz de la provincia. Saberme acompañado, imaginarme rodeado de inquietudes parejas que -cuando se vive tan retirado-, se olvidan porque uno se piensa el único lector sobre la tierra. Aprovecharé que se cumplen 84 años de la muerte de Antonio Machado, para citarle con insistencia: “En mi soledad, he visto cosas muy claras que no son verdad”. Quiero decir con esto, que espero vuestra empatía literaria. Por eso, para mí hoy es un día de celebración y desde aquí mi agradecimiento para con vosotros.

Por otro lado, cada vez que me enfrento a un auditorio, siento la responsabilidad de tener algo que decir. Que después de este encuentro no salgáis con una sensación de pesar. Siempre tengo presente las palabras que Michi Panero dijo en la película El desencanto de Jaime Chávarri, a propósito de su hermano Leopoldo María: “lo peor que se puede ser en esta vida es un coñazo”. Aquella frase me pareció muy oportuna, y algo a tener en cuenta para cualquier acto al que uno se enfrente en la vida. No pretendo dar el coñazo. Decidí titular “Turra” a la antología de textos que tenéis, para disculparme de cualquier pesar, por aquello de que “quien avisa no es traidor”. Espero que esta disertación sea breve. Y desde ya os invito a que podáis acompañarla de algún comentario o pregunta para compartir la sensación de culpa que omite un sermón como este.

Sed, por tanto benévolos con quien les habla. Espero que estar aquí esta mañana, aguantándome, sea más agradable que estar en vuestras aulas (no diré celdas, aunque con la semántica en la mano bien pudiera), y sea una jornada agradable para vosotros también, por lo que tiene de romper la rutina. Todos sabemos que lo peor del siempre es el “Otra vez”. Y esta “turra” de hoy promete no repetirse.

Por otra parte, qué puedo deciros. Qué disertación no es un coñazo para la juventud. Además, no sé muy bien en qué consiste la utilidad del conocimiento. Soy poco práctico en general y tiendo a complicarme la vida. Me aventuraré a decir que casi nada de lo que os enseñan y probablemente, lo que aún os quede por estudiar tenga una aplicación práctica, más allá del hecho de obtener una titulación, que por otra parte os servirá de bien poco. Ivan Illich ya preconizó que en un sistema capitalista el currículum se compra. Nuestra clase política está llena de ejemplos.

Sin embargo, aquí estamos. Vosotros cumpliendo vuestro papel de buenos estudiantes y vuestros profesores cumpliendo con su función de buenos pedagogos; y yo achicando aburrimiento como puedo. El sistema lleva en funcionamiento siglos y nos tiene reservado un nicho a cada uno. Un papel que debemos desempeñar sin salirnos del guion establecido, algo que por otra parte nos ha venido impuesto.

Estáis a las puertas de ser adultos votantes. En el mundo de lo inmediato en el que vivimos, se nos conmina a respaldar cada “cuatro años” la “dictadura del número”. Así llamaban los romanos a la democracia. Si se os ocurre cuestionar esta libertad, un rodillo de leyes (nadie hablará de justicia), os espera para aplicaros consenso, sistema y valores. Por tanto sean benevolentes conmigo. Esta “turra” que os voy a pegar, no es nada para lo que os espera fuera, si no tenéis un buen padrino.

También pido generosidad hacia vuestros profesores. Sé que estoy equivocado, pero quizá ellos, como vosotros, también sean víctimas de un sistema que cercena las vocaciones. Hay que ser un verdadero talibán de la enseñanza para mantener la voluntad pedagógica intacta, sin que añadas de estudios mengüen las ganas de ejercer. Sin que interinidades, traslados, endogamia departamental, oposiciones ante la casta de los tribunales, y otras arbitrariedades de cuyo nombre no quiero acordarme, marchiten la ilusión.

Por eso, os pido comprensión para ellos. Algunos docentes quizá -es un decir-, puede que vieran en la enseñanza la única forma de encontrar un salario digno para sobrellevar la existencia con decoro. Es un decir, ya digo. Por mi parte, os confesaré que mi vocación de bibliotecario fue premiada con tres años de prácticas, en las que lejos de cobrar, debía pagar mis correspondientes créditos al ser parte indispensable de mi titulación. La Universidad -¡bienvenidos a los estudios superiores!- se aprovecha de sus propios estudiantes. De no existir el eufemismo de “becarios” se llamaría “explotación”. Con mi diplomatura debajo del brazo fui contratado como Administrativo. Mi penúltimo libro “Pezón” se lo dediqué a “D. Ángel García Calle quien tras 4 años de carrera, 15 como administrativo, una amenaza de despido, 4 abogados, 3 juicios y 2 años de pleitos me convirtió en bibliotecario”. Como epílogo diré que ayer mismo tuve cita con él, porque el asunto sigue coleando.

No soy tan pretencioso como para creer que mi vida laboral sea exclusiva. Creo que, amén de coñazo, también os resultaré un tanto agorero.

Siento deciros que cada uno de vosotros deberá lidiar con su destino como mejor pueda. Sed benévolos con vosotros mismos. Nadie eligió nacer. Ni lugar, ni familia, ni cuerpo, ni capacidades. Además, os recordarán -no lo dudéis- que nacisteis en el lado privilegiado de la existencia. Que unos kilómetros al sur, la cosa hubiera sido mucho peor. Os recordarán -no lo dudéis- que lleváis la palabra “privilegiado”, tatuada en la frente. Aunque sintáis desasosiego, lo llamarán privilegio. Entenderéis rápido lo que vale un eufemismo, y que las cosas esenciales de la vida no se eligen. Trataos bien por tanto. Somos víctimas de la existencia. Como dijo Blas de Otero, “aquí no se salva ni Dios. Lo asesinaron”.

Por último, sean benévolos conmigo (mil disculpas de antemano). Uno, no puede rechazar la cortesía de una invitación como esta. Para mí, que vivo en la más anodina de las rutinas -no olvidéis que soy bibliotecario-, este encuentro representa una forma de romper el silencio cartujo de mis cavilaciones. Poder reflexionar en voz alta, acerca de lo que ha conformado mi manera de estar en el mundo: Leer y escribir.

A menudo, quienes se deleitan con la lectura suelen menospreciar (por acción u omisión consciente) a aquellos que no encuentran disfrute en las páginas de un libro. Confundimos conocimiento con lectura. En realidad, no sabríamos definir con precisión a qué nos referimos cuando hablamos de Cultura. Es probable que, cada uno de nosotros tenga su matiz de lo que la palabra significa. Los medios de comunicación, hablan de “cultura gastronómica”, “cultura del vino” o incluso titulan las fiestas “de interés cultural”. Cuando se ponen macabros hablan de “política cultural”, “cultura de la cancelación” y hasta un jocoso “matanza cultural” he llegado a leer en un diario de la región. Bajo el ala de la cultura, todo se reviste de un halo de suficiencia. Cabe y vale todo.

No olviden que la Cultura es un mito (lean a Gustavo Bueno si quieren). Gracias a la Cultura las constructoras de este país edificaron o reformaron cientos de millones de euros. No solo se hicieron aeropuertos. Cada ciudad tuvo su Museo de Arte Contemporáneo, su Palacio de congresos y su etcétera de vacío. Grandes fortunas se generaron a través del mito cultural. Atresmedia/Planeta o Amazon son solo un ejemplo.

El Roto, en una de sus geniales viñetas decía: “Si no los lees parecen libros”. Con esta rotunda sentencia nos avisaba acerca del trasfondo de las apariencias. También Antonio Machado decía en su imprescindible Juan de Mairena, que antes de enseñar a leer convendría saber para qué leer. Hoy, quizá, se lea y se escriba más que nunca como sabe cualquiera que tenga instalado la aplicación de Wasap.

¿De qué sirve entonces leer y escribir?

Creo con firmeza que la lectura y la escritura no sirven para nada. Lo dice alguien que lleva treinta años leyendo y escribiendo, y además es bibliotecario. También creo que la comunicación es imposible. Al igual que la amistad, solo es factible entre iguales. Es más, creo que gran parte de lo que llevan estudiado, así como lo que estudien en el futuro será casi superfluo.

No considero que leer y escribir sea mejor que correr o pasear. Siento una envidia cainita por todo aquel que se pasa la vida acodado en una barra, trasegando alcoholes mientras vocifera cualquier gol. Tengo profunda admiración por quienes conocen los vericuetos de las manualidades, quienes ejercen el punto de cruz o practican la filatelia. Me humillo frente a quienes visionan cada noche un Reality o rastrean las plataformas por el mero goce de buscar. Siento respeto por quienes son capaces de tener el televisor encendido, mientras atienden varios chats y comentan su estado. De verdad, me encantaría disfrutar de cualquier pose. Encontrarme a gusto entre la masa (en mis veinte años como cacereño aún no he ido al WOMAD). Me gustaría creer con firmeza que estoy en lo cierto. Sentir los colores de mi equipo, mi partido o mi utopía. Lo siento, sabréis disculparme, pero yo antes no creía en nada, y ahora ni eso.

La lectura como una parte esencial de lo que llaman Cultura, se suele revestir de un aura casi mística que como todo aura (y todo misticismo), suelen ser falsos. También la escritura se decora con respeto. Que no se engañe nadie: el lenguaje no nació para dar cobertura a la emoción si no a la contabilidad. Los primeros textos escritos hablan de cantidades de grano y no de la belleza de la espiga.

El lenguaje nació con vocación fiscal. Casi cualquier invento, progreso o tecnología, resultaron de una motivación de control. Podemos caer en lo simplista, pero no solo la policía proporciona “seguridad”. Los políticos controlan las leyes que los jueces ejecutan. Y en esa cadena industrial de monitoreo hasta los bibliotecarios somos policías, de la lectura en nuestro caso (y hasta ponemos multas). El profesorado -es un decir- hace lo propio con las distintas materias que imparten, con unos temarios aprobados con censura previa por parte del Ministerio de turno. Los religiosos inspeccionan la moral, los sindicatos las luchas de los trabajadores. Los medios de comunicación se ocupan del pensamiento y nosotros les entregamos lo que nos queda de intimidad a través del teléfono móvil. La pistola distingue al policía, pero en democracia todos somos guardias de algo, y el lenguaje se convierte en eufemismo: llamar seguridad al puro control es un ejemplo.

Interiorizamos tanto la vigilancia que confundimos el miedo. Justificamos la tutela como parte inevitable de nuestra seguridad y no sentimos la violencia que conlleva ser espiados. Somos presuntos culpables mientras no se demuestre lo contrario. Si no lo han hecho ya, lean El proceso de Kafka, o 1984 de George Orwell, y sientan un poco de asco decente.

A menudo, se ha considerado a la lectura como un vehículo exclusivo para llegar a la Cultura. Como premisa que asiente el cordel de este discurso, diré que Cultura sea: aquello que aporte inteligencia e inteligencia aquello que nos confiera capacidad crítica. Dicha destreza debe aplicarse primero sobre uno mismo. Qué somos, qué hacemos, qué podemos cambiar. Bajo este prisma de Cultura-inteligencia-capacidad crítica, la lectura puede aportar visiones de la realidad que consoliden esta terna de valores. Conceptos imprescindibles para darnos cuenta de que podemos ser poseídos por aquello que pensábamos poseer (lo mismo da la hipoteca de la vivienda, del coche, que un teléfono, una afición o un cariño al que llamamos amor).

Pero, ¿es que no hay más camino que la lectura para llegar al conocimiento? La razón me da muchas certezas para afirmar que hay senderos distintos y distantes para conocer. La realidad se empeña en demostrarlo.

De entre mis tres hermanos, Abel (segundo en llegar), es músico callejero. Algunos le conoceréis. Podréis haberle visto tocar en las plazas del casco antiguo en la ciudad de Cáceres. Tiene a gala no haber leído un libro en su vida. Sin embargo, pocas personas tienen una Cultura más sólida que la suya. Sus libros han sido las calles, los viajes, la experiencia humana en su más variada extensión. Tiene una inteligencia instintiva, refractaria a la lectura. Además, para expresar el basto universo que lleva dentro, utiliza el lenguaje de la guitarra. La música es su vehículo de expresión. Es un enorme tímido que se agazapa, tras las notas que expanden las cuerdas que tocan sus dedos.

Podría hablar de la sabiduría popular que mana de los escasos mayorales que todavía habitan nuestros pueblos; para ellos la prisa no existe y en la cadencia de sus tranquilos paseos demuestran que “todo pasa y todo queda, pero lo nuestro es pasar”. Vivieron en la costumbre de ver crecer los pastos y agostarse el follaje. Su vida les llevó a contemplar la lluvia, el sol, el relente y el rocío. Asistieron a los cambios que la naturaleza trae sin inmutarse. Asumieron como algo natural las tragedias, porque asistieron, sin alardes, a la enseñanza de la intemperie. No les hizo falta leer a Juan Ramón Jiménez. El moguereño escribió: “No corras, ve despacio, que a donde tienes que llegar es a ti mismo”.

Hay, por tanto muchas formas de Cultura, de inteligencia y de capacidad crítica.

Tampoco hay que mitificar la vida rural. La endogamia social de sus gentes puede generar Puertourracos. Miserias y ruindades que alimentan la violencia de Las Bestias. Abulia, desidia y egotismo. Nacer no otorga humanidad y lo humano que no se ejerce se marchita. “Lo que no se da se pierde”, decía don Machado. Lo urbano no va mucho más allá. Viví en Madrid mis primeros veintidós años y sé que en su trasiego la vida se olvida de sí misma.

Hoy, disponemos de una herramienta sin geografía que contiene un agujero negro de conocimiento. Me refiero, claro, a Internet. Decía, de nuevo, Antonio Machado que “El ojo no es ojo porque tú lo veas, es ojo porque te ve”. La web no nació para que podamos tener el universo al alcance de la mano. La tecnología tiene gatillo. En su origen, la red fue un invento militar, al que decidieron sacar mayor partido. De manera residual, hay quienes saben estrujar la herramienta y van mucho más allá de subir su intimidad, su vanidad u otras formas de infantilismo, a cualquier red social. “Todas las redes son redes de pesca”, dijo El Roto. De nuevo acierta. Todos sabemos cómo de cualquier hilo o de cualquier tweet nacen enrevesados procesos judiciales o censuras de toda índole.

Sin embargo, mi sobrino ha aprendido a tocar el piano a base de vídeos de Tik-Tok y yo he podido investigar a fondo multitud de temas sin salir de mi pueblo. Hace apenas veinte años me habría costado cientos de horas en desplazamientos y búsquedas de archivo. Internet no se hizo para hacernos más cultos, pero puede sernos de gran ayuda si estamos prevenidos. Así, podremos acceder a diversos repositorios documentales donde bibliotecas, videotecas y fonotecas están a nuestra disposición a golpe de click.

Don Machado decía que no hay que jactarse de autodidacto. “Es poco lo que uno puede aprender por sí solo, pero ese poco es importante y además, nadie te lo puede enseñar”. Por eso, la esponja de la inquietud debe absorber cualquier agua. Acercarse a un charco, un río, a un pozo o al mar. Dejarse llover encima, o recoger con los labios su saliva, puede servir de aprendizaje. Si un ojo llora hay que beber esa lágrima, porque detrás suele haber una injusticia.

Hay que cultivar la mirada, saber mirar para ver. En un bodegón no solo hay pintura, también hay luz, gastronomía, cerámica (si hay platos), carpintería (si hay mesa de por medio). Si nos sentamos a mirar “los hechos consuetudinarios que acontecen en la Rúa”. Podremos encontrar la sociología cotidiana, a través de lo que pasa en la calle. A quién vemos, qué edad tienen, cómo visten, de qué hablan y cómo lo hacen. ¿Crece la flor? ¿Se ha secado aquel árbol? ¿Quién recoge la basura? ¿Cuánto cobra? ¿Por qué no reclaman sus derechos? Creo que es bueno preguntarse y preguntar. Preguntar es una forma de mirar. La pregunta, responde un poco.

La realidad se muestra sin pudor. Está dispuesta a que nuestra mirada aprenda y aprehenda (con hache) el universo que nos ofrece.

Hay quien me pregunta cómo soy capaz de ver lo que escribo. Muy fácil, sólo hay que aguantar la mirada a las cosas. Quitarse la realidad como una prenda y sentir la poesía como la sangre que da la emoción al mundo. Si aguantas la vista a un lapicero, de sus rayas emerge la jirafa como nace la mariposa si mantienes los ojos en la primavera del gusano. Del folio brotan las palabras de un verso como si fueran las varices enamoradas de un cuaderno. También hay que leer un poco a Ramón Gómez de la Serna, y observar a Francisco de Goya. Luego, basta con quitarle las legañas al oído y tener una mano cerca, si es posible conocida. Leer mucho a Machado, a Cervantes, a Lope y a García Lorca, hasta que la tinta nos rebose por los dedos, como un agua que nos mancha sin remedio y nos tonifica.

Escribo para darle voz a las cosas, todos sabemos que una hucha es un avestruz que pregunta por sus brazos. Que pide nuestra clemencia, con sus ojos monedita, a través del hueco de un barrote. Con la lluvia, miré un segundo al paraguas y enseguida salió la seta mecánica que esconde. La poesía es lo contrario del miedo. Es poner el cuenco de las manos para que se pose la armonía, sin que importe que te vean. También hay que olvidar mucho, que la casa es grande, por ejemplo. Hay que olvidar entender, y encerrar las matemáticas en un cajón por más que chillen las sinalefas. Hay que observar a los gatos con su movimiento de serpiente y mirar a las serpientes con su reptar de duna. Y una vez vistos, saber que todos son sinónimos de agua, de la ondulante sed que nos marea. La mirada es el fonendoscopio del poeta, su bisturí y su remedio. El matiz, ese dedo con que giramos las palabras, abre o cierra las heridas. Y lo fundamental: que nada sea definitivo. Que nadie escriba, no lo aceptéis, la palabra importante. (Pausa)

Sin querer, reconozco en esta “mirada” a la poesía, esa emoción que nos humaniza. También hay lírica en el regate de Messi (sin entrar en su obsceno salario). En el orgasmo de Apolonia Lapiedra, en un cuadro de Zöbel, en un ajo bien plantado, en un jersey de lana gordo y en la baba de un viejo. Hay poesía en el porro que se pasa, en la caricia furtiva por debajo de la espalda y en el ojo que se encharca. El poema está debajo de las piedras, en el ocaso y en el alba, y hasta en la mierda que pincha un palo. La emoción nos hace humanos. Hace que la sangre duela aunque no haya sangre ni herida siquiera. Somos lo que sentimos, la poesía que se comparte. A unos les sale en forma de albóndigas, y otros hacen cuadros. La poesía tiene muchos lenguajes, pero si la distingues te da igual que se calle. Reconozco la emoción por las huellas que deja su silencio.

¿Si la Cultura puede venir de muy distintos lugares, por qué leer?

Convendría citar algunos datos. Cada año se publican, solo en España alrededor de 80 mil títulos distintos. Una persona con un buen hábito de lectura puede leer si llega a octogenario, alrededor de 7 mil libros. La criba se hace necesaria. ¿Qué leer por tanto? Las bibliotecas de las Misiones Pedagógicas de la II República confeccionaron un listado de apenas unos cientos de volúmenes esenciales en sus materias. Hoy las Bibliotecas se pueblan de miles de ejemplares de historias anodinas, temáticas desinfladas, lectura fácil y literatura de aluvión que alimentan los pasatiempos del lector industrial. Me refiero a aquellos que solo buscan en la lectura su particular sudoku, con el que pasar las desvencijadas tardes de aburrimiento, cuando la parentela se pone insoportable o como último recurso frente al insomnio. En la biblioteca, el ochenta por ciento de la gente me pide “libros para no pensar” o “libros para dormir”. El otro veinte por ciento me pregunta dónde está el baño.

De manera inevitable, hay que asumir la diferencia. Aquello que para mí resulta imprescindible, para otros ni siquiera les pasa por la cabeza. Pero no lo hacen por molestarme a mí -no hay que ser tan pretencioso-, simplemente su genética, su educación y sus complejidades, les llevan a ser nuestro distinto. También existe -no lo olvidemos-, el cabronazo integral. Decía, que lo inevitable ocurre entre miembros de una misma familia (ya cité la agrafia de mi hermano, frente a mi bibliopatología). Podemos comprobarlo en semillas regadas en un mismo tiesto, y hasta en gatitos de una misma camada. La vida es, por definición, diversa, compleja y caótica.

Vayamos afinando. Qué libros leer entonces y por qué leerlos. Hay ciertos libros que nos aportan placer, divertimento y son buenos. Hay otros que, además, nos aportan conocimiento y son mejores. Y finalmente están aquellos que nos cambian, que nos remueven por dentro, que apuntalan la gruta emocional que creíamos desmoronarse y son los imprescindibles. No somos lo que somos si no el cambio que nos hizo darnos cuenta de lo que éramos. A menudo la familia, el entorno, la educación, nos entorpece. Nos ata con su cariño vigilante. Cuidado: de bondad también se mata. A través de ciertos libros, de ciertos contactos o experiencias, percibimos que estábamos equivocados. El cambio, ese cambio, que llega desde quién sabe dónde, se puede asumir como liberación y no como pesar. Solemos decir: “no cambies nunca”. Yo creo que hay que “cambiar siempre”, es un decir, para poder fracasar mejor.

En lo personal, las lecturas que más me han aportado, han sido aquellas que versaban sobre temas extraliterarios. He aprendido mucha poesía leyendo ensayos sobre genética, sobre la condición humana en libros sobre etnofarmacología. He visto a Juan Ramón Jiménez en los cuadros de Joan Miró y he aprendido política con la arquitectura de Sainz de Oiza. Creo en la máxima de que “quien solo sabe de lo suyo, ni de lo suyo sabe”. “Creo, y en razón lo fundo” que una melodía sugiere un color, que un color pide una palabra, que una palabra puede acariciar y que la mirada resucita o mata al capricho de unos ojos. Digo, que la sinestesia ayuda a ensanchar la percepción.

La ventaja de la lectura es su aparente simplicidad. Gana a la música porque no hace falta cargar con el instrumento. Se impone a la escultura o a la arquitectura ¿Quién puede ir con su torno o sus edificios de la mano? ¿Qué aficionado a la pesca puede capturar una trucha en el autobús? ¿Cómo se juega al tenis en el tren? ¿Cómo enciendo la consola en la sala de espera de un Hospital? Ni siquiera el dibujo, simple como una libreta o un lapicero, tiene su apoyo cuando se le necesita.

La lectura solo pide ojos y libro (y ya hemos visto que hasta el libro sobra). Se puede leer el tacto de una mano con los ojos cerrados, el perfume de un cabello y el recuerdo de aquella pesadilla que nos despertó. Leer va más allá de las palabras, es un pensamiento que escribe, que razona, sin necesidad si quiera de ser escrito. El lector, recrea en su cabeza el universo. Es un creador total. Depende de su bagaje para traducir al propio imaginario cada palabra. Escribir no necesita papel. Juan Rulfo llevó en su cabeza “Pedro Páramo” y “El llano en llamas” durante años. Pedro Garfías recitaba sus poemarios de memoria a los editores. La memoria nace como despensa de la lectura, y a ese hambre le llamamos conocimiento.

Escribir es la exteriorización de una óptica porque el escritor va por dentro. Hay poetas que con sentir el poema le resulta suficiente. Otros necesitan verlo publicado. Otros que, además, necesitan ser premiados, reconocidos y hasta leídos. Hay quien nunca tiene suficiente. La vanidad no mejora la calidad de un texto, pero ayuda a compensar nuestros complejos y hasta alivia la economía de según quienes. “Todo necio confunde valor y precio”, decía don Machado.

Pero, si algún valor hay en la lectura (me refiero a esos libros que te cambian, a los libros que te convierten en el escarabajo de Kafka), si algo aporta la lectura, frente a otros placeres humanos, es que nos mejora la soledad. Nada aguanta un para qué. Sin embargo, en ocasiones, la naturaleza caótica de la existencia produce fugacidades de ilusión a las que persigo como se merecen. Como las olas del mar que golpean con eternidad a las rocas, empujo mis metáforas con el deseo de que alguien, algún día, pueda tumbarse en la arena de sus playas.

La poesía reviste de intimidad al solitario. Cimienta el lugar donde se es uno mismo. La lectura a solas, en este mundo de inmediatez, promete satisfacciones a medio plazo. “Largo me lo fiais” decía Sancho a don Quijote. Sin embargo, algunos libros, ciertas palabras, nos trasforman. La razón humana se nutre a través del pensamiento que las palabras articulan. El lenguaje no lo es todo, claro, pero nos determina en gran parte y, a través de la poesía, se convierte en lo que los demás saben de nosotros. Es la llave de acceso a lo comprensible. Lo que no tiene lenguaje se reviste de misterio, un terreno que solo la metáfora puede iluminar. Y aquí reside la esencia de la lírica. El valor que distingue a la escritura es su capacidad para alumbrar el ángulo imposible.

El hombre nace solo y muere solo. Sabedlo. El amor son dos baldosas. La convivencia lejana de dos límites inmediatos. La solidaridad y el abrazo, duran un instante. Son un excedente necesario que nos humaniza. Que nos hace creer en otra posible realidad. Bien está. Pero ninguna piel nos toca por dentro. A veces, ni nosotros mismos somos capaces de entendernos. La soledad tiene la edad del sol y es la esencia de la vida. La vida será lo que hacemos para compensar a nuestro solitario. Hay que enriquecer la soledad. Que en cada retiro habite mucha gente, que se pueble de memoria, de actos, de recuerdos que ensanchen las paredes del conocimiento. La memoria destila tiempo y acumula multitudes para el goce. La soledad es la esencia del individuo, de la inmensa minoría.

Ahora mismo, cada uno de vosotros, pese a estar junto a otros compañeros, pelea con su entendimiento en soledad. Escuchando mis palabras, uno pensará “qué pesado”, otro habrá desconectado hace tiempo mientras posa su mente en la anatomía de algún compañere, con permiso de la Ministra. Para esa soledad sirve la lectura y la escritura. Para mí, estas dos palabras se resumen en una: poesía. Para mí, poesía es sinónimo de mirada, de emoción y de metáfora. Puestos a decir chorradas, diré que la emoción poética no es necesario entenderla. Basta con disfrutarla.

La poesía es el arte de temblar, el lugar por donde no ha pasado nadie, una mariposa que vuela porque duda. Nace del mudo que grita ante sabernos solitarios. Nace con vocación de latido, de encontrar la empatía que nos reconforte. Necesitamos saber que no estamos solos, aunque así sea. Necesitamos mentirnos para sobrellevar la existencia. El poema es una mentira verdadera. Una exageración que nos ubica. La metáfora clarea emociones y nebulosas. “Se miente más de la cuenta por falta de fantasía, también la verdad se inventa”. De nuevo don Machado.

Y ya, voy acabando. Remató el perfil de mis mentiras.

¿Qué es para mí la poesía? ¿De dónde nacen mis poemas? “El arte es largo y además no importa”, nos recuerda don Antonio. Yo veces salgo por la noche a buscar versos. Salgo al encuentro del otro lado. Intento sorprender a las cosas.

Si dejamos que las palabras sientan, si esperamos, si dejamos que el misterio las roce con su brisa de noche, las palabras desprenden su matriz. Son veladuras. Sutilezas que cambian su definición a través de la metáfora. Hay palabras puente. Nexos levadizos hacia lo sutil. La palabra “cosa”, como la palabra “algo”, son brochazos cargados de desdén. Hay que saber mirar, olvidar la evidencia de la forma para entrar por el culo del conejo de Lewis Carroll, porque cualquier ano apunta una sugerencia.

El infinito se concreta si te acercas lo suficiente. Más adentro en la espesura, verás como la e se desprende de su crisálida de o, para ser una l que vuela. El día y la noche no son más que un abrir y cerrar de dientes. La palabra sabe que el verso empuja el corazón. Por eso nos detiene delante de la nada y nos suelta la mano. La palabra corta las cicatrices. Hay alas por todas partes, vuelos y viajes que nos necesitan. Ojos como niños asustados, pozumbres, sillonías, caritrezas. No sé, escribir «no sé» es decir «sé algo». Escribir «sé algo», es decir «no sé». En este juego se mueve la poesía. La poesía es nocturna. Sale pasada la medianoche y se esconde antes del alba.

Cuando el ojo se cansa, cuando la grava entorna la mirada y el sueño febril del cansancio nos embriaga, hay que tirarse al pozo de lo íntimo. La mesa enseña su pierna de barniz y recuerda el árbol que lleva dentro. Nos seduce con la mirada muda de los ciegos, con la tranquila presencia de lo importante. Una jauría de silencio despierta a los cojines empachados de espuma. La paredes se estiran como un gato de pétalos. La poesía necesita acostarse tarde, para olvidar el cáncer de la molestia. Cada vez que se interrumpe un poema, se apaga un misterio y se recalienta una sopa.

La poesía tiene la fuerza de la madrugada y un caudal de aes en marabunta. La noche es un pequeño corte cerca de la luna. Parece una mañana en prosa, el brocal del selfie del último premio Loewe. El gamusino de la metáfora se caza mejor en las camas del insomnio. La poesía vive debajo de las piedras y se esfuma cuando crece la levadura del alba, como si alguien abriese la puerta de la angustia y se escapara el gato.

A la poesía hay que esperarla con la tinta puesta y el corazón solitario. Hay que tener el adjetivo cansado. Hay que esconder los pañuelos y sacar las cucharas. Hay que decirle a las macetas cuatro cosas sin que nos oigan las fotografías. La poesía tiene oídos de sobra y se entera de lo que no queremos contarle.

Detrás del paisaje, al lado de la montaña, se ve una pasión agazapada que habla con los árboles. Cada casa tiene su poesía y su olor a genoma. La poesía es el genoma de las casas. Es la diferencia trasparente. Exagera y se queda corta. Llora como un cocodrilo blanco. No sabemos nada de ella, como si fuera un universo extraño, al que se acecha de madrugada.

Lo siento. Sí. Siento haber sido un coñazo. Disculpadme a mí también, pero cuando se vive en el alfoz de la provincia, a veces necesita uno traicionarse. Saberse acompañado, compartir la soledad para regresar de nuevo a la cálida madriguera de uno mismo. “Tengo a mis amigos en soledad, cuando estoy con ellos que lejos están”, dijo el poeta.

Os doy las gracias por vuestra atención, y les pido disculpas. Quizá alguno de vosotros o vosotras haya sentido como cercanas, estas cavilaciones.

MUCHAS GRACIAS A TODOS

 

Turra (antología de textos). PDF descargable