martes, 20 de diciembre de 2022

viernes, 16 de diciembre de 2022

LA VEZ

Bullicio solitario.

La vida exagera.

Si pierdes el tiempo te pagan.

Viajaba en primera gota.

Libertad con horario partido.

El otoño con su belleza de rimmel corrido.

Si se rompe bien, suena.

Llaman intuición al tiempo aplicado.

Jugar no le divierte.

Acompañado evitaba la compañía.

La prostitución no tiene sexo.

A veces temo mis a veces.

miércoles, 14 de diciembre de 2022

EL AMIGO

Tú siempre serás litrona y charco. Tienes corazón de Clipper y tos clásica. Eres el hombre que miran los chavales en los parques. Tienes piel de frío porque te gusta la media sonrisa que da su hambre (el frío y el hambre van juntos, como siameses del barro). Eres disfrutón, por eso gustas en sufrirla para gozar el agua caliente de cagar en taza, beberte un caldo o chupar un pezón a ojo. Venimos de la genética, y en ese banco hincamos la rodilla para rezarle al vaho. A ti el calor te la suda y sin diarrea no eres nadie. Sientes la palabra, te reconforta su látigo adolescente. Por ahí nos hemos encontrado, en esa infancia de metáforas que fingen. La vida exagera, Pablo. Jugamos al estímulo del verso para sentir que importa, para darle calor a las persianas. Hemos llegado -Se llamaba tiempo*- a la vuelta del camino. Ahora miramos de reojo al cubo de las sospechas y le damos fiebre a la memoria para que delire sus poemas. Que hay tristeza en el recuerdo viene de Manrique, que va a dar al cinismo de Umbral que escribe la hostia. En esa marea naufragan nuestras toses, “¡cuídate!”, y “a ver si nos vemos”. Escribes como siento. Veo tu mundo como un ojo chupado. Por eso eres mi amigo. Por esa necesidad que tenemos de uno mismo, de que alguien nos diga “muy bien” como si fuera un padre. La amistad es la lámpara de Aladino de las confidencias y una novia sin coño. Una lejanía caliente que nos observa, como los Reyes Magos de la cerveza. Al final, solo necesitamos comprobarnos, sentir el mundo como un jardín al que le crecen las flores que esperábamos. Lo mismo pasa con los libros y los etcéteras. Pasa con el beso, Pablo. Por eso escribimos siempre el mismo poema, dormimos en nuestro laíto y felicitamos el cumpleaños. Somos un ritual con mascarilla, una palmadita con horarios y un asco furtivo. Hasta aquí la paja. Y luego el caos, claro. Nada es tan simple como un texto. Cualquier gilipollas interesa más, pero nos hacemos mayores y nos entran manías de viejo. Y hala, a escribir la chorrada. “Caos y paja” (te veo la cara), “¡qué buen título!”, dirás mientras te asoma la risa. La risa es el disparo que caza la ocurrencia. Somos un poco Delibes, Pablo... Y Se llamaba tiempo cojonudo, ¡eh! 

[*Se llamaba tiempo. Poemario inédito de Pablo Gadea]

domingo, 4 de diciembre de 2022

LA OBLIGACIÓN

Y le descontaron la respuesta.

Secuestrado en ternura.

Prevención enfermiza.

Genios devastados por rajas cotidianas.

Cunetas de mercado.

Desde el cotilleo escribe mejor.

Lo peor se pudre.

La repetición desgasta alivio.

Un cómodo malestar.

No vivía para ser cotidiano.

Aquí hay demasiados quizás.

El dinero adelantó a la luz.

Prefería el dolor al daño.

El universo sale solo.

La realidad no será posible.

Saber obliga.

sábado, 3 de diciembre de 2022

HOMBRE SOLO

Hombre solo / Eduardo Moga. - Madrid: Huerga y Fierro, 2022.

Hombre solo es un pleonasmo, Eduardo. La condición humana conlleva una inevitable soledad que apuntalamos con hijos y amistades (si tienes tendencias al derroche) o con sobrinos y literatura (si vienes contrito desde chico como es mi caso). Da igual, al final todo va a parar a Jordi Hurtado (y que no le pregunten a la muchachada si quieren saber o ganar). Hombre solo se me antoja la secuela de Tú no morirás. Más deshecha, más fresca y natural. Como si el reguero de vacíos se nos convirtiera en libro. Dentro de todo hombre hay una soledad que a veces se concreta. Entonces, sentimos el frío y una panoplia de huecos que Eduardo aprovecha para ejercitar la lírica. Moga tiene nombre inglés, porte noruego y ademanes de funcionario alemán. Tiene una prosa cristalina, un lenguaje de chorro líquido como un “relámpago estéril”. EM dice que “escribir es una rueda que gira”, y aquí hay otro pleonasmo. Escribir es una rueda que gira como toda soledad. En el molino del hombre se fabrican los aceites del verso, el antioxidante del amor y del sexo, en los que Eduardo encuentra el alivio. Buenos alivios, pero alivios al fin. Luego la rueda gira y el verso se apaga y la cama sigue deshecha. “Cuando escribo me ronda otro insomnio”, dice como si hubiera una soledad soñante. Como si el sueño fuera una compañía que se fuera al despertar. Hay que enriquecer la soledad. Llenarla de muertos y lejanías. Machado, paradigma del solitario decía: “tengo mis amigos en soledad, cuando estoy con ellos qué lejos están”. Y luego, con su dialéctica Mairena replicaba: “en soledad he visto cosas muy claras que no son verdad”. ¡Qué cabrón, Eduardo! Tú y yo nos hemos tratado poco, pero a fondo, como hacen los solitarios. Sabemos respetarnos las molestias porque tenemos el verso fácil y el tiempo justo. Me diste aliento al compartir tu vacío conmigo (más muerto que solo, más viejo que vivo). En la España póstuma hay que ponerse grave para sentir viva la muerte: “A veces hay que matar para seguir viviendo”, decía Miguel Hernández. Por eso Eduardo va con su placenta asesinada por el decumano del poemario. Lleva una mochila de víscera que nos sitúa en la emoción para llevarnos de la mano tremenda. Quienes seguimos sus “Corónicas de Españia” sabemos que la muerte de su madre aún le duele y aquí le dedica su espacio de hombre solo, su dolor de hijo, su culpa de huérfano. Moga nos explica el whisky del solitario y su suicidio. Nos cuenta los motivos. Hace literatura. Eduardo viene de la k del whisky de Bukowski, que bebía cerveza caliente. Viene del alcohol de Faulkner y de los borrachos que traduce. Se impregna de poética solitaria y la destila en prosa lírica casi juanramona. A la soledad le duele el tiempo y Eduardo nos lo cuenta. La soledad, ese tiempo en angustia, ese miedo que se para y nos mira desde los objetos, detiene el vacío como si fuera la memoria estática del tiempo. Es inasible, como un líquido con alas de aire. Eduardo escribe: “para romper hay que romperse” y va llenando de añicos el poemario hasta deshacer las composiciones, las palabras, todo. Porque la soledad, en su robusta estructura de asfixia, se deshace si intentamos escribirla. Eduardo es “un hombre que escribe” y lo demuestra. Una soledad que tiembla y un amigo que se entrega. Quería decírtelo.