Puede
ser la gana, el capricho del ánimo que nos empuja a coger el autobús
para dedicarle un ligero interés a la nada. Es el impulso afable que
nos ocupa lo inmediato. La tarde del miércoles, el puente de los
santos sin gasolina para el coche, la paja pensando en la vecina del
quinto o el donut de chocolate. Ese paso de lo enseguida va dejando
su rastro de baba, su historia de accidentes y memoria. Invisible
como el autobús que va por Piedrahíta. Es la dinámica del
caos, de la existencia que ocupa espacios, tiempos y ambiciones. Ser
del Atleti o aquel hombre que se levanta a las seis de la mañana
para olvidarse de sí mismo mientras se gesta el cáncer de picha.
Son las mariposas que alimentan posibles tormentas. Es el “que no
se me olvide la tarta” y “qué hijo de puta es Carlos”.
Fugacidades, inmediatos, distracciones. Latidos que piden otro
botellín, acariciar al gato y darle un beso a la mejilla de la
abuela. Preliminares de la nada, importancias totales, agujetas de la
mente que no se sienta a mirarse las manos. Pan de misterio.
Despertadores que nos llevan al Metro de las lentejas con chorizo y
mandarle un wasap a Manolo. Esa greguería que se esconde en la nada
de todo y que solo ve Ramón en los eslabones de las norias. Da igual si ese tirón consiste en pintar de azul los
maceteros o ganar Estalingrado. A efectos de la nada es todo y
viceversa. Y sin embargo se mueve. Ese movimiento, ese tiempo, nos
ocupa y preocupa. Nos llena de ambiciones, versos e incertidumbres.
A veces, se vuelve ojalá, otras un silencio donde cabe todo. Ese
latido que nos lleva por la mano de la vida sin que nadie lo mire.