viernes, 17 de noviembre de 2017

EL OCASO



A Mónica,
que levanta mis ojos 
cuando agacho la mirada.

Hay un hueco detrás de cada letra, una realidad que mengua o crece al ritmo del conocimiento. En el capricho cotidiano, a veces se instala un farallón: ojera de insomnio y pureza. La imposible certidumbre de salvarnos de nosotros mismos, de no sucumbir ante nuestras preguntas, nos coge en la primera mano. La mano se trasforma hasta llegar al nosotros. Veneno y silencio, la ese abriga con su memoria de molde, y vamos poco a poco hacia el casi nada. Allí existe una certeza de pestañas y se puede hablar de lo que no se quiere: “Quédate”, “Dame la mano”, “Prometo no preguntar”. Y cuando la tinta arañe la última palabra, cuando el mundo se vuelva a su extinción (paso a paso en lo perplejo; corre una brisa) quizá un ocaso, haga llorar al cansancio.

miércoles, 15 de noviembre de 2017

EL AMARILLO

“Algún día
se pondrá el tiempo amarillo”.
Miguel Hernández
A mi madre

El amarillo viene de las pastillas, como la bilis del recado, como la palabra rota que atravesó un te quiero. El otoño es amarillo como un marzo fuera de sitio, como la fiebre, como el polvo, como la piel enferma de una madre. El polvo es amarillo, como una ceniza sin atender. El amarillo es la tarjeta roja de la vida, cuando la química se hace sarro, raspón de mueble y cerco de café. El amarillo se orina en los cabellos y los llena de nudos. El nudo es la tristeza de las mascotas, el grifo que gotea de los gatos, la camisa arrugada de los perros. Este noviembre es amarillo porque no llueve marrón. La lluvia engorda el amarillo hasta llenarlo de pana y brasero, devolviendo la lana a los armarios. El alcanfor es amarillo como la sopa de cocido. Manolo García canta amarillo como una Amaral que bebe tila. Las modelos del Zara, con su languidez de encimera, pasean el amarillo como caracoles en pesadilla. La pesadilla viste a rayas de avispa y semáforos en negro. Lo negro del tiempo es el amarillo. Por eso brilla el sol y la margarita se deshoja hasta convertirse en girasol. El desierto es amarillo, como un sudor que engorda por el viento. Es el ombligo cromático, la emergencia, el sabor del agua olvidada. El brillo con su elle de luz, vive en el amarillo. La claridad es otra cosa, una sombra trabajada que se nutre de silencio. El amarillo es un garfito, la uña de un niño con legañas. El amarillo con su atracción de celofán fija las huellas de lo que quiso ser memoria. Es la máscara de ternura con que se decora el cariño.