(Exposición "Disidencia y otras hierbas" de Pedro Sánchez González)
Hay
que asomarse al abismo para comprobar que no existe. Hay que bajar a
la tragedia para saber que amanece, que la luz vuelve como si todo
fuera nada y la arena se la llevara la marea. La disidencia es una
hierba que crece en los rincones. Seamos serios. Esto es una broma.
El amor es una broma, la fontanería una broma y el arte -oigo risas-
la comedia con que pasamos el domingo de los días. Hay, también,
personas en el mundo. Gente que pone almohadones en las cabezas de
los niños, hombres por los que tragamos el trapo de la existencia.
Son los disidentes. No sé. Cada vez que escribo nosé, algo
se aclara. No saber es una pausa, un límite que nos respeta como
quien mira el horizonte. Es el paso atrás de la perspectiva: la
distancia necesaria para ver. En esa línea nace la bacteria silente
del caos. En ese bosque atávico, en ese instante tranquilo, a veces,
surge la pintura. A veces, el universo cabe en un lienzo. Es la noche
que nos mira a base de brochazos fugaces y nos enfrenta con el cosmos
de nosotros mismos. Pintar es una forma de creer en la belleza: la
manera decente de abrazar a los ojos. Los ojos son lo que nos queda
del niño. Las orejas, la nariz y la piel llevan su reloj a cuestas.
Las vísceras se pudren como casquería de oro. Los ojos no. Los ojos
son dos niños de la mano. Dos siameses que crecen juntos unidos por
la mirada. Aquí tenemos una mirada, la broma macabra de un místico
social. Veladuras, perseidas de color en rabia, que muestran el polen
de la arcada. Nada nuevo. Desde la cueva, desde la primera avispa al
último nido de cigüeña, llenamos el hormiguero del tiempo con
cáscaras de margen. Llenamos los ojos con bolsas de versos,
filatelia o macramé. Nos sentimos aliviados cuando nos abrazan o
acertamos con el regalo. No sé. Da igual. Nada aguanta un para qué.
Siempre que se mira un niño nace una pregunta. Preguntar es
responder un poco. Poco puedo decir de este niño que se convirtió
en mi padre. Ya no sé lo que es un padre. No sé cómo se disiente
en un tren en marcha ni cómo se digieren las ilusiones necesarias.
No sé casi nada, pero me alivia inventarlo. Lo aprendí creciendo
entre las formas de estos cuadros. De las hierbas, que ayudan y
mucho, hablaremos otro día.