PRESENTACIÓN
“PEZÓN”
18
de diciembre de 2021 a las 19 h.
(Biblioteca
Pública del Estado de Cáceres “Rodríguez Moñino/Mª Brey”)
Quiero
agradecer al personal de la Biblioteca Pública del Estado de Cáceres
el trato recibido. A Eva y a Carmen Barrantes por
haberme traído hasta aquí en volandas. Y a la Concejalía de
Cultura del Ayuntamiento por haber tenido esta grata iniciativa de
ceder los espacios públicos, para que la poesía y la literatura
tengan cabida en este tiempo de recogimiento que solemos conceder al
otoño.
A
Eduardo Moga, quien ha confiado en mi poesía desde que leyó mis
primeros versos y ha sido -es-, un aliento presente en todo lo que
escribo, y que tuvo a bien que recogiera sus generosas palabras como
prólogo para este libro que hoy presento.
También
quería mencionar a mi padre, culpable directo de que esté aquí
hoy, por causas poéticas y no sólo biológicas.
Y
a Mónica, mi siempre, y único habitante de mi soledad.
También
quiero mandar mi agradecimiento, muy especialmente, a dos personas:
José
Camello Manzano (director, productor y guionista de “Libre
Producciones”) al que los asistentes ubicarán si digo que es el
responsable de los más de 500 programas de “El Lince con Botas”,
serie de extraordinaria labor cultural, histórica y antropológica
sobre la Región, y que las Autoridades políticas, universitarias y
culturales ya tardan en reconocer, haciendo propio el aforismo de
José Bergamín que rezaba: “lo que no se puede negar se ningunea”.
Para
él toda mi gratitud por ponerme en contacto con la segunda persona a
la que estaré totalmente agradecido: Ángel
García Calle.
A
él está dedicado este libro “Pezón”, en su segunda y hasta
tercera edición y las que puedan venir.
Las
palabras anteriores son válidas también para este abogado que con
toda la contundencia y sentido de la justicia que se le puede pedir
al Derecho, tuvo a bien defender una causa que 4 de sus colegas
rehusaron. El motivo: que un trabajador solicitase a la
Administración Pública que le fueran reconocidos sus derechos
laborales.
Tras
4 de años de carrera, 15 con un contrato de administrativo, una
amenaza de despido, 3 juicios, 3 años de pleitos, 3 sentencias
favorables y otras tantas reclamaciones de ejecución de las mismas,
este abogado, hoy ya un amigo, me convirtió en bibliotecario.
Por
eso, para mí, este acto es también un acto de justicia.
EL
AFORISMO (a propósito de Pezón).
Hay
que destilar el aforismo. Colgarlo de una nube y que aparezca debajo
de una alfombra si acudes a tocarlo. Que te sopape la cara con su
mano de Pedraza si le molestas mucho.
Puede
ser un verbo pero no el verbo ser. Una caricia que llama y quema, que
arrasa con el ímpetu de un verso y la mesura de un refrán. Tiene el
fleco descuidado, las carnes prietas y un trapo en la garganta.
No
admite el tobe estático. En poesía nada es, si no duda un
poco. Quien no escucha no puede acertar y no hay mejor oído que un
beso.
El
pezón “no es ojo porque tú lo veas, es ojo porque te ve”.
Y en este oleaje surge la emoción. En este trasiego sobran los
adjetivos y los verbos se caen por el vértigo de la paradoja.
Ocurre
que los sustantivos vuelan, llevan la brisa en los labios y dejan
sobre el folio la palabra mariposa.
La
metáfora sale de su caño si tocas la vocal que cierra su cerrojo.
Coña, cuño, ceño, están ahí, nerviosas palabras que necesitan un
ojo que las toque de perfil, para soltar su confeti inagotable.
Sabemos
que ha llegado el aforismo cuando suena un abanico, cuando cede el
aire si dejamos de pensarlo.
Ocurre
cuando Juan Ramón Jiménez se pone Platero y nosotros rebuznamos su
“Ideolojía” cuando escribe que el poema “encuentra a todo lo
real ejemplo superior”. Lo que el moguereño hace con el rucio lo
hablaba Don Quijote con Sancho. Y Antonio Machado en “Juan de
Mairena”, con esa dialéctica de la emoción humana que se concreta
en la palabra compañero.
El
aforismo tiene su pedagogía sin pretenderla. Conversa con el otro
que llevamos dentro. Amiga con Lope, y Calderón. José Bergamín, el
último autor del siglo de oro, dialogaba con su cabeza parlante.
Darwin, Humboldt o Mutis con la ciencia poética.
Y
aquí tenemos otra pincelada del aforismo: su sinestesia.
“Basta
lo suficiente”, claro. Porque cuando un ojo se abre, un silencio
penetra. Cuando un dedo acaricia, se saborea el chocolate. “Estoy
oyendo crecer a mi hijo”; Umbral sabía de estas cosas.
“Vivir
es amar y olvidar mucho”, decía. Huérfano de hijo. Floreaba de
versos la prosa, novelaba sus poemas para venderse mejor, con su
cinismo de niño muerto.
Juan
Rulfo sabía que el verso, el aforismo -qué más da qué-, era
indispensable como el “aire de las colinas”. Sabía que el mundo
estaba cerrado hasta que llegó ella. Mojaba sus palabras en los
cuadros de Zöbel para amarle cartas a Clara. Con Rulfo se sabe que
lo sencillo se complica y que la complejidad arde en simples llamas.
Algo
de esto nos dice Valle, claro, Valle-Inclán; que tocaba la realidad
con la lente que Berlanga le robó a Solana.
¿Y
por aquí qué tenemos? Tenemos quince mil “proverbos” -así los
llama- inéditos del maestro Víctor Chamorro. Aforismos que piensan
por el verbo, que sustantivan acciones omisas a la espera de que
decida publicarlos. Felix J. Ortiz llamó a los suyos:
“desaforismos”, con el fuero desatado de lo que va por dentro y
por fin sale.
Qué
pena de prosa. Qué lástima que se cuele en el aire de los poemas.
Qué pena que el adjetivo no le rompa la mano al sustantivo. Cómo
duele la casa blanca y el cielo azul. Qué rabia que nadie reviente
la casa blanca con bombas de pájaros sin pico, que manchen de negro
sus capitostes con la sangre enamorada del color rojo.
Ramón
Gaya sabía que se puede entrar en la claridad. Aleixandre que los
enamorados sufren por la luz. Alfred Jarry que la fonética significa
mejor, por eso el lenguaje depende de que el tono se entone con
ausencia de absentas, o no.
París
vuela, con el nacimiento del pico. Francia tiene muchas ciudades
dentro de la torre Eiffel, ese nido de cigüeñas hecha de métrica
por Montaigne. Sí, el aforismo tiene algo de atmósfera, de perfume,
de retrato que no se parece pero es. Gertrude Stein tenía cara de
Picasso sin saberlo, aunque todos lo supiéramos. Por eso Girondo,
Oliverio de Ramón, decía que nunca perdonaría a la mujer que no
supiera volar. Por eso, las mujeres del mundo pueden contar con
Benedetti, no hasta uno ni hasta dos. Por eso, decir poreso sobra,
como sobra casi todo.
“Soy
un fui, un será y un es cansado”. Por aquí anda Quevedo, con su
poesía de poliéster y elastano al 15%, made in Fernández
Mallo, porque todo entra si cabe.
Y
está Chillida dentro de los pulmones de Bach cuando entra en la
mezquita de Santa Sofía, mientras Oteiza chilla en Aranzazu que la
portada está con nada y no sin nada.
El
aforismo necesita respirar. Sabe que este texto pide aire. Que el
oxígeno tiene forma de risa, de chiste “con los cojones en el
culo”. Y llega Rodrigo Cortés con su “verbolario”, a pedirle
cuentas al tiempo con su sueño de patos. “La capota, la capota que
me aso”, dice que dijo Kennedy.
“Si
amaestras una cabra, llevas mucho adelantado” escribió, José Luis
Cuerda. Aquí también somos de Faulkner. “¿pensamos algo o nos
esperamos al lunes”. Escribe el de Albacete, que no es poco.
Sabemos que sin absurdo no hay pan duro, ni aforismos, claro.
Josep
Pla había leído a Jules Renard y por eso hablaba en retranca.
Confiaba su gracia a la psicología de lo inanimado. Supo que había
tristeza en cualquier sopa, que el sorbo hacía un ruido viejo como
el gozne del espejito del baño.
El
aforismo se fija donde nadie lo hace. Se escribe en cualquier género.
“Su corazón era el candado de mi vida”, escribió Gómez de la
Serna en “El hombre perdido”. Murió, claro, con la greguería
puesta.
También
se posa en las imágenes, en el torso desnudo de Angélica Liddell
cuando se pone ñoña para burlarse de nuestro dolor, como Félix
Francisco Casanova, ese canario que nació viejo en la bañera sucia
de Baudelaire.
El
aforismo actualiza repeticiones, le confiere al siempre una nueva
vez. Saber, por ejemplo, que el llanto eyacula; que el gato tiene
modales de biblioteca y que el silencio tiene su lenguaje.
Entender
que Neruda estiró el abanico desde arriba y que muchos se cayeron,
pero Miguel Hernández cogió el mango para dilatar el semen y la
dignidad.
Que
la vida tiene la magnificencia del sucedáneo. Que hay grandeza en lo
diminuto, que para que yo me llame Jonás Sánchez antes hubo de
escribirlo Ángel González. Que en los pequeños gestos hay enormes
logros: “arrancar el gatillo a las armas” como dijo Gloria
Fuertes.
El
aforismo, como un verso depurado, como un corzo expansivo, también
bebe por las noches. Baja hasta las charcas con las noches de luna. A
veces les observo desde el risco de mi entendimiento. Asomado al
balcón de la madrugada contemplo las sombras que proyecta el miedo,
siempre atento. La debilidad moldea el temor con su ruido violeta.
Sus fosfenos silvestres de fractales tranquilos, como acúfenos de
grillos domésticos, como bacterias con sonajero.
El
aforismo también se caza en el coto de las madrugadas por donde
campa Ramón, Juan Ramón y Ramón María del Valle Umbral. Donde los
magos de la química mágica, donde los sonámbulos funambulistas de
la fonética, disparan tinta furtiva sobre dianas escondidas. Ellos
crean el ciervo cuando se fijan en él. Aparece en la rama de un
roble, porque saben que esa rama es una cervera, como yo pretendo
ahora.
Shakespeare
preguntaba a Lorca por su calavera verde. Pobres ingleses que son y
están, sin matices. El verbo tiene su lápida, su eco de púlpito
que la emoción escupe. El adverbio, como cualquier camaleón, mira
con un ojo a la espada y con otro a la espalda. El gerundio se va con
Fernando, al séptimo pretérito de otra historia.
No,
el aforismo niega y se escapa por la o. En la perplejidad se afirma.
A veces pide un corte, un tajo certero a lo manido. Sí, ya sabemos:
basta lo suficiente, fracasa mejor, escapa por libre.
Recurre
a la pincelada, traza perfiles. Proyecta futuros en condicionales
imperfectos que asimpla si puede. Se neologiza, se tira al cuello del
cieno. Se mete en el culo de algo para que te salte la fonética a
los ojos como un gapo de atención. El aforismo no quiere que te
duermas. Odia a los lectores industriales, quema las babelias y las
librerías más allá de Orion.
El
aforismo rompe las costumbres, desata los cordones a las viejas,
rompe las agujas de las inyecciones y tira los lápices a El Roto.
Viene del último eructo, de la bilis con hedor a semen de una foto
de Gervasio Sánchez. De las preguntas que se apagan en las estrellas
que no miramos
El
calcetín tiene su punto, su roto para un desclasado, su sorpresa. El
aforismo no entiende nada y lo disfruta todo. Sale de casa con sus
manos en la cama como si fuera una pérdida de tiempo. Se cae al pozo
o se tira, da igual, porque sabe que lo importante se traga.
El
aforismo escucha. ¿Por qué ya nadie escucha? Se sienta en las
sentencias con su toga de tiempo y espera. Esa ceniza tiene algo.
Esas letras con su apariencia en desgana cuecen el acero o la saliva.
Derriten o matan con calma porque el aforismo vive atento.
La
madrugada tiene el mejor silencio. Tiene un poco de sangre en la
mirada. Cuando pican los ojos salen las palabras escondidas. Tienen
el escozor de la grava secreta.
Hoy
me presto a la teoría, a morir con la mentira del cazador. ¿Qué
hago aquí en este coto público, con mis asesinatos de la mano? ¿Qué
obscenidad es esta que nadie pide y derramo como una bolsa
sanguinolenta?
El
aforismo sabe que hay monotonía en la diferencia, y calla. También
sabe que entender mata y suena otro disparo. Al alba se asesina.
Aute, Lorca, y rosarios de enamorados fraguan la saliva porque
ignoran que esa inocencia acaba en rencor porque necesitamos lo
imposible.
Que
todo y siempre, tienen ritmos distintos. Que cada cuerpo vive
diferente. Que a veces la arcada nos rescata de la equivocación y
que, a veces, Machado vuelve mientras la vida espera, otro milagro de
la primavera. A veces -muchas veces parece demasiado-, la mueca nos
tuerce la demora.
Y
seguimos sin dueño, con el ojo a cuestas, que suelta la bata que le
cubre. Se desnuda para ser, piel con piel, pestaña a pestaña la
mirada que nos sostenga.
Binario
como el rojo y el verde, el aforismo tiene su propio código. Se
afirma y se niega. Mastica piedras para sentir el alivio postrero.
Sabe del capricho de los colores y de cómo se suben las escaleras
del gris. La grisura -piensa- tiene sonido de tristeza usurera.
Aunque no lo signifique, el aforismo apunta con su dedo pezón.
Sé
que tanta niebla cansa, por eso vuelvo a la oración simple:
sujeto-verbo- predicado. La tinta-vuelve-a casa.
Nadie
aguanta la niebla. La ebriedad pide su cama a la quinta vuelta. Hay
que parar. Nadie entiende cuando hablan los boquerones. Vuelven al
tenedor y a su sabor de lengua clásica. La atmósfera de giros,
marea de hermosura, perdón. Ya vuelvo.
Hay
puertas que enseñan con solo cruzarse. Hay amigos que laten en azul
como libélulas, a los que debo el camino del espejo, una nueva
importancia, otro telón caído a mis pies.
Gracias,
el aforismo sabe que decir gracias es decir lo siento, reconocer la
deuda de llegar tarde. De querer por encima de la realidad, la
distancia y el tiempo, como una ilusión adolescente. Querer es eso.
Lo demás sobra, y se enquista como cualquier desengaño.
AFORISMOS
PEZÓN
(Selección
de Antonio Orihuela para su blog “VOCES DEL EXTREMO”).
Se
trabaja en Estocolmo
Cobraba
mil euros y un día
Quiéreme,
completa mi egoísmo
Maltrataba
defendiéndose
Buscaba
la casualidad
Cada
jefe tiene su complejo de igualdad
Qué
aburramiento
El
futuro pasa por la indigencia sostenible
Hay
una ley para cada miedo
Busca
trabajo establo
Invertir
en antidisturbios ahorra en educación
Si
el líder es necesario la dictadura es democrática
Como
poeta era buen funcionario
Poesía
de Burgos
Follaba
por joder
Creía
en el Gym y el Ya
El
misterio depende de la vecina
Se
vende robo
Opositaba
a obediencia
Resistía
transigiendo
VÍDEO DEL ACTO (1ª PARTE)
VÍDEO DEL ACTO (2ª PARTE)