Juan Carlos Usó
acostumbra a poner el ojo donde mira nadie. No solo se fija en la
masonería, los transformistas y las drogas, también en la sutileza
del gesto, en la emoción tácita que acapara un silencio. Pertenece
a la rara estirpe de los honestos. Sabe que al lector se le puede
engañar con los cuernos del corazón que no siente, pero a uno mismo
-¡ay!- la traición le muta en vergüenza. Por eso sus libros más
que ensayos son respuestas a preguntas propias y se adentra en las
fuentes para tantear el río. A Juan Carlos Usó le va la primera
mano, el original para poder desmenuzar con sus dedos el cogollo de
la cosa. Su biografía tiene un mil novecientos no sé cuántos que
interesa poco porque su bibliografía lo dice todo. Arrancó en el
baile del conocimiento con Drogas y Cultura de masas (1996).

Cuajó en forma de libro la tesis que apadrinó su maestro «en estas lides»,
Antonio Escohotado. Cuanto más descatalogado, cuanto más
inencontrable, más necesario se vuelve este preámbulo del soslayo.
Usó se ocupa, de lo que a otros preocupa. Nos muestra el polvo que
cubre la historia que a veces resulta ser heroína o cocaína,
según el medicamento. Nos remueve en el sillón de la lectura con la
incomodidad de los que no quieren tragarse la pastilla porque dicen
«que es una droga». Por eso antes de darnos Píldoras de
realidad (2012), se fue de viaje con Spanish trip: la aventura
psiquedélica en España (2001)
que la familia analógica de Ulises reeditó (y ampliaron en digital)
para celebrarle cinco lustros al tripi.

De repente... ¡ahí va otra! Que
dice Juan Carlos «¿que si el brazo se chuta solo?»; y se marca ¿Nos
matan con heroína? Sobre la intoxicación farmacológica como arma
de Estado (2015).
Porque los
libros de Usó -quien tanto reniega del romanticismo- se titulan con
brochazos de punzón. Luego, un subtítulo delicado los estabula para
que la cabra sepa que, si tira al monte, es por caprina. Y en ese
plan esparce títulos como Los camellos, para
apostillar luego «esos seres tan entrañables» y
quitarles arnal. Por
eso Usó suele firmar solo JC, porque la importancia está dentro, en
la aparente ligereza de lo externo. Venía aprendiendo de sus libros
y de tanto aprehenderlo un día me lo encontré por casa para
entender que «nos había mejorado», como dice mi señora. Qué
cosas tiene el asombro. Quién iba a decir que a la vejez pirulas.
Pues mira, ahí tienes un Viernes Santo como Dios manda. Y así el
Orgullo travestido
(2017) de Gloria Laguna
(2017) se desvela en libros que refrescan la memoria del olvido
castizo. Con Drogas, neutralidad y presión mediática
(2019) quiso «saldar la deuda contraída conmigo mismo desde mis
años de doctorando». Inquietudes poéticas, importancias subliminales, qué sé yo. Para eso trescientas páginas y, entre pitos y
flautas, veinticinco años de estudio. ¡Hala!
Con Arroz,
horchata y cocaína (2021) quiso
dejar claro que si uno no es profeta en su tierra, no es por falta de méritos, porque él hizo su paella.
Con la pandemia supimos cómo se
aburren los bibliotecarios. Aquel largo puente -«sí, de ingeniería
social», que dijo alguno-, le cuajó en una sombra caleidoscópica. Con
El sol salió anoche y me cantó
(2023) le pregunta a los psiconautas por las cosas de la conciencia.
Y así, en la cavilación del subtítulo, en ese especificar del
saber que tiene la sabiduría, acaba de compendiar la Historia del
ocio nocturno en España (2025), mirando entre sus cosas.
Otro pilar para su granito de arena, otra autoridad para su
conocimiento.
Porque lo jodido de gente así es que, además,
predican con el ejemplo. Esnifan la noche de «la noche sin fin» tirando
del hilo de un subtítulo, esas líneas bordadas con la delicadeza del espejo. Jotacé tiene
el carisma de la sonrisa afable y la importancia de la brisa sobre la
cara. Es de las pocas
personas que van de la mano de su obra. Fue un
«destroy» de muchas pistas que hizo su «camino al andar» de
«ruta» y bailando. Luego, con el tiempo ya macerado, va y te lo
cuenta con pelos y seiscientas señales de notas al pie. Quinientas
cincuenta páginas que he bebido para saciar la sed en
este páramo, en este desierto verde, en este paraíso difícil, del
que no me pienso mover mientras exista Manuel Carrasco. Ustedes verán,
pero hasta en ABC saben lo que vale un Juan Carlos.