sábado, 11 de diciembre de 2010

EL OJO DEL COCODRILO MUERTO

La mermelada como el café, sabe a sesos de estiércol líquido con que se riegan los sosiegos. El dulce es un sabor que arrancaron de mi lengua, y eso, se nota en los ojos. La yaga es evidente, supura, las moscas se posan como en un ojo africano, como en un ojo de caballo, como un ojo de cocodrilo muerto. Los dedos son llamas que juegan al rescate entre el humo de la noche. Sin ojo no hay foto. Al leño de la mosca hay que conjurarlo, ponerle los pañales, taparse los ojos si se desnuda. En el ojo está la confitura de frambuesa y las tuercas de los días. Hay empeñones de sal en lo perdido. La mermelada recupera las tuercas de los días para el ojo. Las pestañas le dan su firma, su toque poético para que espante las moscas caballunas, los buitres y otros polvos que hacen llorar. Yo no quiero cuencas sin ojos, no quiero días sin mermelada, no quiero abonos urgentes. Hay un todo que viene de los cajones verdes del pecho de una abuela donde se conjuran los secretos. Es el misterio trágico de las nanas, que gimiendo la sordera avinagrada de los niños sordos, olvidan que los ojos nacen a través de los oídos.

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