sábado, 7 de julio de 2012

EL OJO

La vida se mide en el peso de los ojos.  La risa es un ojo, el pecho un ojo terso, la cadera su espalda. El ojo tiene manos que arrastran sacos de tristeza. Tiene piernas para caminar la vista cansada de las tardes. El hombre es un ojúnculo que planea atardeceres que eviten el alba, pero los párpados cerrados no evitan la masacre. El ojo es la pestaña quemada, caída, arrancada -la estética-, ay. El ojo está lubricado como una adolescencia. Muerde, besa, se viste de carmín. Ronronea como un gato a los silencios que se miran. El ojo vive solo, dice basta cuando llora, nunca cuando calla. El ojo es el residuo que nos queda del niño. La inocencia, el caramelo chupado, el mamá-papá que nos mima. El ojo es la semilla del amor, la trampa de la vida, el caos fatal del tiempo detenido. El ojo corta a la navaja. Es la mano fundida de las parejas al pasear, el famélico esqueleto de los ancianos. Es la angustia, la culpa, el cinismo. El ojo se da asco a sí mismo. El universo parte de un ojo concentrado. Nadie conoce la materia oscura de su beso. El ojo tiene muslos sonámbulos donde viven los líquidos. El ojo se abre al sueño, busca el remanso aplazado de los parques en brisa. Es el cansancio continuo de la soledad máxima. El ojo llora, y me está pasando.  


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