viernes, 23 de noviembre de 2012

EL LIBRO MUDO. Ramón Gómez de la Serna

Nadie se acuerda de “El libro mudo” porque es un libro escrito en el silencio, en el viento opaco de las vigilias de un muerto. Lo escribe Ramón y así se autopombiza. Qué hacemos con este libro –se preguntan los funcionarios-, qué le decimos a la mujer. Detrás de los buenos libros hay un “qué” enorme que suele convertirse en un “cómo”, en un “cuándo” y en la pregunta definitiva sin respuesta que el silencio resuelve con alguna monería sibilante.

Ramón escribe un enorme corchete de trescientas páginas para que sepamos que está muerto. Los muertos suelen tener sesenta años de escritura para acabarse pero Ramón nos lo quiere dejar claro, él ya estaba muerto cuando se empezó. Escribe su testamento para anunciarnos que ahora va a vivir para que no le asesine nadie, para que no le matemos con nuestras cotidianías.

Ramón hace lo que quiere que es lo que quieren los poetas –que son los grandes escritores- y nos lo pasa por debajo de la puerta del idioma. Qué maneras.

El libro lo publica en 1910, tiene 22 años. Es la edad de las genialidades, él lo sabía y por eso nos dicta su muerte para no terminar en Larricidio. Sabe que ha de volverse convencional y en esa transición (eufemismo de transigir) es cuando escribe las greguerías. Las greguerías era la forma de llamarnos lelos, de decir os lo voy a decir más clarito para que me entendáis. Entender es lo contrario de disfrutar, claro.

Por este silencio se oyen los ecos de la mujer y las mujeres (esa diferencia entre lo personal y su colectivo que tan bien y también interpretó Umbral con sus poemas), la vida y la naturaleza, el humo y sus pipas, la vanidad y su egoísmo, la tarde y los ciegos. Un rumor alquitranado en luces donde la trama suena a ruido.

Cualquier obra de Gómez de la Serna (forma científica de su nombre) es otra cosa. “El piso bajo”, es, por ejemplo, un libro sin género de un Madrid atmosférico. “El caballero del hongo gris” una complejidad de apetitos. Los escritores afectadamente barrocos le copian sin citarle. De esto se dio cuenta Umbral cuando Juan Manuel de Prada escribió “coños” que era la versión vulgar y posteriori del “Senos” de Ramón.

Ramón vuelve al mundo como si nada que es el todo de los grandes. Alex de la Iglesia le rinde tributo en “muertos de risa” con aquellas grandes manos con que se sacuden Wyoming y Segura como reconoció en la Versión Española de la Cuervo.

Ramón era su literatura, literaturizó su muerte y su enfermedad. Ahí quedan “Automoribundia” y “Diario póstumo”. Su casa era un poema. Uno está harto de ver escritorios como oficinas, libros como expedientes. Hasta existe un diario de escritorios que Jesús Ortega llama proyecto. La casa de Ramón era también parte de su lírica. Ramón era su don Quijote. Lo más parecido a aquello es la casa de Víctor Chamorro, aunque Víctor no haya visto la casa de Ramón ni lo haya leído ni falta que le hace.

Nuestra enhorabuena es toparnos con su obra y saber que tiene de sobra para machacarnos los domingos. Ramón como Baroja, como Josep Pla, como Juan Ramón (Umbral lo más reciente) pertenece a esa noción de escritor prolífico donde calidad y cantidad son la misma cosa.

Umbral le debe mucho a Ramón, como le debe a Proust, a Baroja y a González Ruano, pero Umbral lo decía y los superaba. En una entrevista que anda por youtube habla Paco de la presentación que se hizo del mudismo en el Reina Sofía, llama bruja a la Chacel y dice umbralerías muy en su tono porque Umbral era su libro y si no se marchaba.

Hay Ramón en Girondo. Oliverio y Ramón tienen la misma masmédula. Ramón siempre está por ahí.

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