viernes, 8 de febrero de 2013

EL GENIO



“Cuando leo algunas normas para hablar y leer correctamente y compruebo que incluso los hombres cultos las cumplen, pienso: cualquier necio puede dictar una regla y todos los necios la tendrán en cuenta”
Henry David Thoreau.

A propósito de “Genios” de Harold Bloom.

Leyendo este libro del santón de la crítica Harold bloom uno se hace muchas preguntas y algunas afirmaciones. Me pregunto si habrá leído a Lorca alguna vez y afirmo que no lo ha hecho porque no lo ha leído bien. Leer es mucho más que juntar palabras. Bloom se empeña en calificar a Lorca como poeta “contemplativo”. ¿Será posible?.

Federico rozaba la acción directa del anarquismo (ver sus declaraciones preasesináticas del diario El Sol, 1936), Por qué silencia los “Sonetos del amor oscuro”, de su “Poeta en Nueva York”. Harold Bloom se olvida de su “Público”, esa estela de obras  mágicas -Lorca diría sonámbulas- y llenas de duende. Pero Lorca es mucho más, claro. HB evidencia que los diccionarios están obsoletos desde su mismo planteamiento como referencia. Habría que abolirlos o colocarles la signatura de Objetos Perdidos. Su clasificación es analfabética al priorizar académico frente a académica, define términos vacíos -porque son indefinibles- como metáfora, poesía o el propio duende que utiliza Bloom para dogmatizar sobre la cosa.

La herramienta básica del lenguaje no sirve, y sin embargo se mueve. Hay algo más allá de los códigos, algo inserto en la biología celular o quizá en el aire del temblor, no sé. Algo que procura el silencio cuando canta Camarón, Messi marca o contemplamos a Miró. Eso que ocurre cuando habla don Quijote o cuando se trasplanta un corazón. Esa pausa emocionada por la presencia de la más triste de las bellezas. Esa efímera existencia, ese algo sonámbulo, ese líquido inasible que hace que empaticemos, más allá del lenguaje, cerca de la emoción, y que tiene códigos infinitos.

Teorizar sobre el duende desde el diccionario es acabar con el duende. Es acotar el origen del llanto, cercar el aire, delimitar la alegría. Bloom tiene el respeto que le confiere la escenografía del birrete, la fuerza del libro pesado en forma de Universidad catedralicia. Pero Cervantes no fue a la Universidad ni Umbral y el propio Lorca fue a regañadientes para estudiar Derecho -¡qué injusticia!.

El crítico debe serlo hacia los críticos que lejos del goce afilan la academia. Fabrican la abulia del color gris de sus corbatas instalados en el aburrimiento de sus horarios, de sus lecturas en dosis de domingo y medias tardes de café. Leer no es un placer, leer es la tragedia del silencio, el oxígeno de los suicidas, la sangre que empapa las paredes del mundo. Se lee como un hambre. Es gozar el silencio que emana de las palabras sin diccionario: febrícula, algamonía... Y más complejas aún: ser, temblar.

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