viernes, 29 de agosto de 2014

LA FIESTA

A mi hermano Saúl.

Cuando las noches se alargan y el dormir se torna ridículo, entonces, aquel ojo puede volverse único. Los ojos rozan con la fuerza del vacío, con la exclusión del líquido, lo rebosante. Cuando entras en la risa comienza la seducción de los matices, es la erótica de la química bailando por las venas del humo. Cuando la ebriedad te apodera, la vida vale un instante de carmín. Es la mística del goce donde el extremo puede tocarse con la punta de los hielos. Y se canta con la tristeza rota del tabaco, con la mano torpe en la cintura corta, y la vida vuelve a su sentido con el relámpago del sudor. En ese polvo cansado, en las orillas del beso que sabe a septiembre, a teléfono y a fotografías que se fueron para siempre, la vida escuece. Por eso, cuando la noche llega con su todavía de látigo hay que tirarse por la ventana para ver si en el fondo existe la piel. Y tocar con la cabeza su recuerdo lancinante.

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