miércoles, 12 de agosto de 2015

EL SILBO

Cuando aparece el silbido las canciones desaparecen. El silbido como una flor resignada, como el poema al grito, como la convivencia al amor, tragedias que consumen humo sin prisa. El silbido llega un día para quedarse, por eso silba el currela y el jefe, para disimular la mano invisible que les encandena a sí mismos. El silbido es la cadena, la resignación indiferente que señala el asco. Si quien canta sus males espanta, quien silba sus males señala. Silban los cómicos para disimular, quien silba sobreactúa, soplando el mal aliento, la mala conciencia del estómago de un whisky acusador. Nadie silba con ganas, nadie dice voy a silbar para desfogarme. Es la medianía, el horario, el moco debajo del sofá. Es la cara de tonto, el puñal en el ojo, la violación en el ojo, y hasta el ojo mismo. Los ojos son silbidos que nadie escucha de tan monótonos, de tan átonos que se diría en Silbido.

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