viernes, 20 de noviembre de 2015

LA CERRADURA

"Retirado en la paz de estos desiertos
con pocos pero doctos libros juntos
vivo en conversación con los difuntos
y escucho con mis ojos a los muertos"
Francisco de Quevedo.

A Mayo,
primavera adelantada.


Al meter la llave en la cerradura trinche un ojo. No hubo grito y detrás de la puerta no había nadie. Quién podía vivir con un ojo tan grande en un lugar tan pequeño. Su cabeza entera sería un ojo y sus pensamientos, enormes miradas pendientes del otro lado. ¿Podría el ojo mirar hacia dentro? ¿Qué vería? Yo miraba a aquel ojo y me preguntaba por qué fue a instalarse allí donde la vida era tan peligrosa, tan al capricho de una llave que pudiera reventar su córnea. ¿Siente el ojo o sólo mira? Quizá intuya como un gato que sueña con otros ojos mientras su párpado se agita sonámbulo. Los ojos tienen pequeños bracitos que llamamos pestañas, manos que acarician la piel enamorada que les mira de cerca. Volví a salir para mirar de nuevo por la cerradura. Comprobar si aquel ojo sangraba, si lloraba o se había regenerado como el rabo de una lagartija. Al acercar mi ojo a la cerradura, noté como una llave se incrustaba en mi córnea.

No hay comentarios: