lunes, 20 de diciembre de 2021

EL AFORISMO

PRESENTACIÓN “PEZÓN”

18 de diciembre de 2021 a las 19 h.

(Biblioteca Pública del Estado de Cáceres “Rodríguez Moñino/Mª Brey”)

Quiero agradecer al personal de la Biblioteca Pública del Estado de Cáceres el trato recibido. A Eva y a Carmen Barrantes por haberme traído hasta aquí en volandas. Y a la Concejalía de Cultura del Ayuntamiento por haber tenido esta grata iniciativa de ceder los espacios públicos, para que la poesía y la literatura tengan cabida en este tiempo de recogimiento que solemos conceder al otoño.

A Eduardo Moga, quien ha confiado en mi poesía desde que leyó mis primeros versos y ha sido -es-, un aliento presente en todo lo que escribo, y que tuvo a bien que recogiera sus generosas palabras como prólogo para este libro que hoy presento.

También quería mencionar a mi padre, culpable directo de que esté aquí hoy, por causas poéticas y no sólo biológicas.

Y a Mónica, mi siempre, y único habitante de mi soledad.

También quiero mandar mi agradecimiento, muy especialmente, a dos personas:

José Camello Manzano (director, productor y guionista de “Libre Producciones”) al que los asistentes ubicarán si digo que es el responsable de los más de 500 programas de “El Lince con Botas”, serie de extraordinaria labor cultural, histórica y antropológica sobre la Región, y que las Autoridades políticas, universitarias y culturales ya tardan en reconocer, haciendo propio el aforismo de José Bergamín que rezaba: “lo que no se puede negar se ningunea”.

Para él toda mi gratitud por ponerme en contacto con la segunda persona a la que estaré totalmente agradecido: Ángel García Calle.

A él está dedicado este libro “Pezón”, en su segunda y hasta tercera edición y las que puedan venir.

Las palabras anteriores son válidas también para este abogado que con toda la contundencia y sentido de la justicia que se le puede pedir al Derecho, tuvo a bien defender una causa que 4 de sus colegas rehusaron. El motivo: que un trabajador solicitase a la Administración Pública que le fueran reconocidos sus derechos laborales.

Tras 4 de años de carrera, 15 con un contrato de administrativo, una amenaza de despido, 3 juicios, 3 años de pleitos, 3 sentencias favorables y otras tantas reclamaciones de ejecución de las mismas, este abogado, hoy ya un amigo, me convirtió en bibliotecario.

Por eso, para mí, este acto es también un acto de justicia.

EL AFORISMO (a propósito de Pezón).

Hay que destilar el aforismo. Colgarlo de una nube y que aparezca debajo de una alfombra si acudes a tocarlo. Que te sopape la cara con su mano de Pedraza si le molestas mucho.

Puede ser un verbo pero no el verbo ser. Una caricia que llama y quema, que arrasa con el ímpetu de un verso y la mesura de un refrán. Tiene el fleco descuidado, las carnes prietas y un trapo en la garganta.

No admite el tobe estático. En poesía nada es, si no duda un poco. Quien no escucha no puede acertar y no hay mejor oído que un beso.

El pezón “no es ojo porque tú lo veas, es ojo porque te ve. Y en este oleaje surge la emoción. En este trasiego sobran los adjetivos y los verbos se caen por el vértigo de la paradoja.

Ocurre que los sustantivos vuelan, llevan la brisa en los labios y dejan sobre el folio la palabra mariposa.

La metáfora sale de su caño si tocas la vocal que cierra su cerrojo. Coña, cuño, ceño, están ahí, nerviosas palabras que necesitan un ojo que las toque de perfil, para soltar su confeti inagotable.

Sabemos que ha llegado el aforismo cuando suena un abanico, cuando cede el aire si dejamos de pensarlo.

Ocurre cuando Juan Ramón Jiménez se pone Platero y nosotros rebuznamos su “Ideolojía” cuando escribe que el poema “encuentra a todo lo real ejemplo superior”. Lo que el moguereño hace con el rucio lo hablaba Don Quijote con Sancho. Y Antonio Machado en “Juan de Mairena”, con esa dialéctica de la emoción humana que se concreta en la palabra compañero.

El aforismo tiene su pedagogía sin pretenderla. Conversa con el otro que llevamos dentro. Amiga con Lope, y Calderón. José Bergamín, el último autor del siglo de oro, dialogaba con su cabeza parlante. Darwin, Humboldt o Mutis con la ciencia poética.

Y aquí tenemos otra pincelada del aforismo: su sinestesia.

Basta lo suficiente”, claro. Porque cuando un ojo se abre, un silencio penetra. Cuando un dedo acaricia, se saborea el chocolate. “Estoy oyendo crecer a mi hijo”; Umbral sabía de estas cosas.

Vivir es amar y olvidar mucho”, decía. Huérfano de hijo. Floreaba de versos la prosa, novelaba sus poemas para venderse mejor, con su cinismo de niño muerto.

Juan Rulfo sabía que el verso, el aforismo -qué más da qué-, era indispensable como el “aire de las colinas”. Sabía que el mundo estaba cerrado hasta que llegó ella. Mojaba sus palabras en los cuadros de Zöbel para amarle cartas a Clara. Con Rulfo se sabe que lo sencillo se complica y que la complejidad arde en simples llamas.

Algo de esto nos dice Valle, claro, Valle-Inclán; que tocaba la realidad con la lente que Berlanga le robó a Solana.

¿Y por aquí qué tenemos? Tenemos quince mil “proverbos” -así los llama- inéditos del maestro Víctor Chamorro. Aforismos que piensan por el verbo, que sustantivan acciones omisas a la espera de que decida publicarlos. Felix J. Ortiz llamó a los suyos: “desaforismos”, con el fuero desatado de lo que va por dentro y por fin sale.

Qué pena de prosa. Qué lástima que se cuele en el aire de los poemas. Qué pena que el adjetivo no le rompa la mano al sustantivo. Cómo duele la casa blanca y el cielo azul. Qué rabia que nadie reviente la casa blanca con bombas de pájaros sin pico, que manchen de negro sus capitostes con la sangre enamorada del color rojo.

Ramón Gaya sabía que se puede entrar en la claridad. Aleixandre que los enamorados sufren por la luz. Alfred Jarry que la fonética significa mejor, por eso el lenguaje depende de que el tono se entone con ausencia de absentas, o no.

París vuela, con el nacimiento del pico. Francia tiene muchas ciudades dentro de la torre Eiffel, ese nido de cigüeñas hecha de métrica por Montaigne. Sí, el aforismo tiene algo de atmósfera, de perfume, de retrato que no se parece pero es. Gertrude Stein tenía cara de Picasso sin saberlo, aunque todos lo supiéramos. Por eso Girondo, Oliverio de Ramón, decía que nunca perdonaría a la mujer que no supiera volar. Por eso, las mujeres del mundo pueden contar con Benedetti, no hasta uno ni hasta dos. Por eso, decir poreso sobra, como sobra casi todo.

Soy un fui, un será y un es cansado”. Por aquí anda Quevedo, con su poesía de poliéster y elastano al 15%, made in Fernández Mallo, porque todo entra si cabe.

Y está Chillida dentro de los pulmones de Bach cuando entra en la mezquita de Santa Sofía, mientras Oteiza chilla en Aranzazu que la portada está con nada y no sin nada.

El aforismo necesita respirar. Sabe que este texto pide aire. Que el oxígeno tiene forma de risa, de chiste “con los cojones en el culo”. Y llega Rodrigo Cortés con su “verbolario”, a pedirle cuentas al tiempo con su sueño de patos. “La capota, la capota que me aso”, dice que dijo Kennedy.

Si amaestras una cabra, llevas mucho adelantado” escribió, José Luis Cuerda. Aquí también somos de Faulkner. “¿pensamos algo o nos esperamos al lunes”. Escribe el de Albacete, que no es poco. Sabemos que sin absurdo no hay pan duro, ni aforismos, claro.

Josep Pla había leído a Jules Renard y por eso hablaba en retranca. Confiaba su gracia a la psicología de lo inanimado. Supo que había tristeza en cualquier sopa, que el sorbo hacía un ruido viejo como el gozne del espejito del baño.

El aforismo se fija donde nadie lo hace. Se escribe en cualquier género. “Su corazón era el candado de mi vida”, escribió Gómez de la Serna en “El hombre perdido”. Murió, claro, con la greguería puesta.

También se posa en las imágenes, en el torso desnudo de Angélica Liddell cuando se pone ñoña para burlarse de nuestro dolor, como Félix Francisco Casanova, ese canario que nació viejo en la bañera sucia de Baudelaire.

El aforismo actualiza repeticiones, le confiere al siempre una nueva vez. Saber, por ejemplo, que el llanto eyacula; que el gato tiene modales de biblioteca y que el silencio tiene su lenguaje.

Entender que Neruda estiró el abanico desde arriba y que muchos se cayeron, pero Miguel Hernández cogió el mango para dilatar el semen y la dignidad.

Que la vida tiene la magnificencia del sucedáneo. Que hay grandeza en lo diminuto, que para que yo me llame Jonás Sánchez antes hubo de escribirlo Ángel González. Que en los pequeños gestos hay enormes logros: “arrancar el gatillo a las armas” como dijo Gloria Fuertes.

El aforismo, como un verso depurado, como un corzo expansivo, también bebe por las noches. Baja hasta las charcas con las noches de luna. A veces les observo desde el risco de mi entendimiento. Asomado al balcón de la madrugada contemplo las sombras que proyecta el miedo, siempre atento. La debilidad moldea el temor con su ruido violeta. Sus fosfenos silvestres de fractales tranquilos, como acúfenos de grillos domésticos, como bacterias con sonajero.

El aforismo también se caza en el coto de las madrugadas por donde campa Ramón, Juan Ramón y Ramón María del Valle Umbral. Donde los magos de la química mágica, donde los sonámbulos funambulistas de la fonética, disparan tinta furtiva sobre dianas escondidas. Ellos crean el ciervo cuando se fijan en él. Aparece en la rama de un roble, porque saben que esa rama es una cervera, como yo pretendo ahora.

Shakespeare preguntaba a Lorca por su calavera verde. Pobres ingleses que son y están, sin matices. El verbo tiene su lápida, su eco de púlpito que la emoción escupe. El adverbio, como cualquier camaleón, mira con un ojo a la espada y con otro a la espalda. El gerundio se va con Fernando, al séptimo pretérito de otra historia.

No, el aforismo niega y se escapa por la o. En la perplejidad se afirma. A veces pide un corte, un tajo certero a lo manido. Sí, ya sabemos: basta lo suficiente, fracasa mejor, escapa por libre.

Recurre a la pincelada, traza perfiles. Proyecta futuros en condicionales imperfectos que asimpla si puede. Se neologiza, se tira al cuello del cieno. Se mete en el culo de algo para que te salte la fonética a los ojos como un gapo de atención. El aforismo no quiere que te duermas. Odia a los lectores industriales, quema las babelias y las librerías más allá de Orion.

El aforismo rompe las costumbres, desata los cordones a las viejas, rompe las agujas de las inyecciones y tira los lápices a El Roto. Viene del último eructo, de la bilis con hedor a semen de una foto de Gervasio Sánchez. De las preguntas que se apagan en las estrellas que no miramos

El calcetín tiene su punto, su roto para un desclasado, su sorpresa. El aforismo no entiende nada y lo disfruta todo. Sale de casa con sus manos en la cama como si fuera una pérdida de tiempo. Se cae al pozo o se tira, da igual, porque sabe que lo importante se traga.

El aforismo escucha. ¿Por qué ya nadie escucha? Se sienta en las sentencias con su toga de tiempo y espera. Esa ceniza tiene algo. Esas letras con su apariencia en desgana cuecen el acero o la saliva. Derriten o matan con calma porque el aforismo vive atento.

La madrugada tiene el mejor silencio. Tiene un poco de sangre en la mirada. Cuando pican los ojos salen las palabras escondidas. Tienen el escozor de la grava secreta.

Hoy me presto a la teoría, a morir con la mentira del cazador. ¿Qué hago aquí en este coto público, con mis asesinatos de la mano? ¿Qué obscenidad es esta que nadie pide y derramo como una bolsa sanguinolenta?

El aforismo sabe que hay monotonía en la diferencia, y calla. También sabe que entender mata y suena otro disparo. Al alba se asesina. Aute, Lorca, y rosarios de enamorados fraguan la saliva porque ignoran que esa inocencia acaba en rencor porque necesitamos lo imposible.

Que todo y siempre, tienen ritmos distintos. Que cada cuerpo vive diferente. Que a veces la arcada nos rescata de la equivocación y que, a veces, Machado vuelve mientras la vida espera, otro milagro de la primavera. A veces -muchas veces parece demasiado-, la mueca nos tuerce la demora.

Y seguimos sin dueño, con el ojo a cuestas, que suelta la bata que le cubre. Se desnuda para ser, piel con piel, pestaña a pestaña la mirada que nos sostenga.

Binario como el rojo y el verde, el aforismo tiene su propio código. Se afirma y se niega. Mastica piedras para sentir el alivio postrero. Sabe del capricho de los colores y de cómo se suben las escaleras del gris. La grisura -piensa- tiene sonido de tristeza usurera. Aunque no lo signifique, el aforismo apunta con su dedo pezón.

Sé que tanta niebla cansa, por eso vuelvo a la oración simple: sujeto-verbo- predicado. La tinta-vuelve-a casa.

Nadie aguanta la niebla. La ebriedad pide su cama a la quinta vuelta. Hay que parar. Nadie entiende cuando hablan los boquerones. Vuelven al tenedor y a su sabor de lengua clásica. La atmósfera de giros, marea de hermosura, perdón. Ya vuelvo.

Hay puertas que enseñan con solo cruzarse. Hay amigos que laten en azul como libélulas, a los que debo el camino del espejo, una nueva importancia, otro telón caído a mis pies.

Gracias, el aforismo sabe que decir gracias es decir lo siento, reconocer la deuda de llegar tarde. De querer por encima de la realidad, la distancia y el tiempo, como una ilusión adolescente. Querer es eso. Lo demás sobra, y se enquista como cualquier desengaño.


AFORISMOS PEZÓN

(Selección de Antonio Orihuela para su blog “VOCES DEL EXTREMO”).


Se trabaja en Estocolmo

Cobraba mil euros y un día

Quiéreme, completa mi egoísmo

Maltrataba defendiéndose

Buscaba la casualidad

Cada jefe tiene su complejo de igualdad

Qué aburramiento

El futuro pasa por la indigencia sostenible

Hay una ley para cada miedo

Busca trabajo establo

Invertir en antidisturbios ahorra en educación

Si el líder es necesario la dictadura es democrática 

Como poeta era buen funcionario

Poesía de Burgos

Follaba por joder

Creía en el Gym y el Ya

El misterio depende de la vecina

Se vende robo

Opositaba a obediencia

Resistía transigiendo

VÍDEO DEL ACTO (1ª PARTE)  

VÍDEO DEL ACTO (2ª PARTE) 

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