sábado, 19 de marzo de 2022

EL HOMENAJE

[Texto escrito para el homenaje popular que se tributará a Víctor Chamorro el 26 de marzo de 2022 en Guadiana]

NOCHES BLANCAS

Víctor Chamorro mil novecientos etcétera, sigue fiel a su infancia. Sigue en el yunque del niño que tejió su Freud. Y así fue como su abuelo le hizo profesor, sus lectores le convirtieron en padre y sus padres le abocaron a ser Vizarco, seudónimo bajó el que Teresa tecleó su vida.

Chamorro toreó con Felipe Trigo en el ruido Ibérico de sus afanes. Destazó los libros que cortaba, subrayaba y amontonó como herramientas. Su casa es un museo de olvidos selectos, un zarzal de fotografías, y polvo en un orden matemático; un silo de bolígrafos secos como cartuchos agotados en el fragor de la batalla. Su guerra es el lenguaje, atrincherarse en la metáfora hasta desnudar la palabra. Diluir la angustia con el antídoto preciso. Señalarle la picha al emperador del eufemismo.

“Inútil total” fue su diagnóstico, “El santo y el demonio” (1963) su tratamiento. En una cama con escombros de reúma, comenzó un exilio de “Noches blancas” y cartas de amor a Teresa. En Hervás -ya para siempre Gervasia- fue creando su Comala particular. Entuertos domésticos que desfacía a golpe de diario y lecturas de El Guerrero. Inmerso en el bocadillo del tebeo se nutría mejor que con pan blanco.

Con dieciséis años finalistó el premio Nadal, pero su padre no quiere que escriba y él lo niega. El señor secretario quiere un hijo Derecho. La prensa publica su nombre y la sentencia es firme: “Ojalá tu talento esté a la altura de tu cinismo”. Quienes vivimos en la España póstuma sabemos que los pueblos dan monaguillos o rayos que no cesan. Y Chamorro se fue orihuelando. Son tiempos de zozobra. El escritor se nutre encarando la injusticia. Su padre fue procesado por ejercer su cargo con honestidad. Vive el temor con angustia adolescente. Aquella afrenta forjó su carácter.

“El adúltero y Dios” (1964) son las memorias de un celoso extremeño. Un testimonio real que novelizó. La guerra civil vista desde el prisma de un paria morapio. Lara la desdeña. Delibes la aplaude. Chamorro sopla la ceniza y la retitula “Amores de invierno” (1966). Queda otra vez segundo en el premio “Blasco Ibáñez” de 1966 y Raúl del Pozo titula en Pueblo: “Víctor Chamorro: de oficio finalista”. Rompe la dinámica con “La Venganza de las ratas”, 1967. Gana el premio Urriza de ese año y comprende la gramática del éxito. Viajes, firmas, entrevistas, prensa y televisión. Pero Chamorro siente la tinta como un linaje y no cede al escaparate. “Yo me vuelvo a casa” dice, ya casado con Teresa.

Dos partos fallidos escriben “El Seguro: enfermos ricos, enfermos pobres”, 1968. Escrita en la atmósfera febril del insomnio, apunta el tono que cuajará en “La hora del Barquero” (2002). En ella encontramos dos claves de su obra: la vida como material novelable y la pertenencia de clase como semántica. Recoge en Gijón el premio “Ateneo Jovellanos” (1968), pegando un portazo al editor Richard Grandío. Viaja a “Las Hurdes, tierra sin tierra” en 1969. Cela le elogió el título certero. Y conoce a Gonzalo Sánchez Rodrigo con quién publica “Sin Raíces” (1971), biografía novelada de su abuelo, responsable del “Método Rayas”: otra gesta heroica y olvidada, en la historia de la región.

Chamorro abandona las leyes y se implica en la docencia. Convierte alumnos en actores con el arte anarquista del teatro. Lo mismo da el “Auto de los Reyes Magos” que “Escuadra hacia la muerte” (1953) del prohibido Alfonso Sastre. La tragedia acaba en “Reunión Patriótica” (1994), y la emigración en Destino, colegio donde ejerce más de treinta años.

Madrid es un hervidero político y Chamorro forja su ideología con lecturas y experiencias. Vuelve a Gervasia cada poco. Escribe “Guía secreta de Extremadura” (1976) y publica “Extremadura, Afán de miseria” (1979) tras la lectura de “Extremadura saqueada” (1978). El escritor convierte a narrativa aquel ensayo que sigue vigente. Víctor Chamorro, como una María Moliner de Canillejas, elabora la primera “Historia de Extremadura” (1981/1984) en ocho volúmenes. A golpe de Ducados y ginebra escribió nuestro preámbulo que hoy nos sirve de futuro. Pero él se siente novelista. Siente la historia como vehículo fiable, como perspectiva necesaria para que la ideología no descarrile. Publica “El muerto resucitado” en 1984, genial confusión de ficción y realidad.

Con “El Pasmo” (1987) su narrativa da una vuelta de tuerca. Maneja con destreza los resortes de la novela. Los personajes tienen su lenguaje. A través del diálogo descubrimos su psicología. Chamorro está dentro de lo que escribe. Ha vivido y estudiado la región y tiene el oficio maduro. Su técnica es la constancia. Dejar que el tiempo construya el relato de la memoria. El panorama literario comienza a cambiar. La Transición (para Vízarco ya siempre Transacción) troquela el canón del porvenir. “Quien se mueva no sale en la foto”.

Eduardo Moga, lector de la Agencia Carmen Balcells informa en 1990 que “Los Marqueses del infierno” de Víctor Chamorro es una obra extraordinaria, pero la novela se desdeña porque el autor “es demasiado mayor y no se le va a poder sacar el suficiente partido”. En 1994 publica “Reunión Patriótica”, memoria histórica en las postrimerías del franquismo, que tuvo ya que ser autoeditada.

La estafeta de Correos es la Agencia literaria de Teresa. En 1997 coloca “El pequeño Werther” en Plaza & Janés. Francisco, alter ego de Chamorro, nos muestra su atormentada adolescencia. Y llegamos a su obra cumbre: “La hora del barquero” (2002). Una pesadilla, una novela kafkiana, una tortura que introduce por los ojos un trapo en la garganta. Su novela más valiente en fondo y forma. No apta para socialdemócratas. Gana el premio “Café Gijón” y su nombre vuelve a sonar debajo de las alfombras.

“Érase una vez Extremadura” (2003) compendia sus 8 volúmenes de la historia regional, con un benevolente final de cuento. Desde entonces, silencio. El mercado editorial que publica 80.000 títulos anuales, no tiene hueco para su prosa. Conozco su archivo. Decenas de cartas elogian su calidad que consideran un problema. La censura del mercado es implacable porque controla todos los resortes. De nada sirvió que Planeta, Plaza & Janés, Seix Barral, Espasa-Calpe o Acantilado publicaran su obra.

Su hija Maite funda Planteamiento y edita “Guía de Bastardos” (2007), un thriller con atrezzo revolucionario, “Los Alumbrados” (2008) nuestro particular Quijote, “Pasión Extremeña en 13 actos” (2009) obra de original estructura donde funde los guiones de la serie de televisión “Extremadura desde el aire” (2009) y “Calostros” (2010), sublime magisterio del relato corto. En 2012 le conceden la Medalla de Extremadura el Gobierno de la Región y la contramedalla una agrupación de colectivos sociales. En 2017 publica “25 de marzo de 1936”, su última obra hasta el momento.

Por el camino 65 años de literatura nos contemplan. Libros para la docencia, ensayos y colaboraciones en prensa. Artículos para ABC o El País (por el artículo “Cráteres en la memoria” en El Independiente, recibió el premio Dionisio Acedo de Periodismo en 1988), así como diferentes reconocimientos. En el año 2000, recibe el galardón Tierra y Libertad y en 2010 la Tenca de oro. La biblioteca de Belvís lleva su nombre, un concurso de relatos, una calle en Gervasia y un parque en Plasencia.

De su trayectoria se han ocupado los programas “Esta es mi tierra” (1983) de Televisión Española, “Calostros” (2012) de Triano Media o “El sillón de Víctor” (2013) de Óculo TV. La serie “El lince con Botas” de Libre Producciones le ha retratado en: “Las palabras de Víctor Chamorro” en 2002, “Los crímenes de El Pasmo” (2006), “Los sucesos de Castilblanco” (2007), “25 de marzo de 1936” y el espacio inaugural de la serie “La Barcarrota” (2015), emitida por Canal Extremadura.

Víctor Chamorro, mil novecientos etcétera, narra como respira. He compartido con él quince años de trato casi diario. Conozco su intimidad y sé que su mejor grandeza reside en la conversación. Pertenece a una estirpe de narradores extinta. He asistido a decenas de sus conferencias. Sé del magisterio de su palabra, de la adecuación del discurso en función del auditorio. He escuchado sus anécdotas con el placer intacto al descubrir cómo se gana un oído. Matiza el ojo, hace del gesto su adjetivo y nos devuelve a la tribu, a la atávica necesidad de confidencias. Con su fonética de ala marxista, su narrativa vuela en melancolías necesarias. Su obra nos contempla para mejorar el fracaso. Algunos le deben el ejemplo de su trayectoria. Yo, además, mi paternidad literaria y la atalaya del sarcasmo.

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