miércoles, 22 de marzo de 2023

EL HOMENAJE

 

(Fotografía: Pilar Galán) 

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HOMENAJE A VÍCTOR CHAMORRO

(Hervás, 18/03/2023)

Buenos días a todos:

Cuando Pilar Galán me pidió un título para mi intervención en este acto homenaje lo tuve claro: Baratarias. Fue uno de los muchos títulos que manejamos para lo que será la obra póstuma de Víctor Chamorro, en la que trabajé con él más de quince años. La tinta hervida fue el cigoto. Anábasis fue la versión más extendida que llegó a las 1500 páginas. Decidimos entonces fragmentar la obra en dos. Una de documentación, con antología de textos renovados, y otra con lo relativo a la intrahistoria de su bibliografía. Volvimos a la idea primigenia, rehicimos una y mil veces los borradores. Noté su desesperación y sé que echó de menos a Teresa. Ella era quien le quitaba las obras de la manos para enviarlas a editoriales y concursos, tras décadas de reescritura. Quienes conocíamos a Víctor de cerca no nos sorprendían sus constantes cambios de rumbo, sus tanteos de todas las posibilidades, que soslayaban una inseguridad que le venía de la niñez. Solo accedía a la confianza generada por el trabajo mesurado que hace a la palabra incólume.

La literatura era para él lo más importante. A través de ella compensó los complejos que la educación nacional-católica le había inculcado. En la escuela, le tildaron de “botarate” e “inútil total”. Cuando vio por primera vez su nombre impreso en la Revista Certamen (donde publicó su primer relato), su autoestima recuperó la confianza que la bendita educación franquista le había mutilado. La importancia del lenguaje para formar a la persona, fue algo que siempre intentó enseñar a sus alumnos y al público que asistía a sus conferencias.

Siendo profesor del Colegio Libre Adoptado de Hervás, completó el Auto de los Reyes Magos que representó con sus alumnos, en este mismo teatro, hace más de 50 años. Fue un cálido proemio para otras más combativas como Escuadra hacia la muerte y La mordaza, del también preterido Alfonso Sastre, que ya entonces eran censuradas.

Conocí a Víctor Chamorro como se conoce a los amigos: buscando una emoción hermana. Me presenté en su casa de La Corredera, siempre abierta, y toqué el timbre de su nombre. “Sube” y en aquella atalaya de sarcasmo pasé sus últimos dieciséis años. Radiografió mis inquietudes con el gesto granuja y la transaminasa melancólica por depresiones recidivas.

O Umbral o yo, Jonás”. Víctor no entendía que pudiera estimar los latigazos poéticos del autor de Mortal y rosa, sin comulgar con su carácter. Chamorro era de Dostoievski. Con él disfrutó su soledad adolescente. Con una novelita del autor ruso se arrancó a la lectura. Por eso titulé mi homenaje póstumo Noches blancas. Allí descubrió palabras hermanas a las que sentía por Teresa. Encontró en la literatura el consuelo que la España Nacional Católica le negaba. Curas pederastas, represión moral, y educación castrense le llevaron al fracaso escolar en “el pequeño Oxford” de Villafranca de los Barros.

Desde entonces, comenzó a escribirse en un diario de oraciones simples a modo de cloaca. Un légamo que cuajaría en su primera novela que bajo el seudónimo de Vizarco, Teresa enviaría al premio Planeta.

Inútil total” fue su diagnóstico, El santo y el demonio (1963) su tratamiento. En una cama con escombros de reuma, comenzó un exilio de Noches blancas y cartas de amor a Teresa. En Hervás -ya para siempre Gervasia- fue creando su Comala particular. Entuertos domésticos que desfacía a golpe de diario y lecturas de El Guerrero del antifaz, porque inmerso en el bocadillo del tebeo se nutría mejor que con pan blanco.

Con dieciséis años finalistó el premio Nadal, pero su padre no quiere que escriba y él lo niega. El señor secretario quiere un hijo Derecho. La prensa publica su nombre y la sentencia es firme: “Ojalá tu talento esté a la altura de tu cinismo”. Chamorro se fue orihuelando. Eran tiempos de zozobra. Su padre fue procesado por ejercer el cargo con honestidad y el futuro escritor creció encarando la injusticia, algo que forjó su carácter.

El adúltero y Dios (1964) son las memorias de un celoso extremeño. Un testimonio real que novelizó. La Guerra Civil vista desde un ojo particular. Lara la desdeña y Delibes la aplaude. Queda segundo otra vez en el premio Planeta. Chamorro sopla la ceniza y la retitula Amores de invierno (1966) y repite puesto en el premio Blasco Ibáñez de 1966. Raúl del Pozo titula en Pueblo: “Víctor Chamorro: de profesión finalista”. Rompe la dinámica con La Venganza de las ratas, 1967. Gana el premio Urriza de ese año y comprende la gramática del éxito. Viajes, firmas, entrevistas, prensa y televisión. Pero Víctor siente la tinta como un linaje y no cede al escaparate. “Yo me vuelvo a Gervasia” les dice, casado ya con Teresa.

Dos partos fallidos escriben El Seguro, de actual y pertinente subtítulo: enfermos ricos, enfermos pobres, pero estamos en 1968. Narrada desde la atmósfera febril del insomnio, apunta el tono que cuajará en La hora del Barquero (2002). En ella encontramos dos claves de su obra: la vida como material novelable y la pertenencia de clase como semántica. Que quede claro: Víctor Chamorro siempre se consideró un escritor marxista.

Recoge en Gijón el premio Ateneo Jovellanos (1968), pegando un portazo al editor Richard Grandío. Viaja a Las Hurdes, tierra sin tierra en 1969, que Camilo José Cela elogiará por mejorar el Tierra sin pan de Buñuel. Tras varias jornadas de viaje llegaban a su bufete los hurdanos para pleitear un olivo. Comienza a poner en orden su indignación y a hacer suyos los problemas de la gente.

Poco después, conoce a Gonzalo Sánchez Rodrigo que publicará Sin Raíces (1971), biografía novelada de su abuelo, responsable del “Método Rayas”: otra gesta heroica y olvidada, en la historia de la región.

Chamorro abandona las leyes y se implica en la docencia. Como ya hemos dicho, convirtió alumnos en actores con el arte anarquista del teatro. La tragedia acaba en Reunión Patriótica (1994), y la emigración en Destino, colegio donde ejerce más de treinta años.

Madrid era un hervidero político y Chamorro forjó su ideología con lecturas y experiencias. Vuelve a Gervasia cada poco. Escribe Guía secreta de Extremadura (1976) y Extremadura, Afán de miseria (1979) tras la lectura del libro clandestino de Ruedo Ibérico: Extremadura saqueada (1978). El escritor convierte a narrativa aquel ensayo cuyas problemáticas de expolio siguen vigentes.

En 1981 Marciano Rivero Breña publicó Conversaciones en Extremadura, emulando al libro catalán de Salvador Pániker. El autor entrevista a los paisanos ilustres del momento. “Qué se puede esperar de un pueblo que carece del resorte de la inquietud”, explicaba el pintor Juan Barjola como causa de su emigración. Chamorro se lamenta del nulo nacionalismo regional y compara el panorama como antagónico a lo que ocurría en Euskadi con la banda ETA. Al poco, irrumpe el golpe del 23-F y aquellas declaraciones resuenan en su cabeza.

Víctor Chamorro va cociendo a fuego lento las afrentas de la región. Como una María Moliner de Canillejas, elabora la primera Historia de Extremadura (1981/1984) en ocho volúmenes. A golpe de Ducados y ginebra escribió un preámbulo que todavía sirve. Pero él se siente novelista. Siente la historia como vehículo fiable, como perspectiva necesaria para que la ideología no descarrile. En la travesía conoce a Leopoldo González de Bulnes que funda Cuasimodo en 1981, con quien publicará varios volúmenes de su Historia y, en 1982, Por Cáceres de Trecho en trecho. Su guadianesca amistad le traerá el encargo de los guiones de Extremadura desde el Aire, 25 años después.

En 1984 publica El muerto resucitado, genial confusión de ficción y realidad con apéndice del fiscal Jesús Vicente Chamorro. Para la efímera colección La sombra de Caín de Espasa preparó otra novela que acabará publicando con Seix Barral. Nos referimos a El Pasmo (1987), obra con la que su narrativa da una vuelta de tuerca.

Pero el panorama literario comienza a cambiar. La Transición (para Vízarco ya siempre Transacción) troquela el canon del porvenir: “Quien se mueva no sale en la foto”.

Eduardo Moga, lector de la Agencia Carmen Balcells informa en 1990 que Los Marqueses del infierno (que 20 años después publicará como Los Alumbrados) es una obra extraordinaria, pero la novela se desdeña porque el autor “es demasiado mayor y no se le va a poder sacar el suficiente partido”. Chamorro tiene entonces cincuenta años, y el lumbrera es hoy profesor universitario y crítico en Babelia.

En 1994 publica Reunión Patriótica, “memoria histórica en las postrimerías del franquismo”, que tuvo ya que ser autoeditada.

La estafeta de Correos, Agencia literaria de Teresa, coloca en 1997 El pequeño Werther en la editorial Plaza & Janés. Francisco, alter ego de Chamorro, nos muestra su atormentada adolescencia.

Y llegamos a su obra cumbre: La hora del barquero (2002). Una pesadilla, una novela kafkiana, una tortura que introduce por los ojos un trapo en la garganta. Su novela más valiente en fondo y forma. Podría incluirla sin rubor en el parnaso de la mejor narrativa en castellano del siglo XX. No apta para socialdemócratas. Gana el premio Café Gijón y su nombre vuelve a sonar debajo de las alfombras.

Chamorro insiste en el amor a su tierra con Érase una vez Extremadura (2003) donde compendia sus 8 volúmenes de la historia regional, con un benevolente final de cuento.

Desde entonces, silencio. El mercado editorial que publica 80.000 títulos anuales, no tiene un hueco para su prosa. Conozco su archivo. Decenas de cartas elogian su calidad que consideran un problema. La censura del mercado es implacable porque controla todos los resortes. De nada sirvió que Planeta, Plaza & Janés, Seix Barral, Espasa-Calpe o Acantilado publicaran su obra.

Su hija Maite funda Planteamiento y edita Guía de Bastardos (2007), un thriller con atrezzo revolucionario. En Los Alumbrados (2008), cabalgo para siempre como personaje, en un inolvidable gesto de amistad por su parte. Pasión Extremeña en 13 actos (2009) es una obra de estructura original que funde los guiones de la serie de televisión Extremadura desde el aire (2009), en una dramaturgia sin tiempo. Por último, Calostros (2010), muestra sublime y magistral del relato corto.

En 2012, el Gobierno de la Región le concede la Medalla de Extremadura y la “contramedalla” una agrupación de colectivos sociales. Para aquel mérito su nombre fue candidato 25 años. La historia de aquel reconocimiento tiene novela aparte.

En 2017 publica 25 de marzo de 1936, su última obra hasta el momento, cuya adaptación teatral ha sido representada por toda la región. Aquel heroico episodio de las ocupaciones yunteras fue silenciado durante décadas y reclamado con insistencia como día de la región por la Asociación del mismo nombre.

Por el camino 65 años de literatura nos contemplan. Libros para la docencia, ensayos y colaboraciones en prensa. Artículos para ABC o El País. Por “Cráteres en la memoria”, publicado en El Independiente, recibió el premio Dionisio Acedo de Periodismo en 1988. En el año 2000, recibe el galardón Tierra y Libertad y en 2010 la Tenca de oro. La biblioteca de Casas de Belvís lleva su nombre. También una calle en Gervasia y un parque en Plasencia.

De su trayectoria se han ocupado los programas Esta es mi tierra (1983) de Televisión Española, Calostros (2012) de Triano Media o El sillón de Víctor (2013) de Óculo TV. La serie El lince con Botas, de Libre Producciones, le ha retratado en: Las palabras de Víctor Chamorro en 2002, Los crímenes de El Pasmo (2006), Los sucesos de Castilblanco (2007), el espacio inaugural de la serie La Barcarrota (2015) y Palabras para Víctor Chamorro (2022), emitidas por Canal Extremadura.

Sin embargo, creo que su mejor grandeza residía en la conversación. Pertenecía a una estirpe de narradores extinta. Asistí a decenas de sus conferencias. Sé del magisterio de sus palabras. Adecuaba el discurso en función del auditorio. He escuchado sus anécdotas con el placer intacto al descubrir cómo se gana un oído. Matizaba el ojo, hacía del gesto su adjetivo y nos devolvía a la tribu, a la atávica necesidad de confidencias. Con su fonética de ala marxista, su narrativa volaba en melancolías necesarias.

A sabiendas de que su muerte subiría la fiebre por su memoria, solíamos ironizar sobre actos como este. Su proverbial sarcasmo siempre tenía una maldad cargada. Parece que le oigo decir: “Los homenajes los hacen quienes quieren que se los hagan”. E incluso le imagino diciendo -como hizo tantas veces-: “Ten, Jonás, prevenida la pocilga. Hablarán en mi nombre aquellos que no me han leído una página”. Chamorro añadió a su despensa de máximas la que escribió José Bergamín: “Amigo que no me lee, amigo que no es mi amigo: porque yo no estoy en mí, mas que en aquello que escribo”.

Víctor Chamorro nos dejó una treintena de títulos y algunas obras inéditas, sin contar los múltiples borradores de sus obras censuradas como Las Hurdes, tierra sin tierra. Su casa de La Corredera, Casa Museo en sí misma, contiene miles de documentos que merecen un tratamiento archivístico, para desvelar sus verdaderas dimensiones.

Tomarán la palabra durante este homenaje algunos de sus mejores amigos. Pilar Galán, fiel valedora de su obra; Juan Sánchez (historiador que prepara una edición crítica de El Pasmo), Manuel Cañada (quien mejor ha reivindicado la figura de Víctor Chamorro) o Gonzalo Sánchez Rodrigo, editor de Sin Raíces, entre otras muchas fraternidades.

Las rodillas de Juan Carlos López Duque saben lo que cuesta saludar a un hermanísimo, y ser su entrevistador de cabecera. Teofilo González Porras, fue casi agente de sus últimas conferencias. Teresa Rejas, Nicanor Gil, Rafaela Díaz, todos ellos lectores, o alumnos de Víctor Chamorro.

Esta tarde tomará la palabra la alcaldesa, Patricia Valle, quien siempre le demostró su estima.

Son muchos los que en Gervasia podrían aportar un testimonio que ayudase a completar el puzzle de su personalidad. Y pienso en Eva Castellano, por ejemplo.

Tras esta semblanza, se proyectará “Las palabras de Víctor Chamorro”.

La atención que Libre Producciones le ha demostrado siempre, ha cuajado en la enésima generosidad, con la proyección de este audiovisual. Aprovecho esta tribuna para destacar el silencioso trabajo cultural, histórico y antropológico, que sobre la región, realizan desde hace décadas. Con casi 700 episodios, la serie El Lince con botas es su más conocido ejemplo. Su director, José Camello Manzano, habría querido estar aquí hoy, pero se haya inmerso en otro rodaje.

Nada más. Les agradezco su atención. Ojalá esta jornada sirva para que la obra de Víctor Chamorro sea leída, tratada y reconocida como su calidad merece.

Gracias a todos.

https://www.canalextremadura.es/audio/la-aeex-homenajea-a-victor-chamorro-en-hervas-este-sabado-18-de-marzo

2 comentarios:

Chiloé dijo...

Siempre ingenioso, siempre puntiagudo. Creo en la literatura y, por supuesto, en la emoción de lo  contado y en lo bien escrito.

jonassanchezpedrero@yahoo.es dijo...

Gracias por tus palabras y fuerte el abrazo.