Algo se filtra. La visión pasa a 0.6
en un movimiento hidráulico. La conciencia entra en el universo,
dentro de la mirada, como si los ojos sacasen los codos para
ensanchar la realidad y los colores respiraran. Con la sutileza
cromática de un violín que llora, con la sensibilidad de los
pétalos, como si todo fuese lengua. Amniotizas, revoloteas por la
zeta, como si la línea del horizonte fuera el infinito de un ojo
cósmico por el que fluye la realidad. Ahora la piel es una oasis de
mar donde la arena funde los relojes. Ahora parece que fuera siempre
para mañana, que la mañana fuera esa nube lenta que se fue.
Suspiras para respirar, para asimilar la sutileza anaranjada de la
tarde. La belleza tiene esa zeta de piel, esa línea que acaricia el
dorso de la uña. ¡Ah! Una pica de ánimo te clava a lo
etéreo. La melodía se yergue como un tallo. Fluye, se desliza por
un lugar sin sitio, por un tiempo estático. Hacia el volumen penetra
la importancia. «Ahora entiendo la cáscara del sonido que envuelve
la palabra». Intentarás retener el aire de aquella emoción con
madejas de poesía. Querrás ponerle el traje a lo invisible, a la
paradoja donde rezuman las montañas, a los bosques por los que
fluyen los ciclos, al agua inexplicable, a la savia que acude a la
última hoja del último árbol desde la raíz más enterrada en qué
misterio. Suspiras para asimilar tanta belleza con la seguridad del
secreto, con la certeza que los ojos trasmiten con lágrimas que
escapan solas. El silencio impone su lenguaje. Siento piedad del
alfabeto y me dejo llevar por la honda, por ese hueco infinito que
barruntan, por las dimensiones de lo incognoscible. Sientes la pavesa
del cosmos, la energía de lo cuántico. Entre la resignación y la
complacencia habrá surgido el eclecticismo que compadece a la
complacencia y a la resignación. Física y química hallan fundido
el instante con ebriedad. Cómo juzgar un microscopio. Qué moral
aglutinan los electrones. La luz de las estrellas rompe la dimensión. Todo llega a su remanso, a la catarsis evocada del
confort humano. «Cuánta belleza», mientras cierro los ojos. Cierro
los ojos para no hablar en lenguaje, para licuar en oscuridad el
pensamiento. Entonces la geometría estalla. Chilla colores de
movimiento incandescente. Suspiro para asimilarme, para volver a
tierra. Vuelvo al horizonte, a la uña del sol y la piel de la
atmósfera en que reposa el misterio.