sábado, 5 de octubre de 2024

LA CÁSCARA

 
Algo se filtra. La visión pasa a 0.6 en un movimiento hidráulico. La conciencia entra en el universo, dentro de la mirada, como si los ojos sacasen los codos para ensanchar la realidad y los colores respiraran. Con la sutileza cromática de un violín que llora, con la sensibilidad de los pétalos, como si todo fuese lengua. Amniotizas, revoloteas por la zeta, como si la línea del horizonte fuera el infinito de un ojo cósmico por el que fluye la realidad. Ahora la piel es una oasis de mar donde la arena funde los relojes. Ahora parece que fuera siempre para mañana, que la mañana fuera esa nube lenta que se fue. Suspiras para respirar, para asimilar la sutileza anaranjada de la tarde. La belleza tiene esa zeta de piel, esa línea que acaricia el dorso de la uña. ¡Ah! Una pica de ánimo te clava a lo etéreo. La melodía se yergue como un tallo. Fluye, se desliza por un lugar sin sitio, por un tiempo estático. Hacia el volumen penetra la importancia. «Ahora entiendo la cáscara del sonido que envuelve la palabra». Intentarás retener el aire de aquella emoción con madejas de poesía. Querrás ponerle el traje a lo invisible, a la paradoja donde rezuman las montañas, a los bosques por los que fluyen los ciclos, al agua inexplicable, a la savia que acude a la última hoja del último árbol desde la raíz más enterrada en qué misterio. Suspiras para asimilar tanta belleza con la seguridad del secreto, con la certeza que los ojos trasmiten con lágrimas que escapan solas. El silencio impone su lenguaje. Siento piedad del alfabeto y me dejo llevar por la honda, por ese hueco infinito que barruntan, por las dimensiones de lo incognoscible. Sientes la pavesa del cosmos, la energía de lo cuántico. Entre la resignación y la complacencia habrá surgido el eclecticismo que compadece a la complacencia y a la resignación. Física y química hallan fundido el instante con ebriedad. Cómo juzgar un microscopio. Qué moral aglutinan los electrones. La luz de las estrellas rompe la dimensión. Todo llega a su remanso, a la catarsis evocada del confort humano. «Cuánta belleza», mientras cierro los ojos. Cierro los ojos para no hablar en lenguaje, para licuar en oscuridad el pensamiento. Entonces la geometría estalla. Chilla colores de movimiento incandescente. Suspiro para asimilarme, para volver a tierra. Vuelvo al horizonte, a la uña del sol y la piel de la atmósfera en que reposa el misterio. 
 

No hay comentarios: