miércoles, 21 de octubre de 2009

HIGIENE PERSONAL

Siempre que ando por ahí haciendo el dominguero por muy martes que sea, pienso que el viaje es una huida a ninguna parte. El universo entero se extrapola (¿intrapolar existe?) a lo íntimo, a la mesa camilla de la infancia. A mi el viaje me sale como higiene mental. De vez en cuando es bueno abrir las ventanas para que entre el aire. El avinagrarse en la botella tampoco es mala cosa porque el vinagre también es necesario para el que le guste. Yo soy más aceite. El tener lo básico (que es tenerlo todo) conlleva a aplacar el ánimo como si fuera un flor que con agua tiene bastante. Vale. Bien. Pero de vez en cuando hay que cortar una flor, podar el capullo (y el símil está bien traído) para que al volver nos demos cuenta de lo estático del florero, del hastío del florero y hasta de lo anacrónico del florero ahora que se llevan los jardines. Vuelves con las gafas limpias y el estómago vacío. Ya sabemos que comiendo y comiendo se quita el hambre por eso cuando se sacia el apetito hay que viajarse que es buena forma de hacer ayuno si te vas a Marruecos/Ramadán, por ejemplo. Cuando estás de domingo en Suiza viendo vacas y millonarios al regreso te choca que en tu pueblo seais pobres y con cabras el resto de la semana. Esto no sirve para nada pero a mi me viene bien darme cuenta de lo que vale una ubre y quitarle importancia a las humedades. Viajar es un viaje en sí mismo y como la vida es breve pues siempre puedes cambiar de destino. Es un poco como leer. No sirve para nada pero divierte. Lo malo del viaje, como lo malo del cultureta es que suele ser motivo de elitismo cutre, que es como es el elitismo. El viaje es como el restaurante, el vestido y el coche: otro consumo más que se utiliza como elemento diferenciador del mercado pero pasado por el tamiz obsceno de la cultura. A mi el viaje, como el jabón, que resbale rápido al sumidero.

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