martes, 1 de febrero de 2011

EL VIAJE

“Hola chico”. Tras el escaparate una mujer de rasgos latinoamericanos despachaba bocadillos a los viajeros que intentaban engañar al hambre. Un autobús cabreado al ralentí aguardaba la partida hacia cualquier parte. En la cola otra mujer (menuda) y otro hombre (menudo y mayor) aguardaban su turno antes. Su saludo fue un mecánico gesto de bienvenida. La mujer despachaba los bocadillos con un automático cuchillo, un “ahí tiene, muchas gracias” de coletilla, y poco condumio en el entrepan. Al fijarme la vista sus ojos se apenaron como el agua. “De tortilla y una botella de agua pequeña, por favor”. La mujer estiró el corte dibujado en el aire consumiendo más de media barra. Atrajo hacia sí una tortilla gruesa, plena. Inicio un tajo transversal recogiendo un pedazo grueso con el filo del cuchillo casi jamonero. La mujer levantó la vista y acometió un nuevo corte, y otro, al que sucedió otro más con bríos de carnicero. Con un tenedor recogía los trozos que se desbordaban del cuchillo o se caían de bocadillo. Otro nuevo corte. Y otro pequeño para llenar un tímido hueco que se había descuidado al fondo de la barra. La mujer cogió la tapa del bocata y apretó con todas sus fuerzas como quien cierra una maleta. Lo envolvió súbitamente como una alfombra de energía. “Cuatro sesenta”. “Está bien -le dije mientras le entregaba un billete de cinco euros- gracias”. Su cara, tuvo un extraño gesto. “Adiós, hijo, gracias”.

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