jueves, 8 de marzo de 2012

LA PALABRA

“Las palabras entonces no sirven, son palabras”
Rafael Alberti.

A Victor Chamorro,
amigo y maestro de la palabra.


Nos damos cuenta de la calma de nuestras palabras, del perfil de los coloquios cuando nos sorprende la intimidad y no sabemos qué decir a los amigos. ¿Qué sentido introducirle al silencio? Si se deja, acaban floreciendo complicidades. Un labio por donde asoma un diente, una risa –esa invitación al erotismo- donde todo puede ser. A veces, hablar es un arrepentimiento consumado, la tragedia inacabada, no llegar, quedarse corto, un labio que sangra. Escribir es la intimidad de conversar, escuchar para uno mismo. Un para nadie ciego. Una angustia enquistada en insomnios, en tristezas alargadas. Una soledad extendida, el rabo de lagartija de la asfixia. A veces se habla por no guardar silencio. Otras veces, enmudecemos por negar placer a las réplicas. Cuando se calla nunca se otorga. Se odia, se desprecia, las más veces se ignora. A veces, la calma es un abrazo, una admiración, un respeto. El Silencio es otra cosa, viene después de la palabra porque antes hay poesía, que es lo anterior. Roces, metáforas ansiosas de fonética, códigos y burocracia. En la poesía existe mucha literatura. En la palabra hay grito, ausencia, canto. La comunicación es posible entre lágrimas que lloran la misma mejilla –la afinidad es sigilo- para acabar susurrándose miradas. Aquí hay mucha madrugada que sentir, muchos misterios que apurar hasta llegar a la claridad del desierto. Diré que mudo se besa, se duerme, se sueña. Que mudar viene de ahí, aunque nadie lo sepa.

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