miércoles, 23 de enero de 2013

EL CODO

Desde lo más oscuro del dolor se llega a la sangre, por eso marea. Quién le ha dicho al leucocito que viene el lobo. En qué país hablan su microscópico lenguaje. Mis codos entran al barullo del silencio. Nunca hubo tregua en las camas del invierno. En la intimidad del calor brota la tos, la fiebre, gemidos dolientes como sueños. La vigilia es la excusa suicida de los relojes –números rojos- donde el estallido se concreta en un dedo, un fragmento de instestino, tumorcitos que se llevan los sueños. El ruido se eleva con la altanería de las bacterias. Es el horno del silencio quien saborea a los sonámbulos que caminan por el mundo ciego de los tactos, allí donde el frío asusta. Inasible como el filo de las cánceres, con su misma delicadeza soñolienta, esta confusión, plana como los contratos. El dolor es la presencia de la vida (ese eufemismo) lo invisible de las emociones. Pensando cicatrizo las anginas del insomnio. Y sale esto.

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