miércoles, 25 de septiembre de 2013

EL PUEBLO

A mi madre.

El gato es la cetrería del escritor. Uno sabe que se acerca a la literatura cuando el gato le ronea entre las piernas. Mi madre está contenta de mis manías porque la regalo un hijo durante unos días, es como empreñarse a los setenta aunque ella dice que son sesenta y siete. Estos hijos efímeros ya no se cagan encima ni te tocan los cacharros. Mi madre se sorprende de estas rarezas mías pero no pregunta porque sabe que a mi la vida me viene larga, pesada, que no me viene, porque no la alcanzo. Ella ya no saca el tema de las preguntas para podernos besar sin repeluco. La madre es el gato grande del cariño, la depresión inversa, la alegría del beso por el beso. Ella me respeta la soberbia porque sabe que si no me cuelgo y no hay cosa peor para un padre. El suicidio es el chantaje emocional del hijo, el talión del padre-hijo, el ojo por ojo del cariño. El pueblo tiene una tranquilidad extraña, como de cementerio de gatos. Las noches son más negras porque son más horizontales. Noches de queda para la luz. Un sin tiempo que sabe a vinacha y puertas cerradas en alcobas sin llave. Los pueblos son la metáfora de la familia, la galería de muertos en retratos cuarteados por el olvido. Son la genealogía triste de los objetos. Aquí el polvo pesa porque es la ceniza del tiempo, el placton para gatos que maúllan a las puertas. Los pueblos son los gatos que van a dar a las madres que son el vuelve pronto.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Precioso