miércoles, 16 de octubre de 2013

EL LECHO

Ahora que el tiempo se pliega en la noche, comenzamos al acomodo de los gatos. Volvemos a los libros –es un decir- al papel, a la tinta escurridiza de los cojines, a la selva del sofá donde vivimos en invierno. Nos damos cuenta que los hámster toman café en algún cuento de Monterroso. Andamos de retirada y decimos como Jenofonte que “tachar es vivir” que “el arte es quitar” que “basta lo suficiente” como decía Juan Ramón. Yo digo que “escribir es tachar mejor”, un proceso pituitario, gastronómico. Así, vamos haciendo el octubre, mes de la academia, de las cuentas frías y los números rojos. Es la felicidad de la pobreza llegando al puente de los muertos que ahora llaman santos. Aconsejan a las palabras vigilen al niño que, últimamente, se suicida enseguida. En mi lecho de gatos sin gatos la palabra hace el beso, la gramática, tristezas en el agua. Tras los cristales una inquietud de gasolina, calles vacías reclamando brutalidadades. La tinta en su dignidad biológica resucita ideas de búsqueda, encuentros que gestionen el cariño. La caricia requiere un movimiento hacia la piel, caminar hacia el pozo, tentar. Hundo la metáfora si toco el rincón.  

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