viernes, 21 de marzo de 2014

EL JEDI

A Pablo Gadea, 
habitante de Dagobah. 
El semáforo pasa a verde, la nave ameriza en un playa sin oídos donde se siente una presencia. Se puede lamer el tiempo cuando hay un vaso por el que brindar. Se puede jugar al bucle del “tú primero”, escuchar lo repetido con la paciencia de la sangre renovada en un corazón distinto. Vivir del surrealismo, del alcohol, de la ruptura febril que surge cuando se rompen los relojes. De nuevo la luz verde. En esa sonrisa calada hay un cómplice para cualquier asesinato. Un puñetazo dispuesto a jugarse la dentadura, el coche y hasta la novia cagoendiós. Y si brota una pena escondida nos la tragamos con whisky del desierto –brindemos dijiste- y así hasta que el cansancio nos invada con su vómito tumbado. Cuando hay algo se busca. Cuando se tiembla se cambia. Verdes, como los Beatles que mataron a Lenon por llegar tarde al psiquiátrico -Panero is deffunct y Esdrújulo había cerrado- y nos acabamos fumando la mañana. Porque la emoción es un instinto que nos conduce a otros lugares. Juntos, como animales que barruntan un tsunami, escapamos de la morgue, de la mugre y hasta de caballos desbocados. Sonambulismo de anís, memoria y cantares de gesta, dispuestos para la mejor mentira. Los Jedi somos así. A nuestro paso, los semáforos, cambian a verde. 

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