“Lo más sonoro del
mundo es el perfume”
Francisco Umbral.
Buscando la pestaña
troqueladora que la enmode, la ultime, la caducifolie, la mujer se
olvida. El olvido ignora. No sabe que la inteligencia culmina con la
diferencia del ojo único de la atracción. Ignora que los pechos
son la inteligencia de la forma, lo firme de lo convulso.
Debe conocerse más para enjaular mejor. El ojo no es más que
azúcar, un todo que raspa, la mecha clara de la piel. El ojo tiende
al agua, se oscurece en lo horizontal del baño, por eso llora cuando
convoca el olvido. El ojo quiere desaparecer cuando la belleza no
vuelve cuando el cuello se vuelve rodilla, cuando el cabello se
recoge en mordiscos de sal y los labios hacen el resto. La belleza es
convulsa en su sostén silábico. Sin sonido nada huele y la mujer
reclama su quédate, su condición de única. Se vuelve estética, se
vuelve revista sin cloro de papel ni agua, cáscara de manos y poco
tacto, esperma de cosmético. La mujer que no sabe volar no se
perdona, aquella que niega la vida en el otro con la regadera del
tequiero. La mujer es un misterio cotidiano. Diferencia sin amargura
de su yo, instante maravilloso del cuchillo, filo horizontal de la
vida.
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