Para Rosario y Antonio,
en insistida gratitud.
Volver no tiene repetición. La sorpresa dejó su polvo sobre la mesa en la que
escribimos “guarro” y dibujamos una polla. Los bisontes eran pollas
paleolíticas. Junio refresca la importancia del agua, de lo líquido, de lo que
se escapa por debajo del aire (escapar es esconderse hacia delante) y llegar al
claro del bosque, como quien llega a una escombrera. Cuando vuelvo a Rivas
encuentro mi habitación como la dejé hace quince años, casettes, fotos y alguna
camiseta corta. La memoria se tranquiliza cuando recuerda el futuro y sabe que
la vida seguirá. Volver a Baños (viajar es volver un poco) plantea la pregunta
de otra forma. Cuando la grava del campo daba fiebre y la diarrea era un
recuerdo de verano. Porque en Rivas, Baños tenía olor a polvo, a caos de
avispas en un pilón y fragancia de castaño por la sombra. Septiembre
comenzaba coleccionando cartas y llamadas donde el aguijón de una palabra
perforaba un beso. Ahora Baños recuerda. Ahora todo sucede al contrario. Ahora
todo sigue siendo. Ahora regresar, volver, viajar, son verbos de una misma
acción: vivir como una ausencia que sitúa. Y me falto y me sitúo más acá del
sonido, sobre el papel (papel mojado de junio). Mi padre me regala un libro y
me leo, me releo y me gusto a veces. Releer es volverte a ver. Tocarte el cuerpo que
eras. Notar el paso del tiempo sobre las arrugas de la metáfora, acariciar el
braille que fuiste. Releer sangra las fotografías. He vuelto.
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