sábado, 8 de abril de 2017

EL DEFECTO

“Yo siempre he sido un gozador del defecto, un ojo distinto, un hombro lunanco, un lunar... ¡Bendito el llamado defecto que no lo es y que nos salva de la odiosa perfección”
Juan Ramón Jiménez.



Para R y A,
defectuosos.



El defecto es un pero que significa también. Es la diferencia que amplia, la especialización de la belleza. El defecto es el estudio literario sobre la poesía de Umbral en la revista Barcarola. Esto ya lo sabían los numismáticos y la moneda con tara se cotiza más. La misma ropa es más barata y hasta el libro mercado en El Rastro “te” se vende a mitad de precio. El defecto tiene la personalidad que no se cambia en El Corte Inglés. Las narices con defecto te sacan en el Cuore, te encumbran, te distinguen, hasta que un cirujano (emperador de la norma) te convierte en princesa del Hola. El defecto no tiene nada que ver con la genética que invalida y te empuja por la silla de ruedas del suicidio. El defecto tiene que ver con la diferencia, con los cojones tranquilos de un basta. La perfección es una cosa de albañiles, de japoneses haciendo turismo por Calatrava antes de coger el autobús oclock. El defecto es el filete crudo, la pera al punto de agua, el pecho diminuto o el cojón en ascensor. Sin defecto no hay pandilla. No hay gordo, ni chino ni bar Carlos en cada pueblo, porque también hay un defecto igualitario como el tópico del gentilicio. La paradoja de la uniformidad diferente, el defecto como torpeza que primero exaspera y luego encariña. Cualquier cosa antes que el calendario (ese chantaje), o el borrador de hacienda universal.

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