miércoles, 15 de noviembre de 2017

EL AMARILLO

“Algún día
se pondrá el tiempo amarillo”.
Miguel Hernández
A mi madre

El amarillo viene de las pastillas, como la bilis del recado, como la palabra rota que atravesó un te quiero. El otoño es amarillo como un marzo fuera de sitio, como la fiebre, como el polvo, como la piel enferma de una madre. El polvo es amarillo, como una ceniza sin atender. El amarillo es la tarjeta roja de la vida, cuando la química se hace sarro, raspón de mueble y cerco de café. El amarillo se orina en los cabellos y los llena de nudos. El nudo es la tristeza de las mascotas, el grifo que gotea de los gatos, la camisa arrugada de los perros. Este noviembre es amarillo porque no llueve marrón. La lluvia engorda el amarillo hasta llenarlo de pana y brasero, devolviendo la lana a los armarios. El alcanfor es amarillo como la sopa de cocido. Manolo García canta amarillo como una Amaral que bebe tila. Las modelos del Zara, con su languidez de encimera, pasean el amarillo como caracoles en pesadilla. La pesadilla viste a rayas de avispa y semáforos en negro. Lo negro del tiempo es el amarillo. Por eso brilla el sol y la margarita se deshoja hasta convertirse en girasol. El desierto es amarillo, como un sudor que engorda por el viento. Es el ombligo cromático, la emergencia, el sabor del agua olvidada. El brillo con su elle de luz, vive en el amarillo. La claridad es otra cosa, una sombra trabajada que se nutre de silencio. El amarillo es un garfito, la uña de un niño con legañas. El amarillo con su atracción de celofán fija las huellas de lo que quiso ser memoria. Es la máscara de ternura con que se decora el cariño. 

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