A mi madre.
A mi padre.
Hay tanto dolor en cada célula que el
tiempo se hace infinito para disolverlo. Hay tanta emoción en cada
palabra que el cuerpo se hace efímero para sostenerla. Este caos
maravilloso hacia la nada, donde el sonido del llanto nos deforma,
agruma bondad y perdón. “Perdón y gracias son hacia ti lo mismo”.
Por eso temblamos. Por eso la histeria rompe los espejos y suplicamos
un abrazo, un consuelo inefable que permita. El universo estalla en
su lenguaje de gato, en lo sutil e inesperado de un roce de pestaña, en el calor de nana de una madre. Lloramos para secar. Para ir
cementeriando el dolor que vive y revive en los descuidos. Esos
errores que nos salvan, porque nos hacen, porque somos. Somos
perplejidad: una mano que necesita un ojo.
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