Cuando
la pose deja de fingir hay que romper los espejos. Desear que los
libros ardan, que se esparzan las cenizas y se disuelvan los
epitafios con el primer orín de un gato. El último cuchillo ha
muerto. La risa ya no depende de mi. No hay muerte más grande que
enterrar nubes de bronce. El
sueño abre la boca cuando cierro los ojos. La última baldosa vibra
si la miro como quien pisa las huellas del siempre. La erre tiene eco. El colchón una historia sin matices.
Los cuerpos dejan huella como muecas en la cara. El tiempo arrasa.
Todos los días nacen preguntas hacia el quién (yo que versaba
paraqués). La espesura adentra claridad. Un abuelo viola los cuentos
de su nieta, mientras la niña masturba baratarias paralelas. Hay que
enriquecer las bolsas de basura piensa un perro, sugerir flores
nuevas a los pétalos. Tensar la piel para encontrar la lengua que
nos coja de la mano. Mentir a lo imposible. Volver a llorar parques.
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