Mi
monstruo me ha subido la tristeza. Me ha devuelto un silencio
diferente, una lágrima antigua, un verso de enero, un ansia de importar. Y he llamado a mi madre
por si no tiene hijo, y la he felicitado por su cumpleaños, pensando
en mi. No existe la palabra huérfana de hijo. Son los palimpsestos
de la vida. Censura de archivo para previsores. Mi monstruo se infla
cuando duermo poco y leo mucho, cuando se me juntan las mariposas con
los quijotes, cuando los molinos giran porque lo dice la Panza del
viento. Sancho vende placas solares baratas y Barataria está en
escombros. Cuando tengo el monstruo subido, pienso en diagonal, se me
escapan las cuchillas. Palabras bifaces que dejan un silencio de
charcutería. Desde la raja se encuentra lo sencillo. La
simpleza de un dedo por ejemplo. El meñique recuerda que esta
tristeza viene del frío, de la serotonina cazurra del reuma. El
meñique es el equilibrio de la mano. La impertinencia del sorbo, el
palo de los bebés, el que comienza el cuento. Y palabra a palabra
voy desinflando mis terribles, mis pequeñas angustias, mis ascos
complacientes como un Buñuel de vacaciones.
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