miércoles, 23 de enero de 2019

EL MEÑIQUE

Mi monstruo me ha subido la tristeza. Me ha devuelto un silencio diferente, una lágrima antigua, un verso de enero, un ansia de importar. Y he llamado a mi madre por si no tiene hijo, y la he felicitado por su cumpleaños, pensando en mi. No existe la palabra huérfana de hijo. Son los palimpsestos de la vida. Censura de archivo para previsores. Mi monstruo se infla cuando duermo poco y leo mucho, cuando se me juntan las mariposas con los quijotes, cuando los molinos giran porque lo dice la Panza del viento. Sancho vende placas solares baratas y Barataria está en escombros. Cuando tengo el monstruo subido, pienso en diagonal, se me escapan las cuchillas. Palabras bifaces que dejan un silencio de charcutería. Desde la raja se encuentra lo sencillo. La simpleza de un dedo por ejemplo. El meñique recuerda que esta tristeza viene del frío, de la serotonina cazurra del reuma. El meñique es el equilibrio de la mano. La impertinencia del sorbo, el palo de los bebés, el que comienza el cuento. Y palabra a palabra voy desinflando mis terribles, mis pequeñas angustias, mis ascos complacientes como un Buñuel de vacaciones.

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