jueves, 10 de enero de 2019

EL SOBACO

Cuando se consume la búsqueda comienza el encuentro. Aparece la espina con su olor a espalda. Aparece lo que estaba y nace el consuelo, la necesidad de lo ambiguo, de creernos y crearnos el don Quijote de la vida; la mentirosa verdad de la locura, de que la pólvora iluminó un instante que la pavesa ardió durante el frío. Somos generosos en la tragedia, tendemos a compensar, a imaginar el Rajoy que llevamos dentro. Sacamos el "hilillo" del esperpento para perfumar el sobaco. Pero sabemos que no vendrá y volvemos a dolernos del exfuturo y así sucesivamuerte. Por eso nacen los locos. Por eso María Moliner, Justo Gallego y la filatelia. Por eso Balzac, Galdós y Las mil y una noches. Porque el polvo no tiene sentido por mucho que diga Quevedo. El sentido del polvo es posarse, lo contrario del vuelo de la neurona que Cajal llamaba la mariposa del alma. El polvo, como residuo, no vale más que tiempo perdido. Por eso Proust lo buscaba, para forjar su rocinante en el Veronal de la cama. Para respirar el vuelo de su cuarto y dotar de alas a su farmacia. La niebla es lo contrario a la polvareda. Es el vuelo rasante de los sueños, cuando la legaña baja a por el pan y nos invita a imaginar. Luego escampa y la luz devuelve las sombras al mundo. La claridad de la niebla no deja polvo, deja rocío, esa lágrima alegre como la baba de un niño. El frío tensa el reuma y eriza los objetos, le da cuerda a las espinas y nos pone una barra en el sobaco.

2 comentarios:

soyo dijo...

"Ese tipo de imagen que oscila entre lo visto y lo no visto y que nos lleva al corazón del asunto", dice Vasari sobre la niebla del sfumato (que además rima con sobaco). Buenos días.

Anónimo dijo...

La niebla la inventó Zóbel.