jueves, 21 de octubre de 2021

EL CURSO

El chatarrero oiga, el chatarreroooo”, rezaba una voz ambulante. La letanía se colaba en la capilla del silencio que reinaba en la inauguración del curso “Internacional”, según el vinilo publicitario. El alcalde y otras autoridades, que supuse académicas, se vanagloriaban del “Marco Incomparable” donde tendría cabida aquella Babilonia. El programa no contenía ningún apellido extranjero que pudiera advertir su asistencia, quizá algún colega de la capital, pero el corpus del encuentro, no merecía siquiera el apelativo de forastero. Casi todos eran vecinos de la localidad, que rompían el tedio plateresco de sus días con aquel regocijo que les vestía de domingo un miércoles cualquiera. Los organizadores, también ciudadanos de Ñ, habían elegido su propio pueblo como sede del evento para mayor gloria. El Incomparable Marco respondía a la arquitectura hospiciana de los menesterosos manicomios del siglo XIX, con su patio y sus tapias blancas recién encaladas que aportaban todo su fulgor al evento y a las despistadas chaquetas que las rozaban por los estrechos pasillos. Cuando la voz del chatarrero se fue alejando, se hicieron audibles las palabras del Sr. regidor. “Más alto”, “no se te entiende”, gritaba de forma aleatoria la concurrencia. Por fín, tímido y algo torpe, como quien se desnuda en la consulta del médico, se retiró la mascarilla. Las palabras se hicieron inteligibles, pero susurrantes y con eco de sacristía. La asistencia rozaba la edad prejubilar. Aquella Babilonia local, no contaba con alumnos entre el público por la lejanía con la capital universitaria y no disponer Ñ de conexión eficaz de transporte. “Militamos en Primera División”, dijo por fin La Autoridad. “En otra cosa no, pero en Literatura...”. Nadie rió. Algunos afirmaban con la cabeza con la inercia de los perritos decorativos. Un atril hacía de estrado y sillas con pala las veces de butacas. El aforo, reducido por las restricciones sanitarias, apenas superaba la veintena, casi todos ponentes en algún rincón del Programa. Por las tardes, la asistencia aumentaba y con él las estrictas medidas anticovid se iban relajando de forma inversa a la cautela científica. Aquella intelectualidad confiaba en su aséptica conciencia. El programa de aquello duraba tres días. Por El Curso pasaría lo más granado de la Primera División. Al segundo día, un músico de Ñ decidió sonorizar la desprovista sala de aquel Marco Incomparable. Pero los escritores tan acostumbrados a su solitario silencio creativo no se acercaban lo suficiente al micrófono y apenas se oía algún acople cuando, de súbito, se acordaban de que nadie les estaba oyendo. Messi intentó meter cincuenta folios en media hora atropellada de datos por todos conocidos. La primera mujer futbolista repartía su currículum y sus libros entre los asistentes. Después, solicitaba firmarlos. Todos coincidían en la complacencia. Atrás quedaron los debates de quién era ñu o forastero, en los que se enzarzaban en los cursos de antaño. Ahora, la trifulca era otra: literatura patriarcal o feminista. Tocaba dejar de lado las historias negras de investigadores borrachos cargados de testosterona. Para ello, la mejor delantera del momento, tomó la palabra y dramatizó un powerpoint. Aquello sí que era narrativa en feministo. Sí, aquello sí. De nuevo la inercia afirmativa, perruna y decorativa. El poder transformador del atril, engolaba el tono de los ponentes que se volvía mesiánico. Las más veces, el catedrático Ñ organizador de aquella Babilonia, convenía al orden de los ponentes que inflaban su misa por encima de los cuarenta y cinco minutos reglamentarios. Solían afianzarse en la palabra del púlpito gentes de mirada estrábica y otras taras oculares, producto -sin duda- de la altura laboral de un literato de primera. Vientres búdicos dejaban paso a apolíneas dietas de sastrería. Complementos de carmín y acabados en brillo mate, conferían a aquella atmósfera un perfume de laca y peluquería jubilada. El máximo especialista en composiciones cortas, tomó la palabra. También él, de escaso tamaño, ponía sus diminutos pies de puntillas para alcanzar aquel decorativo micrófono. Sus hechuras de yuntero plateaban un pelaje de rodapiés que remataba con una camisa azul cielo. Su morenía, blanca por los pliegues como los muebles mal barnizados, rezumaba al declamar un tono capón con evocaciones pederastas. Cuando regresó a su asiento, fotografió con descaro a las pioneras que le sucedieron en aquel escarnio. Odas y epitafios dieron lugar a emocionados futuribles. El ambiente se fue relajando y en el turno de tarde del segundo día, después de una comida bien regada se escuchó: “¡Viva el organizador!”, quien en un alarde de campechanía torera se quitó la chaqueta. “¡Viva!” respondieron a coro. Un rubor se instaló en la cara del encamisado, que mitigó con el aire de un abanico que sacó de súbito de un bolso. Cada ponente cogía una botella de agua, para aclarar su ruido. Después de cada intervención, Ñ, dejaba el flabelo y cogía una balletita con que simulaba desinfectar la homilía. Hubo quien silbó de manera maliciosa. El Curso iba llegando a su fin. Nadie grabó nada. Ningún medio recogió lo que allí se dijo. Algunos hicieron acopio de libretas y bolígrafos como forma de rentabilizar aquel desplazamiento hasta el tedio. Se remató la complacencia con un ágape de sonrisas forzadas a cuenta de la Universidad, en donde la Cruzcampo y la croqueta pusieron la guinda de la Primera División. Nada parecía importarle a aquella élite instalada en la media pensión del mejor hostal de Ñ. Los ponentes, ya solo comensales, se fueron disolviendo como los minutos en la tarde soporífera, por aquella Babilonia provinciana.

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