jueves, 3 de marzo de 2022

LA ESCUCHA

Escuchar mira diferente. Oír otorga perspectiva. Mirar es su contrario. Mirar habla a raudales. Ataca con la bayoneta del ojo, está dispuesta para asaltar el horizonte. El oído no. Espera agazapado a que llegue la paloma o el mortero para discernir la culpa. Escuchar es darle la vuelta al calcetín del ojo. Es entrar en la caverna por la estalagmita y entender la metáfora del flash de un turista. El sonido también escucha, perfuma la vista con su nube invisible. El paisaje deja de ser fotografía cuando pía el pájaro. Sabemos que está sin verlo y entonces da comienzo el bosque. Por eso tocamos la puerta y hacemos la cucamona al crío. El sonido forja el muro de la atención, con sus lados opuestos de cariño. El sonido nos salva del lenguaje. Es la infancia de la palabra. Hablamos como vanidad, pero somos parte del tañido, del verano que mancha la memoria. El niño llora, el perro ladra y el jadeo revuelve las sábanas. La saliva tiene resonancias de semen, de recuerdos que chapotean el sueño. Cada palabra dice aquí estoy, tengo importancia. La palabra pervierte el sonido. Por eso la clase y la bronca no dicen nada. Por eso decires quitarle la pared al oído. Es darle aire al viento como si fuera un tonto. Hablar se mea en la cama como el monólogo exterior del aquí está mi mundo y tú no tienes. Escuchar desnuda. Nos hace sentir el dentro, donde reside el silencio (universo inabarcable donde impera lo expansivo). La palabra, cocaína del ruido, sobredosis repetida para incautos, tortura las orejas. Por eso escribir escucha. Ahí está. Léelo si quieres. El lenguaje ignora, va a lo suyo como el taladro de un vecino. El profesor tiene la arrogancia del fontanero que te jode la siesta, como la molestia aguda de quien brama menopausia. Escuchar no necesita auditorio, es cortarle el nudo al ombligo y estallar el globo. Tiene un deleite atávico. Nos devuelve al neardental que mira el firmamento. A veces se oye con la piel. La caricia escucha lo que susurra el dedo, la mejilla entiende el crepitar del fuego, y levantamos la frente para sentir el viento.

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