sábado, 3 de diciembre de 2022

HOMBRE SOLO

Hombre solo / Eduardo Moga. - Madrid: Huerga y Fierro, 2022.

Hombre solo es un pleonasmo, Eduardo. La condición humana conlleva una inevitable soledad que apuntalamos con hijos y amistades (si tienes tendencias al derroche) o con sobrinos y literatura (si vienes contrito desde chico como es mi caso). Da igual, al final todo va a parar a Jordi Hurtado (y que no le pregunten a la muchachada si quieren saber o ganar). Hombre solo se me antoja la secuela de Tú no morirás. Más deshecha, más fresca y natural. Como si el reguero de vacíos se nos convirtiera en libro. Dentro de todo hombre hay una soledad que a veces se concreta. Entonces, sentimos el frío y una panoplia de huecos que Eduardo aprovecha para ejercitar la lírica. Moga tiene nombre inglés, porte noruego y ademanes de funcionario alemán. Tiene una prosa cristalina, un lenguaje de chorro líquido como un “relámpago estéril”. EM dice que “escribir es una rueda que gira”, y aquí hay otro pleonasmo. Escribir es una rueda que gira como toda soledad. En el molino del hombre se fabrican los aceites del verso, el antioxidante del amor y del sexo, en los que Eduardo encuentra el alivio. Buenos alivios, pero alivios al fin. Luego la rueda gira y el verso se apaga y la cama sigue deshecha. “Cuando escribo me ronda otro insomnio”, dice como si hubiera una soledad soñante. Como si el sueño fuera una compañía que se fuera al despertar. Hay que enriquecer la soledad. Llenarla de muertos y lejanías. Machado, paradigma del solitario decía: “tengo mis amigos en soledad, cuando estoy con ellos qué lejos están”. Y luego, con su dialéctica Mairena replicaba: “en soledad he visto cosas muy claras que no son verdad”. ¡Qué cabrón, Eduardo! Tú y yo nos hemos tratado poco, pero a fondo, como hacen los solitarios. Sabemos respetarnos las molestias porque tenemos el verso fácil y el tiempo justo. Me diste aliento al compartir tu vacío conmigo (más muerto que solo, más viejo que vivo). En la España póstuma hay que ponerse grave para sentir viva la muerte: “A veces hay que matar para seguir viviendo”, decía Miguel Hernández. Por eso Eduardo va con su placenta asesinada por el decumano del poemario. Lleva una mochila de víscera que nos sitúa en la emoción para llevarnos de la mano tremenda. Quienes seguimos sus “Corónicas de Españia” sabemos que la muerte de su madre aún le duele y aquí le dedica su espacio de hombre solo, su dolor de hijo, su culpa de huérfano. Moga nos explica el whisky del solitario y su suicidio. Nos cuenta los motivos. Hace literatura. Eduardo viene de la k del whisky de Bukowski, que bebía cerveza caliente. Viene del alcohol de Faulkner y de los borrachos que traduce. Se impregna de poética solitaria y la destila en prosa lírica casi juanramona. A la soledad le duele el tiempo y Eduardo nos lo cuenta. La soledad, ese tiempo en angustia, ese miedo que se para y nos mira desde los objetos, detiene el vacío como si fuera la memoria estática del tiempo. Es inasible, como un líquido con alas de aire. Eduardo escribe: “para romper hay que romperse” y va llenando de añicos el poemario hasta deshacer las composiciones, las palabras, todo. Porque la soledad, en su robusta estructura de asfixia, se deshace si intentamos escribirla. Eduardo es “un hombre que escribe” y lo demuestra. Una soledad que tiembla y un amigo que se entrega. Quería decírtelo.

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