miércoles, 1 de febrero de 2023

LA CANCHA

A Eduardo Moga

Echo un vistazo. Estoy en la banda. Asisto a la zancadilla, contemplo la impericia. Hay un campo desdibujado por cales temblorosas. Publicidad de negocios quebrados. Barro o calor, da igual. Hay atmósfera de frío. Hay un ambiente de posguerra que aún late en los campos de fútbol de extrarradio, en las afueras de cementerio de cualquier pueblo. Al llegar, se encuentra el abandono que tienen las casas vacías. Pocos espectadores para tantos futbolistas. Quizá Manolo escupa su derrota con un insulto vago a un árbitro sin más vocación que su dieta (quién encuentra un trabajo digno), que acude por su dicterio dominical mientras no le agredan. Manoli se queda en casa, quizá se masturbe mientras piensa en su mejor amigo, quizá coma chocolate. Quizá prepare el cocido que jubila el domingo como si fuera la venda con que se mira al tiempo. Cada cual arrastra su tragedia en la soledad de su puesto. El balón parece una bomba sin trinchera. Se lanza lejos. “Fuera”. “Todos palante”. Cada uno apacigua su miseria con imaginación. Nadie está allí. Se corre nada más. En el campo todo está lejos, todo se trata con desdén y ganas de que acabe. Se mira la hora para que termine porque nunca debió comenzar, como cualquier batalla. El césped esconde brisas de polvo bajo la alfombra, pero la tristeza tiene arena. Ahora el balonazo no pica barro, pero duele peor porque lleva ausencia. Aquí se aprende Historia de España y se sabe quién ganará las elecciones. Aquí se piensa en después. En el refrigerio, en ver como niños (los niños son viejos) el Madrid/Barça, aunque sean del Atleti/Atletic. Aquí hay una infancia desganada, un banquillo eterno que corre tras la memoria. Espectadores sin esperanza y un siyoentrara que se repite. El córner tiene su tomatera, la portería su desván. El Reflex sigue siendo un chorro de agua y el pitido un guardia que mete prisa al seiscientos. Domingos de sabañón y pantalón corto. De hospital y crucifijo. De equipación que queda grande como un complejo en la ducha, como un traje de comunión prestado, que se esconde con bravuconadas. Por la banda asciende un ascensor a cualquier bloque, de cualquier piso. En el centro hay un abuelo que mira Cine de Barrio mientras sube las enaguas del brasero. Alguien coge un autobús, y otro adolescente llora el amor de su vida. También suena una tragaperras y ruge una alcantarilla. A veces un pelotazo saca una sonrisa. A veces una lesión convoca la tragedia. Se pasa el rato. Y se vuelve a casa a seguir con la vida. Una bolsa atraviesa el campo con su danza de globo perdido.

2 comentarios:

Chiloé dijo...

Interesante, profundo o simplemente literatura. De la mejor que se puede encontrar.

jonassanchezpedrero@yahoo.es dijo...

Agradezco muchos las "Voces del Extremo". Gracias de verdad.