lunes, 15 de abril de 2024

EL RALLYE

13 de abril de 2024

[Diario inédito] 


"En este pueblo hay verdadera devoción por Faulkner"

Cabo Gutiérrez

Lo mejor de vivir en un pueblo es su tranquilidad de hormigonera. Sus campanas, ladridos y claxones como saludos cotidianos. Hoy, además, hay un rugido de motores, sirenas médicas y policiales, aderezados con humos de zapata y gasolina. Qué seductora tranquilidad para un sábado de primavera. Estos pueblos que carecen de tantas cosas, tienen sensibilidad para el Rallye, para el surrealismo que viene de Berlanga y cuaja en Amaneceres de Cuerda. «Me esconderé debajo de esa piedra», me dije. Cuando el pedernal refrescaba me dispuse al crepúsculo del grillerío que anunciaba calores con brisas azuzadas de melodía. De pronto se deprimieron los motores. Los grillos inflaron fuelles diminutos como si de tanto agitar los élitros creasen un ambiente de confidencia, de infidelidades reveladas al calor de la enea. «Estridulación para atraer a las hembras a su agujero» dice Google. El cazurro tiene inteligencia de grillo, tunea el tubo de escape para que las hembras se suban a la hipoteca. Y se suben. Acelerones con devenir de frenadas y trompos bancarios. Se conoce que el feminismo no ha entrado aún en los embragues de la biología. Con el crepúsculo, los grillos soplan incandescencia como luciérnagas de sonido, como un sol nocturno que irradiara desde la tierra. Por la noche, como si la bronceasen con lociones de bicho, crepitan su piel rollo serpiente. Los grillos son una sed que gorgotea su agua, como un arroyo invisible que no puedes pisar. Los grillos son un charco con sonajero, una lisergia sonora que convoca a la ceremonia de un tripi. Educan a las bujías, las aleccionan con el tono republicano y a lo suyo de los padres inolvidables. Mañana más de un porsche entrará en depresión, más de un piloto volverá a casa en bici sin saber qué decirle a Perpetua que le mirará lo que le quede de volante con ansias de anillo. Los grillos son hilos de twitter cuando entran en una biblioteca, el rumor íntimo de la habitación donde se encierra al moribundo. Son una polvareda de playa que se mete en los oídos y el cable de alta tensión cuando se fuma un porro. Los grillos viven en tu oreja y se escuchan en silencio. Pepito es una moñada de Disney, la manera que tenían los curas de meterse en cualquier cuento. Juan Ramón se los compraba a sus vecinitos para que le dejaran soñar el láudano tranquilo. El grillo tiene alma de bacteria y cuerpo de documental. Son el pis negro de los niños cuando rebosa el agujero, la ternura íntima del verano y la ronda que perfuma el primer beso. Tiene algo de recordatorio y de judías verdes que se pegan en la vitro. Los grillos son el niño que raspa la verja con un palo, los fosfenos que incendian el sueño y la sangre que supura la almorrana. Parece que un oxígeno de piares mantuviera la señal del vuelo, para que las estrellas prendan, sin miedo a que los murciélagos las apaguen. Los murciélagos son jirones de luto sacudidos por la cometa de la noche. El grillo tiene un crepitar educado y deberían meterlo en el temario del carné para amortiguar sonidos. Los grillos tienen un rallye de romanticismos. Todos sabemos que sin grillos no hay Rallye ni poema. Son el Simca 1200 de la tibieza, el aceite que cocina la oscuridad y la nana furtiva de los meloncillos.

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