lunes, 31 de marzo de 2025

LA PORCELANA

La sangre suena a calor. Parece que el ritmo nace de un latido, pero es la tibieza la que convierte la armonía en un cauce que hace escuchar al pecho. Por eso los niños se duermen en el regazo y la madre se hace madre con la nana que valida la pena. Las mejillas de Björk son la porcelana del juego. Tiene el clítoris de Miranda July y el sabor a fresa de Oliver Latta. De su rostro se desprende la emoción rosa de las compresas. En su pose se nota que los niños no hacen películas. Su niñatismo no actúa, se manifiesta cuando se cuenta el cuento por malo que sea. Canta con la imaginación infantil de la vanguardia desbocada como si fuera la reina del ajedrez de Duchamp y Eve Babitz estuviera dentro del pisapapeles de ciudadano Welles. Björk tiene el desnudo de la mujer bajando la escalera, el cutis chino del porno y el ojo virulé del trastornado, por eso mira de perfil como las mujeres de tetas gordas. Parece un Val de Omar del pop, la lipoescultura de El niño de Elche, más fría y menos Radio3. A Björk le sale el Michel Gondry que lleva dentro. Gondry lo sabe, por eso le deja que cante sus vídeos con luz a lo Sarita Montiel. Sabe cortarse el pelo sin cortarse las venas, renunciar al paraíso fiscal de la marabunta sin renunciar al paraíso del fisco en mar abierto. Mide, con su inteligencia de hada, la calidad de su mito. Björk es lo que queda de la rave cuando la disuelve la policía. Es la porcelana del maquillaje, el cuello de las piruletas y el berre de las niñatas. Se pone la moda a la altura de la foto para lucir en el dominical su lucha por las ballenas. Se toca como si fuera el huésped de Michael Jackson jugando a la erogenia. Björk parece el hijo chino de Andy Warhol. Vende imágenes e independencia como una Jane Fonda de musgo, como si la muñeca de la caja de música se escondiera dentro de la música. Como si sacase la caja para llamar desde dentro con el tam-tam del misterio. Björk aparenta que no se tira pedos y ahí es donde huele. Como no se muera pronto, como no la maten, se le va a pasar el mito y solo podrá escribir sus memorias de Gloria Swanson para que la tengan en cuenta a la hora de La Historia. Fabricarse el mito en vida es comenzar a la muerte. Por eso cuando se le pone tonto el paparazzi se va pa Málaga a estudiar silbo gomero. A los seis meses later se volvió al rodillo para que no se olvidaran de sus quince minutos de fama. Björk suena a tachón, a anchoa que se ha ido por mal lado, a gotera de grifo en noviembre, al apócope de Attemborough que lo flipa con ella. Björk necesita una biblioteca que le ponga arrugas en la frente, que le corte el chicle a los agudos como si fuese el final de su película Trier que Haneke copia tan bien. Björk tiene nombre de tenista antiguo y televisor bueno. Es el Telefunken del pop cuando se le jodía el amarillo, como el despertar de una cabezada en la piscina. Björk se ha fumado el porro arco iris del talento naif, que no da positivo y huele a Grammy. Ahora tiene la edad de Madonna cuando le pedía «colabos», por eso se Rosalía para no operarse las tetas discográficas y seguir en la integridad de la pose genial, un poco Manu Chao a lo macroestadio, porque ella pierde dinero como forma de ganarse la calidad que le sobra. Banderas hace el Antonio por Málaga para ver si se le quita la baba de Solbes cuando habla, pero nada. La babita solo se perdona a las almohadas con resaca y a los tangas que se tiran por la ventana del mordisco. Björk se desnuda para taparse, para que no le sigan en la playa y le dejen sacar la tartera del Nivea. Parece un panda de las nieves, un dentífrico con sabor a leche que necesita lavarse la conciencia tres veces al día. Es la novicia de la música que deja los hábitos de manera cotidiana. Tiene el Perito Moreno enmarcado en el flequillo y un rumor de gánster en el silencio. Björk se viste de armonías y arreglos para que no le veamos los cueros a su voz monótona de Heidi. Se hace la filarmónica y el plano corto para que no reparemos en el aburrimiento de sus pecas. Björk todavía no sabe que la mejor belleza reside en el fallo, en la hostia de Bangkok, en el humo de las drogas que no toca. Gesticula como un arpa, como las figuras de los huevos Kinder y las lavanderas del Belén. Parece un dibujo Disney listo para empezar su videojuego. Pone nombres de Iphone a sus discos y estética de perfume a sus anuncios. Sabe encontrarle el filo a sus cosas para que el tiro se clave bien aunque salga mal. Ha tocado todos los palos del sombrajo pero le falta la poesía, la palabra muda de las orcas y el charol oscuro de su trino. Si Björk descubre la metáfora partirá el sonido con los manos. Cómo se puede ir por la vida con el cuerpo sin hacer y el poema sin sentir. Dónde se va hoy sin que te estalle la cabeza. Ahora que tiene sesenta febreros el cuerpo se le agosta y se le notan los diciembres, se le octubran los eneros y parece, un poco, su propio muñegote. Björk, con su mirada de gato bizco, con su lejanía de felino, mira el mundo con ojos entornados entre el cansancio y la idea. Con silencio harto y dulzura de anciano. Tiene en la frente una tribu que busca su río. Hace la música del rayo, preguntas con ansia de incertidumbre y ritmos con mareas que dejan resaca de cráter porque sabe que en la oscuridad no hay distracciones. Por eso se mira los pies tan a menudo.

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