Dentro del pisapapeles hay un líquido algo más denso que el agua que remueve una ficción de nieve que acaba por reposar. A veces siento esa ficción. A veces siento el papel bajo mis pies como una cárcel, como si el vidrio estuviese fuera y los copos cayeran como barrotes a mis pies. Siento la angustia de las emociones paralelas, el arañar de la congoja cuando el aceite no sucumbe en el agua. Ensalada de tiempos imposibles, de lenguajes distintos para una boca llena de trapos. La lengua del gato es ahora tú lengua, una zeta que recorre los dientes con tristeza. Ahora, hay veces que las miradas tiñen los ojos de agua, de ese agua servida con servicio, con la dedicada intención de saciar la sed. Ya sabemos las cosas que se escriben por amor. Pero hay tantas preguntas sin responder que lo imposible te inunda de cristal. La transparencia engorda y la visión se aleja con total claridad. Y sin embargo, hay un micelio que resucita cuando sientes las pisadas. Tampoco la ficción es pura, ahí reside el consuelo. Y volverá el pelo con sus gritos a tirar del tiempo, volverá la vida a rasurar los domingos. Nada nuevo ocurrirá, solo matices para el asombro, frescura para el olvido, saliva para el légamo. Cada soledad resbala a su ritmo, cada baile agoniza distinto como el pestañazo que invade las películas, como el sueño abandona a los dormidos. Como una cuña que encaja la conducta, cuando despertamos, solo queda una legaña que llora porque la han dejado sola en la cuna de su ojo. Llora porque los nidos se enraman y ella se ha quedado en la viga de la mirada, en el blanco perfecto de la diana, en la esclerótica abulia del llanto. Duerme, legaña, duerme. Ronca la ere de lija. Susúrrate el aire que nadie te soplará. Reposa los minutos de bronce hasta que el dinero vuelva con su trituradora. Su hélice vive en la barra de pan, en la tinta de las ventanillas y el zureo de los buitres. Detrás, la góndola del tiempo, la urraca logarítmica de las ofertas y el sujetador de la sonrisa. El caudal del misterio, esa alfombra durmiente, subirá por las piernas para angustiar al grito. Nadie entenderá a las bengalas, a las hogueras de carmín al trote. Nadie escuchará los golpes en la puerta. Nadie hará caso a las espitas ni a los globos. Nadie a las tazas que se caen por la película lenta. En la impostura de la goma, en el tacto tibio de las monedas, viven los microondas. Cocinan la piel de la infancia con menús desplegables. Trazan las alergias del plástico con agujeros nuevos y minerías de satélites. La silicona como velcro y como pecho. Como pegamento de ventanas, como lombrices de cáncer con olor a regaliz. El linóleo del concesionario será vehículo algún día. Tu nalga sufrirá el confort de cómodos plazos. El plazo, la cuota, la jornada, fragmentos para un imposible, para que un mosaico impida ver el árbol con su belleza subterránea de raíces. Quién preguntará a las metáforas, quién degustará sus berrinches. Algo ocurrirá como si fuera definitivo. Asistir al oxígeno (para respirar o quemar), será una puerta que se cierra como un falsario universal. Allí está la bisagra del cabrero, la lírica, con mis rebaños de artificio.
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