lunes, 15 de julio de 2024

LA BOFETADA

Volver a la infancia de la fiebre. Volver a mirar el sol por la ventana con envidia de piscina. Sentir el cloro dentro de la carne para llorar de dolor. La ventana es la pornografía de los poetas, la pesca de la emoción y la madalena del aburrimiento. Le succiono el comentario del móvil a un loco inalámbrico, a un viejo con paso de salchicha. Escucho la tos de una golondrina y el llanto de una maleta que se orilla por la sombra. Y me abrazo a este disparo de parvovirus calibre B19. La vida guarda una bofetada para los mirones. Se reserva el derecho a rematar a quien se conforma con ver. La vida se aventana, se microscopia y se te mete por el ojo celular a revolverte la mirada del ánimo. Te duelen las preguntas como aguacates vacíos. Andas con el paso de la tortuga, quieres pensar en la ganancia de la pérdida, en la claridad que existe en la lentitud, en el caparazón que forja la resignación. -«El sueño de las tortugas viene precedido de una especie de «lavado del muerto»», le acabo de leer a Jünger-. Los poetas nos curamos leyendo. Cuanto más me sube la fiebre más Nerudo. Leo páginas como si fueran miligramos. Sigo enfermo, pero me curo de espanto y floto la soledad a base de compañías que no fallan. Le meto mano al Mamotreto de Cimas, me araño una sonrisa mientras me duele el gemelo. El dolor se vuelve una pregunta si leo, ya no enferma tanto porque curiosea, se hace ventana por la vía de la lectura. Los poetas mecemos la enfermedad de la vida con el bálsamo de la lectura. Bálsamo suena a balsa, a barquito de agua sana que acaricia la saliva de un niño. El moco de un niño en laguarde puede desatar la tormenta en tu cerebro. Es el efecto mariposa de las ventanas. «Aquí os dejo este moco», pienso mientras le pongo letras a esta fiebre. Ojalá el poema suba la fiebre a las salivas. Ojalá se abrieran las ventanas de mis paisanos... «vete a la mierda Jonás», me oigo que me digo. La soledad -ya lo sabes- es el único lugar para el encuentro. A veces la calentura distrae a la página y se fija en el ladrido afónico de un pavo y la pala que recoge nuestra vergüenza. La ventana nos regresa como un tobogán a las habitaciones, como si fuera la última canción de Residente. Miramos por el tubo gazatí, tocamos el calor con las manos y giramos una mariposa. He vuelto a mirar el mundo con el ojo del flash de piña. Este hielo en la frente calienta los recuerdos de la chancla suelta. Me lleva y me trae por la calle que mira a mi ventana. Allí estoy yo mirándome, tumbado hacia el tour de Francia, cerrando los ojos al polvo que se revuelve con un sonido a hoja. Pistones de infancia Pasados los setenta. Llorar/reír por la brasa del picor y la agonía reumatoide.

2 comentarios:

Gema dijo...

Me ha gustado mucho esta entrada.

jonassanchezpedrero@yahoo.es dijo...

¡Gracias Gema!