miércoles, 17 de noviembre de 2010

LA QUEJA

La palabra dolor siempre es ajena si no está escrita en subjuntivo personal del verbo yo. Una obscenidad retratar la pena como si fuera un horizonte con que matar a la tarde que se atraganta en lo de siempre. Soy mi camiseta. Siento grima de los mocos tibios y sanguinolentos colgando de la mandíbula sin dientes de una vieja. Hoy la palabra es repugnancia. El plástico común a donde acuden las tertulias. El aire está usado como la taza del water del un idioma. Una acidia repulsiva como un orín prostíbulario. Una saliva caliente desciende por mi oido y ya casi no oigo. Las letras me salen redondas y les meto sal y las estiro y doy asco de gráfica y lo tacho todo y hasta el borrón me indigna porque parece un algo abundante. Soy una fiebre excesiva, un grumo de tierra en el ojo de un niño. Qué horror de quejumbres sosegadas. Soy una oreja colorada. Cuánto dolor radiante de tarifa nocturna. Huelo a fritanga de uñas con carne. Huelo a maquillaje, a luz de lámpara, a calor de microondas. Es tanto el artificio que hasta me apetece pólvora si la sangre sabe a sangre.

No hay comentarios: