martes, 14 de enero de 2014

EL CERCO

A mis hermanos Saúl y Abel

Yo nadaba por las orillas. Qué puedo decir. Eso que no se tilda, lo que no sabemos, esa sensación de las mañanas, a veces se concreta en un vaso, en el agua derramada del vaso, en el cerco del agua que el vaso deja en el mantel. A veces sentimos con claridad qué significa. Cogemos la niebla de la mano con la seguridad del niño que sigue a su padre. Seguimos la luz por su calor de sombra expandida, ese olor inconfundible del sol a lana y a madre. Yo nadaba por las orillas del verso con la tranquilidad de las islas. Paseaba por los suburbios del bosque, contemplando los chemtrails de la lírica, esperando las preguntas. La respuesta ha sido firme. El vaso ha crecido tanto que ya no podemos beber, ni podemos moverlo ni somos capaces de ver su cerco en un mantel que tampoco podemos quitar. El vaso creció tanto que se convirtió en otra isla. La isla regó el bosque hasta hacerlo enano y el paisaje se fue clarificando. Yo nadaba por las orillas del verso cuando alguien desató la despedida. Olas que llegaban de una historia olvidada poniendo el futuro sobre la mesa. La emoción sangrienta de la piel dejó su rastro como la saliva de un viejo en tu mejilla. Grité socorro porque yo nadaba por las orillas del verso y ahora trago el cadáver abandonado en nombre de la paz. El vaso de agua, como si fuera un faro, se inclina para llover las cosas del calendario.

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