jueves, 6 de marzo de 2014

EL PARACETAMOL

A Pablo Gadea,
por rescatarme.

El sol es una melancolía que llena el aire de lágrimas secas. Esto pasa cuando la lluvia cesa después del frío, me refiero a eso que los calendarios llaman marzo. Los días de marzo son atardeceres desde que amanece, la luz sonámbula de la fiebre de un pasado que nunca fue, que no vendrá. Marzo es una muerte que da pena, una flor de almendro que nos devuelve el paisaje. La luz un sudor que se enfría, la malva tragedia de la vida como un septiembre anticipado. Marzo es el mes en que se mueren los poetas -como Panero-, muertes de lumbago, alergia lírica de la soledad bien entendida. La lumbalgia es el suicidio del monólogo interior. Un cadáver que se enquista en la espalda como el feto abortado de las monjas. Te mueres en marzo estirando el placer, con la pizca de los tallos verdes, de las piedras lanzadas al gozo hasta que mamá dice paracasa. Marzo es el entierro de la sordina. Quitar el polvo a la piel, mostrar las cuentas del favor y pedir, por favor, la cuenta. El lumbago es un ombligo que se pudre, un billete a ninguna parte, un aire de hospital clavado por la espalda. Es la doliente humedad de las goteras, la interiorización de la vivienda, el grifo de la jaula. En su quiste lloran los fetos soñando con crisálidas por lo qué -ha dicho el Paracetamol- habrá que estirpar.

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