viernes, 1 de septiembre de 2017

EL VOLCÁN

"La poesía te consume, desembocas en ti mismo"
Carlos Oroza.
A Mónica.


El aeropuerto no puede con su memoria, las pistas tienen eco de campo y un águila al servicio de Iberia. AENA cultiva el asco en las multinacionales del brillo. Trabajadores deslumbrados por la erótica del market, con sueldos low cost y miradas de minifalda. El amor ya no se despide, ya nadie quiere abrazos que comprometan el viaje en autobús. Ahora, el amor, vive en un Ipad. En el aeropuerto no se escriben cartas y el Prosegur me mira confundido como quien se encuentra un rastrillo. El viaje, con su molestia de bombas y azafatas, me da sueño de altura y dolor de rodillas. La azafata tiene la mueca sujeta a la cara con unas gomas, a modo de sonrisa. Lanzarote se resume en Manrique pintando un BMW que te alquilan en un mercadillo de alquileres. Manrique tiene nombre de poeta moral, de genio palurdo, de esa brutalidad trascendente que ha de tener La Figura. Lanzarote huele a colonia de complejo que se vende. Al quiero y no debo del dame y no toques. Lanzarote ya está cerrada por abierta. Tiene poco cuidado y mucha cerveza. Una italiana baila flamenco mientras un gaditano bebe mojito, un peruano habla alemán y un inglés come paella. He visto bucear a un cordobés y darse Nivea a un conejero sentado frente a un aloe. Lanzarote tiene la compañía del mundo en suspensión de pagos y el paisaje como parque temático. Se monta en camellos a seis euros y se ve donde dormía Manrique con sus ríos que iban a dar a la mar de su foto con Rockefeller. En Tías [sic] está la Casa de Saramago. José ya era todo Pilar, Del Río, ay.

Lanzarote tiene la magia de la habitación que se hace sola con su cartelito en la puerta. La camarera dice buenos días con acento ucraniano y un grasies confundido. El horizonte cambia desde un hotel de cinco estrellas hasta que llega el psicoanálisis del gorrilla. Y el salitre en las ingles del culo, y sombreros de paja para el sol de la sombra que llaman descanso. La ilusión es el rostro de quien habita en sueños, la pesadilla en la cara de quien vive feliz. En el ascensor alguien sube al -3. En el comedor hay parejas que cambian de color como figuras barométricas y alemanes sentados frente a la palabra fideuá. Hans se acuerda de aquel libro de Jünger donde comía judías verdes mientras mira a su mujer ajada con desprecio porque se recuerda a sí mismo. El napolitano mira a la rusa de la 106 mientras el ruso mira a la camarera. El universo del silencio en el cara a cara del espejo. Creo que un sueco me miraba.

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