"La poesía te consume, desembocas en ti mismo"
Carlos Oroza.
A Mónica.
El aeropuerto no
puede con su memoria, las pistas tienen eco de campo y un águila al servicio de
Iberia. AENA cultiva el asco en las multinacionales del brillo. Trabajadores
deslumbrados por la erótica del market, con sueldos low cost y miradas de
minifalda. El amor ya no se despide, ya nadie quiere abrazos que comprometan el
viaje en autobús. Ahora, el amor, vive en un Ipad. En el aeropuerto no se escriben cartas y el Prosegur me mira confundido como quien se encuentra un
rastrillo. El viaje, con su molestia de bombas y azafatas, me da sueño de altura
y dolor de rodillas. La azafata tiene la mueca sujeta a la cara con unas gomas,
a modo de sonrisa. Lanzarote se resume en Manrique pintando un BMW que te
alquilan en un mercadillo de alquileres. Manrique tiene nombre de poeta moral,
de genio palurdo, de esa brutalidad trascendente que ha de tener La Figura.
Lanzarote huele a colonia de complejo que se vende. Al quiero y no debo del dame y no toques. Lanzarote ya está cerrada por abierta. Tiene poco
cuidado y mucha cerveza. Una italiana baila flamenco mientras un gaditano bebe
mojito, un peruano habla alemán y un inglés come paella. He visto bucear a un
cordobés y darse Nivea a un conejero sentado frente a un aloe. Lanzarote tiene
la compañía del mundo en suspensión de pagos y el paisaje como parque temático.
Se monta en camellos a seis euros y se ve donde dormía Manrique con sus ríos
que iban a dar a la mar de su foto con Rockefeller. En Tías [sic] está la Casa
de Saramago. José ya era todo Pilar, Del Río, ay.
Lanzarote tiene la magia de la
habitación que se hace sola con su cartelito en la puerta. La camarera dice
buenos días con acento ucraniano y un grasies confundido. El horizonte cambia
desde un hotel de cinco estrellas hasta que llega el psicoanálisis del gorrilla.
Y el salitre en las ingles del culo, y sombreros de paja para el sol de la
sombra que llaman descanso. La ilusión es el rostro de quien habita en sueños,
la pesadilla en la cara de quien vive feliz. En el ascensor alguien sube al
-3. En el comedor hay parejas que cambian de color
como figuras barométricas y alemanes sentados frente a la palabra fideuá. Hans
se acuerda de aquel libro de Jünger donde comía judías verdes mientras mira a
su mujer ajada con desprecio porque se recuerda a sí mismo. El napolitano mira
a la rusa de la 106 mientras el ruso mira a la camarera. El universo del
silencio en el cara a cara del espejo. Creo que un sueco me miraba.
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